Punto de Encuentro

Sobre “Esto No Tiene Nombre” de Beto Gayoso por PERCY VILCHEZ SALVATIERRA.

Una conocida cita de José Saramago, incluida en “Ensayo sobre la Ceguera”, nos indica que “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”. Quizás el título de esta exposición de Beto Gayoso nos ilustre sobre su propio contenido.

En todo caso, ofrecer una visión de lo “qué quiso decir” el artista está de más puesto que toda obra tiene múltiples sentidos, máxime si se encuentra imbuida de los presupuestos del arte contemporáneo. Sin embargo, sí es necesario anotar si la obra nos ha interpelado en lo personal tras la contemplación. Y, la verdad es que esta propuesta sí ha despertado interrogantes y esbozos de dilucidación en nuestra psiquis.

Desde su propio título, tan temerario, “Esto No Tiene Nombre” nos induce a una confrontación de lo que es el sentido o de lo que este puede llegar a atribuir o a atribuirse. En mi caso, tras la primera vista hallé varias facetas de aprehensión de la realidad nacional en un claro marco alegórico debido a la retorsión y corrosión de muchas de las telas lo que será explicado a continuación.

Si lo inefable —lo que no puede ser dicho—  es lo excelso, lo sutil o lo maravilloso, lo que no tiene nombre —lo innombrable— comparte la imposibilidad de ser transmitido mediante un vocablo adecuado, pero creo que, pese a este vínculo inicial, hasta puede ser su antónimo perfecto.

Lo interesante en este punto no radica en regodearse en estos despojos de sentido o de cuestionamiento de lo que “hay” sino en “hacer ver” las tensiones existentes entre lo que puede decirse y lo que “puede” ser dicho que no es lo mismo, aunque así lo parezca.

Lo que puede decirse corresponde a las limitaciones propias del mundo físico. Así si ves, por ejemplo, el rostro de Dios o la belleza o el horror absoluto sería imposible comunicarlo. En cambio, lo que “puede” ser dicho corresponde a lo que el sistema o la sociedad o quien tiene la hegemonía y el ejercicio del poder consiente en que se diga.

Quizás, en este orden de cosas, “Esto No Tiene Nombre” nos pone frente a frente contra un memorial de lo que no puede ser dicho tanto por el autor como por su circunstancia. Es decir, su asimilación de lo que sucede o ha sucedido en nuestro país durante las últimas décadas, particularmente, respecto de la violencia desatada en la década de mil novecientos ochenta y los años siguientes.

Indudablemente, la urbe y el marco de su crecimiento urbanístico, también, participan de la muestra. Sobre todo, en la sección del segundo piso donde la disposición de los materiales más la retorsión y la erosión que se vierten de ellos invaden los sentidos del espectador y dan cuenta de una violencia que se exhibe a contracorriente del contorno de los propios cuerpos violentados. En este caso, unas instalaciones de tela “encementada” o “semi-tarrajeadas”, precedidas de un cuadro impresionante que visto desde el rellano de la escalera parece un cangrejo gigante y agresivo. No en balde el “cáncer”, es un elemento recurrente en toda la gama de tejidos -telas, lienzos, etc.- que son exhibidos en esta propuesta. De hecho, en este sentido, el cuadro más grande de esta exposición se titula “Metástasis”.

Los retorcimientos de las telas y su tensión interna nos orientan a ver en ellas, en algún momento, una suerte de fricción cordillerana. De hecho, tantos pasajes rugosos simulan no solo órganos hipertrofiados en los que se encauzan laceraciones y cicatrices sino, también, la corteza terrestre yendo en contra de sí y dando origen, de este modo, a elevaciones y relieves abruptos tal cual sucede en nuestros Andes.

Al mismo tiempo y de la misma forma se da origen a nuevas interpretaciones y sentidos y sinsentidos que provienen de estas tensiones y fricciones que son la marca más contundente de estas obras. Entonces, no fue una “casualidad” que estos cuestionamientos sobre el poder y lo que “puede” ser dicho se hayan manifestado en estos contenidos múltiples, sinuosos y silentes como nuestra Sierra, testigo y víctima de atroces crímenes que aún hoy fulguran como llantos contenidos sobre las estrellas que parecen al alcance de la mano en las afueras de cualquier pueblo andino.

Pese a que la mayoría de las obras de esta exposición pueden exhibirse en cualquier sala elegante, si se tiene el gusto adecuado para tales fines, es cierto que no son obras “bonitas”.  Es decir, no es arte “ornamental” ni vacío y si se tiene la inducción debida o la libertad de asociar el arte con la denuncia social impactará positivamente en nuestras sensibilidades. Este arte no está exento de paradojas puesto que pese a tanta irrupción y retorcimiento al final nos queda una sensación como de quietud, como si un testimonio muy fuerte hubiese sucedido cerca de nosotros legándonos, de esta forma, una paz muy peculiar.

En el corredor hacia el patio del fondo se muestra un cuadro titulado “Sendero”. De él se infiere que no es “el ojo que llora” sino que es un ojo rasgado y desecado, es decir, sin flujo alguno que vierta la violencia ejercida sobre sí mismo.

De los cuadros finales, que han sido descritos en la óptica global de las líneas anteriores debo consignar: “Quietud sobre silencios. Sobre las ruinas: un valle, un mapa, una cartografía de cicatrices y vejámenes. Retorsión y contorsión. Tierra y Carne. Destrucción. Silencio. Paz”.

Por lo expuesto, no puedo dejar de mencionar, uno por uno, a los cuadros expuestos en la última sala que son los de mayor volumen y los que más han llamado mi atención: “Imperecedero”, “Intermedio” y “Metástasis”.

Mi impresión final es que de todo el mutismo rugoso de las obras en exhibición proviene una queja apenas contenida que se manifiesta en las torsiones y contorsiones de las telas y en el relieve y en la intensa carga matérica que ha privilegiado el autor en la pintura de buena parte de ellas.

Acaso tanta retorsión simule o simbolice las huellas de queloides y cicatrices gruesas – y no solo abultamientos terráqueos, aunque está idea, también, es posible-  como las que muestra la memoria peruana de toda la vida.

Si no nos interpelan las abstracciones de “Esto no tiene nombre” —qué es la declaración velada de una tragedia, una ocurrencia revulsiva o, acaso, una crítica y/o testimonio del horror no por el horror mismo sino por encarar sus huellas— nos estaremos negando a ver ciertos sectores de la “realidad” o de la “historia” por pura autocomplacencia, frivolidad o cobardía.

La polisémica propuesta de Gayoso puede dar que hablar en un futuro cercano. Los galeristas y especialistas en la materia, en este sentido, deberían estar atentos a la producción de este artista.

P.S.

La muestra puede visitarse en el Centro Cultural “Tierra Baldía”, Av. Del Ejército 847-Miraflores, hasta el 06 de septiembre de este año.

 

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