Punto de Encuentro

Para construir la Democracia Social (parte 2) y el enemigo político

30 Octubre, 2018

José Bulnes

Asumiremos que un militante toma la tarea de construir una doctrina o proponer una narrativa, que es la lectura de la doctrina pero que dialogue con la actualidad. Este militante, consciente de su rol, toma como punto de mira, la historia. Al partir de la idea de que la política es materia, su movimiento se constata en la historia, con lo que, construir una narrativa política (la Democracia Social, o cualquiera de sus doctrinas opuestas) con el claro propósito de insertarla en la realidad y tenga un papel preponderante, obliga a preguntarnos sobre en qué estado encontramos la política peruana, a fin de ponderar sobre su constitución, sus elementos, así, en tanto que materia, transformarla que no es sino haberla encaminado en la narrativa que este militante propone. ¿Cuál es el estado de la política peruana?, así como, ¿cuáles son los hechos neurálgicos que la constituyen? Porque la tarea del militante es política, su intuición (que aquí entendemos como cartesiana: la intuición de una idea clara y distinta) lo llevará a inferir que los hechos inmediatos que constituyen la materia política peruana son el Estado, la Nación, el Derecho, la Colonia, el pasado Inca, la lista es extensa.

El hecho (histórico) no es, para nosotros, un agregado de sucesos, sino que entendemos por hecho una unidad, implícito en un estado de cosas[1]. Por ello, el punto de mira, desde el cual problematizamos la construcción de una narrativa socialdemócrata, concibe el hecho histórico como la idea (la idea de Nación, la idea de República, …) y la historia como el estado de cosas en el que ésta se ha desarrollado a través de todas sus posibles contrariedades: pensamos la idea de República porque le precede el desencuentro de dos formas de ser teniendo como estado de cosas el conflicto: la Colonia y los Patriotas, los criollos o los indios, etc. Podemos, con lo señalado, adelantar una aseveración, metodológica, pues, lo ideológico es siempre propedéutico: El hecho histórico es un concepto, la historia el espacio material del conflicto. Desde el punto de mira “vemos” lo histórico y la historia, el empeño de la Emancipación y los denodados esfuerzos de virreyes ahogando revoluciones con sus revolucionarios ante guarniciones militares debatiéndose entre uno y los otros, respectivamente.

Efectivamente, el punto de mira es como un cementerio de ideas que testimonian cada una la narrativa de sus contradicciones y que en conjunto nos indican cuál ha sido la trayectoria de estas ideas en la materia de la política. Indagar por el movimiento de este tipo de materia (política) nos obliga a tomar la historia necesariamente. Sin embargo, el militante consciente de su tarea no olvida que la finalidad es que la narrativa política a construir sea sostenible e influyente en el tiempo.

¿Con qué herramienta teórica analizaremos y entenderemos las ideas históricas, a fin de contraponerla a la idea de Democracia Social y que se las tenga que haber con el estado de cosas de la historia y su presente?  Es a partir de este momento que el militante, consciente de la tarea que ha asumido, construir una narrativa política, ponderará la viabilidad del proyecto. Pues en la revisión de cada una de las ideas históricas, constatamos que no solo el conflicto da forma a la idea de República, o a la emergencia del Imperio Inca, sino que este conflicto, parece, es decisivo para la reivindicación de las mayorías, o cuando menos la preponderancia de una narrativa (la Nación Peruana). Finalmente, no se tendrá certeza del éxito de la reivindicación, pero sí de que el concierto de las decisiones lo detenta la clase política que cuenta con el poder de las armas. Es decir, lo que desde el punto de mira se constata es la lucha encarnizada de las clases sociales por hacerse del monopolio legal de la violencia: el poder político.

Pero esta constatación no es el arribo a ninguna conclusión, es el factum de la historia. Si, nuestro querido lector nos sigue, hiciéramos una incisión en el cuerpo vivo de la materia política peruana, no veríamos sino órganos atrofiados, venas henchidas por la oscilación perversa de los intereses de los políticos.

El estado de violencia es enunciado como principio metodológico que explica la aparición del Estado o el Contrato Social, en la reflexión filosófica inglesa, pero en la historia peruana, hecho el Contrato, el conflicto no se ha resuelto.
¿Qué tipo de narrativa debe constituir la Democracia Social para superar el conflicto, reivindicar a las mayorías (económica y políticamente) y se constituya en una alternativa real para la clase política? Entonces planteemos los elementos a considerar: narrativa, democracia, historia, hecho histórico, poder político, conflicto, a fin de elegir la mejor herramienta teórica.

Si nuestro militante es doctrinario y concibe el poder político como la inevitable separación de amigo y enemigo[2] no tendría problema alguno en concebir el conflicto consustancial a la materia política peruana, pero su arte consistirá en crear espacios de consenso y el indicador más relevante, para medir si la Democracia Social resulta, será la forma de relación entre empresarios y obreros, es decir, el capital y el trabajo, activos generadores de valor monetario en un país. Sin embargo se presenta un elemento complejo, el conflicto que se ha constatado en la historia se presenta en medio de una interacción incompleta entre el Poder (Estado) y los ciudadanos, ya porque los ciudadanos no los son todos desde el siglo XIX, ya porque la ciudadanía fuera impuesta a los indígenas, ya porque se interrumpió un proceso genuino en el siglo XVI con la Colonia, cualesquiera factores, la interacción es conflictiva, sí, pero incompleta porque el proyecto de Nación (esa bendita unidad social) es un proyecto inacabado[3].

Hasta el momento, a fin de lograr construir una narrativa Demócrata Social, se ha esclarecido en qué consistía el punto de mira, mientras que la herramienta teórica, luego de los considerandos referidos, ha consistido en tomar el conflicto como consustancial a nuestro análisis y que éste se desarrolla en una interacción incompleta entre el Estado y la ciudadanía debido al carácter inacabado del proyecto de Nación. Hay que adicionar que una herramienta teórica solo ofrece un diagnóstico, peo no resuelve ni decide el rumbo de las cosas: eso le corresponde al político que detente la violencia legítima del Estado.

Sin embargo, al ser un militante doctrinario el que construye esta narrativa (que dijimos es al mismo tiempo una relectura de la doctrina o plataforma política de la cual este militante, supuesto, parte) puede considerar la no necesidad de detentar el Poder oficial para que la narrativa tenga lugar. Esto sería lo que los intelectuales han llamado construir el poder de abajo hacia arriba. Convendría absolver la siguiente pregunta: ¿se espera llegar al Poder para desde ahí implementar una narrativa ya construida previamente en el intercambio de ideas de los interesados, o se asume que la construcción será siempre desde abajo, pues llegar al Poder es una variable muy azarosa?

Ver la historia, el conflicto social consustancial a las interacciones humanas alrededor de un hecho (histórico). Administrar el conflicto construyendo una narrativa política Demócrata Social. Esa es una forma de manipular la materia política peruana. ¿De arriba hacia abajo o se construye la narrativa desde abajo hacia arriba? Esta pregunta es un nexo para disertar acerca del rol del militante que ha asumido tamaña tarea, pues en su parecer de si el discurso político va desde abajo o se implementa desde arriba se contienen los elementos que hacen de su militancia una actitud opositora frente a las demás organizaciones políticas. Es decir, en el esclarecimiento de cómo y por dónde construir una narrativa Demócrata Social, el militante, inevitablemente, tomará una posición y frente a él o se dispone de otro militante con el cual se establecería una alianza o la contraposición categórica.

Un primer indicio de posibles y latentes posiciones políticas (de alianza y de oposición) aparecerá al decidir qué período de la historia tomamos como referencia a fin de insertar nuestra narrativa. Algunos considerarán solo el siglo XX, otros una parte determinada de ese siglo, otros sin embargo recurrirán a los inicios de República, otros más atrás, el Imperio Inca. Lo importante, y nuestro supuesto militante lo sabe, la referencia histórica siempre implica ya una posición política y por ende, trae consigo enemigos (políticos) inevitables. Pero, aun con estos considerandos, situémonos en un período concreto del siglo XX, a fin de inquirir por los contornos precisos de los actores políticos en conflicto, pues hemos dicho ya que la historia es la depositaria de estos conflictos: desde el regimem de Prado (1939) hasta la primavera democrática del Perú (1945 - 1948).

Los actores son delimitados de forma casi inmediata: la clase bancaria (los Prado), el Ejército (Benavides), el Fascismo y la izquierda política, el Apra y el Comunismo. Nada impide considerar un sector social con identificación (política, subjetiva) relativa con estos sectores pero que no es cabalmente un sector con apetitos políticos, pero sí con conciencia política además de no integrados, si es que somos consecuentes con lo dicho líneas atrás: la historia es la depositaria de una forma de conflicto que responde a una interacción incompleta entre ciudadanos y el Estado, debido al carácter inacabado del proyecto de Nación.

¿Qué tipo de relación política establecen los actores referidos? Para responder esta pregunta, es preciso indagar por el antes de 1939: el Ejército vuelve a detentar la violencia legítima del Poder con Benavides en 1933 en un considerable acuerdo con la “Bancocracia”[4] del país le delega el Poder a Manuel Prado. Poco antes, en 1935, Steer Lafont, un fanático aprista, asesina a Antonio Miro Quesada; en 1937 asesinan a Manuel Arévalo. Después de 1933 el urrismo ha perdido fuerza política, desterrado Luis A. Flores por Benavides, el sanchecerrismo no logra congregar a las masas con la candidatura de José Quesada. ¿Y el Apra? Su líder perseguido, sus más conspicuos militantes están desterrados, pero poco antes en 1932 el Apra ha escrito lo que han definido como su martirologio en Trujillo, asimismo, su doctrina está en ciernes, el Programa Mínimo ya fue enunciado, pero no ha sido su líder el que las ha implementado, sino otros, Benavides con el Seguro Social y Prado en su diálogo con los sindicatos.

¿Quién es el enemigo político del Apra? Inmediatamente puede sostenerse que el Ejército, sin embargo, es aquí donde es necesario, además de cauteloso, separar la Institución de los individuos. Asimismo, inquirir sobre el mismo proceso interno de la institución castrense. El Ejército aparece en 1821, se profesionaliza con el gobierno civilista, sufre un revés en 1879, luego otro frente a las montoneras de Piérola, tiempo después intercambiará el rol castrense por el político en 1968. El ejército ha sido enemigo del Apra, pero algunos militares han sido apristas o cuando menos cercanos, pero el Ejército ha significado movilidad social para los no reivindicados (aludiendo así a la interacción incompleta…). El Ejército le lleva casi un siglo de existencia al Apra en su sección peruana PAP, a menos que se tome al Apra, como lo toman sus más eximios historiadores, como un movimiento independentistas y una continuidad en el tiempo. Pero esta perspectiva poco respondería a quién es el enemigo político del Apra.

Nuestro militante ha de considerar, después de todo lo referido, que tal vez el enemigo del Apra compete tal vez a la Dirigencia en su relación ya con el Ejército, ya con la Aristocracia, mas no a la militancia de base. Expliquémonos. El soldado raso tiene un origen social periférico, ajeno a la suntuosidad de la aristocracia civil, recibe órdenes, pero no por ausencia de su conciencia, sino por conciencia de su deber. El soldado tiene las armas y las ha enristrado cuando ha asumido culminar el proyecto de Nación. Si el Ejército es el enemigo del Apra, pues debemos sostener, aquí, que conviene distinguir qué grados castrenses lo son y ante qué sector del PAP. Sin embargo, esta disquisición solo podría ser planteada por un aprista no genético, pues para el aprista genético no habría lugar para este distingo, el Ejército es su enemigo (histórico), y está bien que sea así, por la disciplina y la fe en la doctrina.

Una distinción semejante habría que hacer con respecto al Comunismo. Las diferencias irreductibles son con sus dirigentes, no con lo que aquí definimos, y acaso nuestro supuesto militante también, “pueblo comunista”. Esto lleva a plantear que la enemistad política, con el transcurso del tiempo y dilatados los recuerdos causantes del conflicto, no desaparece, pero sí se relativiza desde las nuevas perspectivas que los nuevos cuadros (formados en la doctrina) pueden señalar.

Pero hagamos el ensayo de definir al enemigo político del Apra con el sustento de la consigna. De ser ese el caso, el enemigo del Apra se situaría dentro de sus filas, pues la consigna no permite, prohíbe todo acercamiento o entendimiento con la otra orilla política (aristocracias, altos rangos militares, dirigentes comunistas…), y si es por el bien del Partido, el bien de sus militantes presos, por la Amnistía, etc., tamaño entendimiento le competerá al alto dirigente o al Jefe (como lo fuera en 1956 y 1962).

Definir al enemigo político trae consigo que el militante responda, ¿en qué parte del aparato partidario me encuentro y desde qué clase social construyo una relectura de la doctrina, una narrativa política? Pero si el militante especifica su búsqueda, «vera» que el enemigo político tiene contornos difusos aunque su núcleo lo constituyen, al parecer, acaso la indolencia de un sector de la izquierda resultado de un ¿premeditado? unilateral análisis de la sensitividad social, el poder del capital que ha constituido, al parecer, las veces del proceso de modernización del país y la sensación de la influencia transversal en la sociedad de un poder anónimo (cuya generalidad se verbaliza como «los medios») que relativiza y enfatiza la política cuando ésta, coyunturalmente, importa a las mayorias. Entonces la enemistad no resulta de una propiedad de totalidad de la política, sino porque todo se ha teñido de desconfianza.

NOTICIAS MAS LEIDAS