La reciente publicación de un informe en un semanario nacional sobre la aparición de un grupo de jóvenes “treintones” apristas –ligados a Alan García o al denominado “alanismo”- y en cuya agenda política se distingue claramente la legalización de la marihuana o la lucha por los derechos de las minorías sexuales ha desatado una (otra) confrontación interna en el partido aprista. Hay quienes defienden a los jóvenes y otros que rechazan de plano semejantes propuestas.
No obstante de los dardos lanzados entre ambos grupos, de alguna u otra manera, la publicación revela el profundo divorcio entre un –aparente- vasto sector que pretenden liderar el Apra y el Perú real. ¿Cómo así? La sociología suele decir que en este país existe un divorcio entre el Perú real y el Perú oficial que se refleja en la política, la economía, la cultura y todo el espacio público. El Perú oficial es el Perú pequeño, de la mínima expresión, de los barrios mesocráticos, que de alguna manera suele tomarse licencias colocando la agenda política y mediática al otro Perú, al país real, de las regiones, a ese país “ancho y ajeno”, mayoritario y popular.
El Perú oficial, a través de sus medios y periodistas construyen una realidad con el propósito de hegemonizar la opinión pública y llevarla de las narices. De allí por ejemplo, el gobierno de Vizcarra, que –se dice- desarrolla una “primavera democrática anticorrupción”, gana referéndum, impone la agenda política sin embargo la anemia crece, la economía se ralentiza, se lincha a la oposición, pero ¡oh sorpresa! ¡lidera las encuestas con una alta aprobación!
Lo que vale subrayar es que cada Perú, el oficial y el real, tienen sus propias agendas que son abismales y muy profundas. Mientras que en el Perú oficial, las demandas se relacionan por mayores derechos civiles (legalización de la marihuana, derechos a minorías sexuales, etc) en el Perú real -de los conos limeños y barrios populares a nivel nacional- las necesidades históricas por agua potable, mejor educación o calidad de la salud, aún no se han cerrado.
Es más, tanta es la diferencia entre ambos países que las confrontaciones y las reacciones se dan en las calles en torno a temas sensibles como la religión y la educación sexual. Incluso, allí la diferencia es brutal: mientras cientos salen a marchar por los derechos sexuales de las minorías, millones marchan levantando las banderas conservadoras. Todo lo anterior no debe confundir una verdad: que de alguna u otra manera es necesario impulsar el debate en torno a temas sensibles. Hasta allí todo bien.
Pero que el Perú oficial pretenda imponer su agenda política y mediática al otro Perú es una equivocación del tamaño de una cordillera. La crisis política en el Apra va por ese camino. Que un sector de militantes o jóvenes pretenda instalar la agenda política del Perú oficial, olvidándose del enorme Perú ancho y ajeno es un yerro garrafal. En la izquierda sucede lo mismo. Mientras la izquierda mesocrática caviar impulsa el debate de cuestiones de género, la izquierda chola alrededor de Santos o Aduviri, propone la propiedad del subsuelo para la minería.
De seguir así, es decir, de continuar levantando banderas que responden a una mínima expresión de la sociedad, este sector del Apra, (si se impone en el liderazgo del partido de Alfonso Ugarte) va camino a reducirse a -también- una mínima expresión.