Punto de Encuentro

Social Democracia Social

22 Enero, 2019

José Bulnes

(Esbozo de un origen)

A despecho de quienes suscriben una ideología, ya por el brío de lo contemporáneo o ya por su acusado rasgo de vanguardia, indagar sobre el origen de un movimiento político implica suspender el juicio (Husserl) a fin de ponderar la fuente de su discurso, así como la original intención de su emergencia. Pues la democracia al presentar diversas y oscilantes facetas en el mundo occidental, obliga, a quien desea entender y no idolatrar, a buscar la razón que la rige.

A la democracia le preceden las luchas por el poder a fines del siglo XVIII en Francia, las que concluyen con la I República en 1792, pero posteriormente, tras las jornadas de 1848 que destronan a Luis Felipe de Orleans, se instala la II República. Una alianza entre el proletariado y la burguesía. Pero el dato de la historia no alcanza para entender el origen. Pues, acaso la «ventaja» de los conceptos a priori es que, prescindiendo de la empiria y avocándonos al análisis, la República emerge como una forma completa de gobierno burgués (Cf. C. Marx «18 Brumario»). El proletariado es desplazado del movimiento democrático en ciernes. Augusto Blanqui ya había puesto en entredicho esta Monarquía Constitucional al denunciar los privilegios de los diputados a través de leoninos impuestos y en desmedro del trabajador (Cf. Blanqui «Los enemigos de la libertad y de la felicidad del pueblo»).

Hasta el momento se ha referido una porción de la historia que da cuenta del cómo del parto de la democracia que deviene en reivindicación social del proletariado aunque sin alterar el núcleo burgués del poder. Ahora bien, al inquirir sobre el origen de la democracia cuando ésta adquiere un cariz social, se ha prestado atención a la lucha de clases implícita a ese origen; sin embargo, asistimos a un tipo de confluencia de los ideales de libertad y justicia, cuya praxis es el sufragio universal y cuyo presupuesto es la implementación de un método democrático del cual el Estado no podría eximirse (Cf. Bobbio “Liberalismo y Democracia”). Es decir, el hombre contemporáneo acaso no busca la igualdad, pero sí la justicia haciendo realidad que los límites del Estado no signifiquen sino la observancia de sus derechos fundamentales. 

Con lo que nuestro lector podrá advertir ya que la emergencia de la democracia deviene en social cuando se agudiza la lucha de clases y el Estado cobra una determinada fisonomía. Es entonces cuando el método nos permite asimilar que el Estado y la justicia, que se debate desde el proletariado (ese capital social cuyo activo es “lo popular”), son dos polos del espectro político, no en tanto que instituciones, sino en tanto espacios de poder: pues las reivindicaciones o se logran desde “arriba”, es decir desde el Estado, o se logran desde “abajo”, el pueblo, el proletariado, las clases populares… Es en este punto en el que el debate acerca de si un movimiento (definido como “democraciasocial”) se ubica en la izquierda o en el extremo izquierda, o si es un movimiento de carácter popular que no reniega del capitalismo, o si es un liberalismo cuya Estado implementa una economía social de mercado…: el lenguaje tiene una riqueza semántica sin par, a pesar de estos devaneos, lo cual se agrava cuando se busca –por el “brío” de su vanguardia- importarlo a otra realidad socio-cultural, explicitando así un preocupante grado de alienación. Pero el autor de estas líneas busca la ciencia, no la posición política.

¿Desde arriba o desde abajo se teje la revolución a fin de que la democracia sea un régimen social? La dicotomía “arriba-abajo” trasciende a la de “monarquía-república”, pues ésta compete a la busca de la burguesía por hacerse del Estado, pero aquélla, por hacer la revolución. Asimismo, la pregunta puede absolverse ya desde la ciencia de la filosofía política (cfp) o desde la ciencia de la economía (ce). Desde la (cfp) la dicotomía procura algo así como una epistemología de la revolución, pues permite distinguir el método revolucionario de los anarquistas (en tiempos del gran Bakunin), el. cual, en breve, consiste en rechazar toda medida revolucionaria que venga del Estado, y participar de ésta significaba abdicar de los principios de la revolución. Lo que justifica la “huelga general” como motor de la verdadera revolución (Cf. Engels “Los bakunistas en acción”). Pero esta crítica de Engels responde al contexto de la instalación de la República en la España de 1873. Posteriormente, Lenin diserta en el III Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (PSDR) sobre la participación de la socialdemocracia en el gobierno provisional en la Rusia de 1905, planteando el contraste entre las tácticas bakunistas de las del socialismo científico, aunque ahora serán los órganos Nueva Iskra (mencheviques), que postula que la revolución solo es legítima cuando proviene de abajo; que la participación de la socialdemocracia en el gobierno provisional significaba traicionar al proletariado, mientras el Vperiod (órgano bolchevique) postulaba que la revolución también contemplaba la viabilidad de impulsarla desde arriba (Cf. Lenin “Acerca del gobierno provisional revolucionario”). Puede inducirse, amable lector, que la emergencia de la democracia (social) implica la lucha de clases así como la ponderación de las circunstancias históricas (o materiales) del territorio en el que acontece una revolución.

Pero, finalmente, conviene contrastar la (cfp), con los postulados de la economía, la (ce). Y en este rubro, si el lector nos sigue por el camino de la teoría antes que por el de la abrumadora novedad, la democracia (si busca ser social, pero sin dejar el capital) tiene que habérselas con inquirir sobre el real papel del Estado, no por la busca de los derechos civiles (difícilmente un Estado puede legitimarse sin procurarlos), sino por variables acaso de mayor radio de determinación: el empleo y la renta del país, los que están en función del “volumen de inversión”. Asimismo, al ser el consumo una variable medianamente estable, deberá procurarse que la “eficiencia marginal del capital” garantice el ahorro y el tipo de interés que gravan las interacciones del mercado (Cf. J. M. Keynes “Crítica de la economía clásica). Así, al inquirir sobre el origen de un movimiento con la cautela que otorga tener de nuestro lado la teoría, nuestra indagación cobraría mayor asertividad porque nos las habemos con los presupuestos a priori de la ciencia para dar cuenta de la realidad, ya que junto al loable principio de transformarla, también se encuentra el de entenderla. Pues a la América llegan las ideas expuestas ya procesadas por el ánimo de sus clases políticas, pero conviene considerar que las dicotomías monarquía-república, arriba-abajo se desglosan en medio de un territorio que o se piensa a sí misma desde su propia realidad, o importa el discurso democrático, confundiendo alienación con reivindicación y reivindicación con privilegios.

 

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