Punto de Encuentro

¿El futuro de la democracia? (segunda parte)

  • Rafael Rodríguez Campos

En la columna pasada, iniciamos el desarrollo de la respuesta a esta pregunta tomando como referencia el libro escrito por Norberto Bobbio a mediados de la década de 1980, titulado “El futuro de la democracia”, una obra que reúne una selección de textos que el autor escribió a lo largo de los años sobre las llamadas “transformaciones de la democracia”.  

Se trata, como lo anticipé, de un estudio que nació como una conferencia sostenida en 1983 en el Palacio de las Cortes de Madrid, que fue corregida y aumentada, para ser presentada como disertación introductoria en el Congreso Internacional “Ya comenzó el futuro”, llevado a cabo en Locarno en 1984.

En pocas palabras, lo que el autor hace en este libro es básicamente presentar las transformaciones de la democracia dentro de la línea de las “falsas promesas” o de la diferencia entre la “democracia ideal” como fue concebida por sus padres fundadores y la “democracia real” como la vivimos, con mayor o menor participación, cotidianamente.

Habiendo llegado a este punto, luego de señalar -en la columna pasada- las críticas al modelo ideal de democracia que el autor expone, corresponde anotar tres ideas en torno a los obstáculos que todo esfuerzo democratizador ha encuentrado a su paso.

El gobierno de los técnicos

La democracia ideal ofreció que el gobierno y el proceso de toma de decisiones podrían ser llevados a cabo por cualquier ciudadano miembro de la comunidad política. También prometió que todos los ciudadanos tenían igual derecho a participar (de manera efectiva) en el Gobierno de la Polis. Sin embargo, el desarrollo de la economía industrial-capitalista hizo que en la democracia real los problemas técnicos sean resueltos por un conjunto cada vez más grande de personal técnico y especializado. Entonces: ¿Es la democracia actual el gobierno de los técnicos o de los ciudadanos?

La verticalización del poder

La democracia ideal ofreció un sistema de poder horizontal en donde el pueblo y/o los ciudadanos sean los depositarios del poder político. Sin embargo, la modernidad (industrialización) trajo consigo el crecimiento continuo del aparato burocrático, de un aparato de poder ordenado jerárquicamente, del vértice a la base, diametralmente opuesto al ideal que la democracia prescribía. Entonces: ¿Quién es el verdadero actor en una democracia: el ciudadano o el burócrata?

Demandas ciudadanas y respuesta gubernamental

La democracia ideal ofreció establecer una relación mucho más directa entre los ciudadanos y el poder. Sin embargo, el reconocimiento paulatino de derechos civiles y políticos contribuyó a emancipar a la sociedad civil del sistema político. Este proceso ha hecho que la sociedad civil se convierta en una fuente diversa e inagotable de demandas que simplemente ningún gobierno está en capacidad de responder. Entonces: ¿Cómo puede el gobierno responder, si las peticiones que provienen de una sociedad libre y emancipada son cada vez más numerosas, inalcanzables y costosas? Y si no lo puede hacer: ¿Cómo evitamos que la frustración y la insatisfacción generadas por las promesas incumplidas o por las demandas no atendidas perviertan el orden democrático y terminen generando ingobernabilidad y conflicto?

¿Por qué creer hoy en la democracia?

En palabras del autor: “Las falsas promesas y los obstáculos imprevistos de los que me he ocupado no han sido capaces de “transformar” un régimen democrático en un régimen autocrático”. ¿Por qué preferir hoy el régimen democrático a un régimen autocrático? Porque el contenido mínimo del régimen democrático es el único capaz de garantizar el ejercicio de las libertades fundamentales del hombre, apostando por elecciones periódicas, libres y competitivas, y porque las decisiones tomadas de manera concertada o en base al principio de mayoría, siempre son el resultado del debate libre entre las partes o entre los aliados de una coalición de gobierno, en donde la ciudadanía tiene mayores posibilidades de participar y ejercer control, en un clima de tolerancia y de no violencia.

Esto quiere decir, como señala el autor, que aún “sin hacer alguna apuesta sobre el futuro de la democracia, mirando el entorno no como filósofos de la historia sino como simples cronistas del presente que se atienen a los hechos y no se permiten hacer vuelos demasiado altos- las democracias existentes no sólo han sobrevivido, sino que nuevas democracias aparecieron o reaparecen allí donde jamás habían existido o habían sido eliminadas por dictaduras políticas o militares”. Eso ha hecho que la democracia se haya convertido durante las últimas décadas en el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, teóricas y prácticas a nivel mundial. Por eso es importante no solo apostar políticamente por el futuro de la democracia, sino profundizar en su estudio.

Una Democracia Deliberativa para el Siglo XXI

Ahora bien, valiéndome de lo expuesto por el notable profesor argentino, Carlos Santiago Nino, en su obra titulada “La constitución de la democracia deliberativa”, considero que la democracia se justifica siempre y cuando sea entendida como un diálogo moral capaz de generar una perspectiva imparcial que pueda abarcar sin reservas los intereses de todos los ciudadanos, sobre todo los de aquellos que pertenecen a grupos que históricamente han sido excluidos del proceso de participación y deliberación pública.

Así, por ejemplo, en el referido libro se advierte que el autor critica duramente al presidencialismo, sobre todo al latinoamericano, y apuesta por una participación ciudadana mayor y más directa en la vida política de nuestras sociedades, lo que implica -necesariamente- reivindicar y fortalecer el papel de los partidos políticos.

En esa línea, lo que se propone Nino en la referida obra es superar las limitaciones y contradicciones propias de la democracia representativa y democracia directa, respectivamente, entendiendo que en clave constitucional la democracia debería ser comprendida como una forma que combina tres elementos centrales: 1) Constitución histórica; 2) Constitución ideal de derechos; y 3) Constitución ideal del poder, demostrando -con argumentos más que suficientes- que estos tres elementos pueden fortalecerse mutuamente sin entrar en conflicto.

No obstante lo antes señalado, es preciso advertir, como lo hizo en su momento el genial Roberto Gargarella, que cuando hablamos de Democracia Deliberativa es necesario reflexionar sobre algunas preguntas fundamentales para el debate político actual: ¿Resulta preferible un sistema presidencialista plebiscitario, o un sistema parlamentario? ¿La idea de discusión pública excede los límites de la discusión entre políticos, o tiene que ver, exclusivamente, con la discusión entre funcionarios públicos? ¿Debe resultarnos preocupante el hecho de que la mayoría de la población sea relativamente apática en materia política? ¿Debe preocuparnos o no que la comunicación pública dependa, fundamentalmente, de la capacidad económica, de los lazos con el poder o de las amistades de aquellos que pretendan hablar? ¿Debemos alarmarnos o no cuando ciertos temas de interés público resultan sistemáticamente relegados de la agenda de la discusión colectiva?

Como se puede apreciar, se trata de una serie de interrogantes cuyas respuestas, sin lugar a dudas, definen el camino que debemos seguir para alcanzar ese ideal de debate público que debe estar presente en toda Democracia Deliberativa. En esa línea, debo parafrasear a Gargarella cuando se pregunta lo siguiente: ¿A una democracia le debe bastar, por ejemplo, con el hecho de que no existan restricciones a la discusión para que sus ciudadanos se sientan satisfechos con el citado ideal del debate público, o debemos ser mucho más rigurosos y exigir incentivos en favor de tal debate? Estas son preguntas que intentaremos resolver en futuras columnas.

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