Punto de Encuentro

Fariseismo al descubierto

Ángel Delgado Silva

La reciente captura de César Villanueva Arévalo no debe interpretarse como una detención más. Por el contrario, puede ser un punto de inflexión para la inteligibilidad del luctuoso y complicado  proceso político peruano, donde el juego de máscaras, más la abundante y destemplada retórica, enrarecen la visión a punto de ignorarse quién es quién. Empecemos.

El incriminado no es un funcionario cualquiera. Ha sido Premier desde abril del 2018, cuando Vizcarra asumió la jefatura del Estado Y se mantuvo en el poder hasta marzo del año en curso. Once meses y seis días, más que Del Solar y Zeballos juntos. Fue el tiempo vizcarrista más prolongado, siendo segundo del régimen. Pero hay más.

El Premierato fue la apetecible recompensa para el capitoste de intrigas y manejos oscuros, en la trastienda parlamentaria. Métodos para consumar la felonía contra Kuczynski y ungir a su socio Presidente. Fue eficaz en la siniestra tarea de conspirar con tirios y troyanos, entre Lima y Ottawa, repartiendo prebendas y sinecuras a granel. ¡Qué duda, nadie más poderoso después de Vizcarra!. Mas no es todo.

Con dicho poder reúne fiscales en un restaurante público, para negociar su impunidad. Tejer redes corruptas dentro del Ministerio Público –Lava Jato incluido– revela permeabilidad ante los tentáculos del poder. Se dice, entonces, que se prefirió abortar la investigación prematuramente, en lugar de desenrollar toda la madeja y llegar a los capos enquistados en la cúspide estatal. Una cosa final.

Villanueva era el  portaestandarte de la moralización vizcarrista. El ariete más mordaz, ácido y despiadado contra PPK, Chávarry, jueces, congresistas, partidos, etc. El campeón de la anti-corrupción a pesar de su tratos delictivos con Odebrecht, desde tiempo atrás. Carecía de escrúpulos para denostar y acusar a otros. Ser corrupto es muy malo. Pero serlo y cebarse cruelmente con los demás, denota un corazón ruin, una maldad infinita, un espíritu abominable, una bajeza sin nombre. ¡Un miserable en todo el sentido de la palabra!

 

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