Punto de Encuentro

¿Y la salud mental qué?

Jimena Guevara Delgado

Desde que se inició la pandemia, la OMS decretó que el impacto en la salud mental venía por añadidura. El jueves 30 de abril se conmemoró el Día del Psicólogo, y la pregunta es: qué hace y qué hará el gobierno para preservar la salud mental de sus ciudadanos.

Con el difícil protocolo de defunción ¿dónde queda el dolor de los familiares sin un último adiós? ¿O de los médicos, enfermeras, policías, militares y sus familiares? Más adelante, ¿Qué se hará con la depresión, las fobias, el estrés postraumático, las habilidades sociales de los niños…?

El tiempo de reconocer al humano como humano fue ayer. Ahora es fundamental contar con servicios que atiendan a las individualidades afectadas y a la vez que las autoridades entiendan el difícil estado psicológico de la población. Sin embargo, con el vergonzoso 0,1% del PBI destinado a salud mental esto es imposible.

Los psicólogos reconocemos que el país es diverso y que los motivos que llevan a una misma emoción varían de persona a persona. Pero, así como los intereses, ideologías, necesidades nos dividen, sabemos que la capacidad de sentir amor, miedo, tristeza, alegría, nos une

En 44 días de aislamiento, el presidente no ha mencionado alguna medida en aras de la salud mental. Parece no considerarla como un eje transversal a las medidas públicas, y su postura es antagonista a la situación. Usa argumentos inconsistentes para culpar a los ciudadanos por una coyuntura que no descifra ni logra resolver.

Hace unos días, un médico consternado esbozó las dos pulsiones que varios profesionales de servicio (quienes más que nunca encarnan este atributo) tienen como disyuntiva: vivir para ayudar vs. no contagiarse ni contagiar a los suyos en el intento.

Frente este panorama, un escenario psicológico posible es la desesperanza aprendida que se produce cuando una persona ante un problema incontrolable e impredecible, percibe que las consecuencias será inevitables sin importar lo que haga. Interioriza que la conducta personal y las consecuencias no guardan relación lo cual lo lleva a reducir el esfuerzo para enfrentar un problema que lo percibe muy devastador.

La desesperanza aprendida, en los niños, se asocia al fracaso y la deserción escolar. En los adultos se manifiesta a la falta de deseos de trabajar, la ansiedad, depresión, entre otros, dicho esto de modo general. A nivel macro social, podría reflejarse en el abandono de las personas a su suerte y al incumplimiento de las normas gubernamentales.

El presidente fomenta este escenario cuando no ofrece soluciones que apacigüen y peor aún al invalidar y demeritar los esfuerzos de quienes peor pasan el aislamiento. Cuando lo cierto es que la falta de mejoras tiene origen en acciones fallidas que esperemos cambien de rumbo. Porque solo un gobierno ineficaz trasmite la idea que la cura resulta peor que la enfermedad.

En lo personal, apuesto por la calidad humana. Los psicólogos venimos esperando por años que nos llamen para recuperar la salud mental. Por favor, háganlo. Aquí estamos para ayudar desde lo mucho, lo poco, lo necesario. Instalen líneas nacionales gratuitas exclusivas, plataformas de video atenciones, y más adelante apuesten por la salud mental. De repente no pondremos pan sobre la mesa  Pero sí  un oído donde haya una voz, una palabra donde haya un vacío y aliento donde la silla quede vacía.

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