Punto de Encuentro

Hugo Blanco ante la historia

Claire Viricel

«Cuando yo fui al Cusco y me di cuenta de cómo se trataba como animales a la gente, eso no lo había visto nunca. El latifundismo serrano es muy diferente del latifundismo costeño. Se vivía en el Cusco una etapa precapitalista. Sin el Cusco jamás hubiera surgido el APRA [1924].» Habla Haya, 1983, pero el APRA no tendrá arraigo en la sierra. La historia daría la razón a González Prada: «el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización de sus opresores» (1908), gracias también al 'factor externo', recurrente en la historia peruana: Hugo Blanco, un agitador que dice tener más que siete vidas.

Años 50. En el Perú agrario, domina el latifundio —«un Estado dentro de otro Estado» (Neira)—, la tierra está en manos de familias terratenientes criollas, un sistema heredado de la encomienda virreinal. «Los latifundistas gozaban de un poder absoluto. Los órganos represivos como la Guardia Civil y la Policía de Investigación del Perú estaban bajo la autoridad de la gran familia» (Lust). «Los latifundistas podían controlar toda la tierra que quisieran, pero su valorización dependía del trabajo gratuito de los indios» (Bonilla). En la costa, sí había llegado la mecanización y el asalariado. En la sierra, la hacienda no valía nada sin indios, «la mano de obra tratada como siervos o esclavos por los dueños de la tierra» (Carpio Muñoz). La presión demográfica empujaba a los comuneros a buscar más tierras para sobrevivir.

En el valle de La Convención, Cusco, se producía café y el mayor producto bruto provincial (33,6%), con un per cápita de 1357 soles versus 260 soles en el resto del departamento (1957). Los rendimientos altos eran fruto del trabajo («mejoras») de los arrendires (o yanaconas), indios comerciantes que arrendaban tierras al hacendado a cambio de trabajar 10-15 días mensuales gratis para él. Era tal el auge económico que las mejores tierras las tenían entonces los arrendires y no el latifundista que empezó a codiciarlas, buscando por la fuerza expulsar al arrendire. Por su lado, el arrendire no alcanzaba a cumplir los 10-15 días de trabajo gratis y trabajar su tierra (aun con toda su familia). Así, empezó a subarrendar su tierra a otro campesino, el allegado, a cambio de que este laborase a su vez horas gratis para él y el hacendado. ¿Bastaba? No. El allegado padecía la misma situación que el arrendire, le faltaba disponibilidad, entonces contrataba a otro campesino, el suballegado, para subarrendarle un pedazo de tierra a cambio de que trabajase días gratis para el allegado, el arrendire y el latifundista. Una situación muy precaria, inviable: no tenían tiempo para trabajar para sí. En esta cadena de explotación, todos arrendaban a otro. Pero existía otro tipo de campesinos, los sin tierra: los contratados solo para las cosechas, llamados habilitados, y los al servicio del campesino contratante, llamados tiapacoc, con salario miserable. Así, los arrendires entraron en conflicto abierto con los latifundistas que les negaban la explotación capitalista de sus tierras. Querían crecer, vender más, necesitaban crédito y para ello, la propiedad de la tierra. Empezaron a defenderse formando sindicatos y declarándose en huelga indefinida.

En 1958, Hugo Blanco, cusqueño, había vuelto de Argentina. Allí, estudió agronomía y se hizo trotskista. Decidió volverse arrendatario en la hacienda de Romainville, Chaupimayo, La Convención. Vivió con los campesinos y los entendió. Con su experiencia política, puso postas médicas, escuelas e impulsó la resistencia a la expulsión multiplicando los sindicatos campesinos. Fue el motor político de una lucha emprendida por los campesinos. «Si en 1956 había 219 sindicatos registrados en todo el país, en 1962 había 725» (Neira). «Durante el periodo de Blanco se crearon 148 sindicatos. El 20/08/1961, veinte de ellos decidieron no aceptar las sentencias de desalojo de las tierras ocupadas» (Lust). El Frente de Izquierda Revolucionaria de Hugo Blanco proponía la ocupación de tierras que los indios llamarían 'recuperación' pues se les había despojado de ellas en siglos. Su método era apoyado por la mayoría de las masas campesinas. Los sindicatos de La Convención y Lares eran vanguardia nacional. Pero en la costa, se discutía más las condiciones de trabajo que la propiedad de la tierra. Ese año 1961, Blanco, apoderado por las masas, decreta la reforma agraria en Chaupimayo: arrendires y allegados se vuelven propietarios, y los sin tierra se reparten las tierras eriales. Una reforma agraria, informal, por abajo. Un precedente.

Ante ese levantamiento del sur, el 24/04/1962 el gobierno de Prado anuncia una reforma agraria. Temiendo, entre otros, el contagio y los efectos de la huelga prolongada, una Junta Militar presidida por Pérez Godoy lo destituye (18/07) para poder tener la situación bajo control. Se militariza el valle hasta la elección de Belaunde (junio 1963). El 05/12/1962, la federación de campesinos declara una huelga gigantesca, dejan de trabajar para los hacendados, los expulsan y ocupan sus haciendas. «Cerca de 250 mil hectáreas cayeron en manos de 120 sindicatos, más de 100 haciendas ocupadas» (Lust). La Junta promulga una ley de reforma agraria el 28/03/1963 pero solo concierne tres haciendas pequeñas y 200 arrendires. Insignificante pero decisivo: las ocupaciones de tierras se extienden luego por todo el país. ¡Tierra o muerte! Blanco, combatido por la derecha, pasado a la clandestinidad, es detenido el 30/05/1963. En mayo de 1964, Belaunde implementa la reforma agraria en toda La Convención.  

¿Qué había sucedido con Blanco? La reforma de facto de 1961 en Chaupimayo trajo la necesidad de autodefender la propiedad recuperada. Las asambleas de campesinos eligieron a Blanco para montar una milicia (Brigada Remigio Huamán). Luego fomentaría muchas otras, «para no tomar las características de una guerrilla» (sic), eso no era lo suyo. «Blanco y el FIR no compartían las tesis de la lucha guerrillera» (Béjar, exguerrillero). Armados mediante compra, extorsión o mismo robo de armas, lograron moderar la represión de los hacendados, furibundos por el desorden creado. Tanto que uno de ellos, acompañado de un guardia civil para buscar y tomar preso a un líder sindical, disparó sobre su hijo de 11 años que hizo mutis. Le rompió el brazo (Blanco, dixit). El padre pidió ayuda a Blanco para quejarse ante el hacendado. El 14/11/1962, camino a la hacienda, en el segundo puesto ineludible de la Guardia Civil, Pucyura, fue cuando empezó la segunda vida de Blanco. Iba acompañado, y le dice al guardia que viene para pedir cuentas al propietario por el niño herido, al tiempo que saca su revólver y le pide entregarle su arma. Y antes que el guardia le disparase, Blanco abrió fuego. Siguió un tiroteo que acabó con la muerte del oficial Briceño, por la cual se le condenará en 1966 a pena de muerte. Su tercera vida, la debe a Amnesty International, Sartre, Simone de Beauvoir y Vargas Llosa quienes, desde París, la defienden por su acción libertaria en favor de los explotados. Su condena se convierte en 25 años de cárcel. Velasco lo amnistía cuando vigente la Reforma Agraria (1970). Descarta trabajar con él y es deportado a México.

Ante la historia, Blanco es la cabeza política de la revolución —capitalista— de los arrendires, que el dirigente de los sindicatos campesinos cuzqueños Saturnino Huillca continúa pacíficamente, y termina en 1969, derrumbado desde arriba el orden social premoderno.

NOTICIAS MAS LEIDAS