Punto de Encuentro

La lección de 1905

En la Rusia Zarista existía un sinfín de características que derivaban de la concentración del poder en Nicolás II. El principal, sin duda alguna, era la desigualdad social que imperaba en niveles sumamente altos y germinaba la insatisfacción popular dentro del territorio ruso. Por consiguiente, el gigante eurásico constituía uno de los principales imperios del mundo en el que una revolución podía acaecer en cualquier momento. Es así que en el año 1905 se inicia una ola de manifestaciones encabezadas por obreros y campesinos que tenían por objetivo conseguir múltiples reformas laborales. Una de las principales protestas fue bautizada como ‘’Domingo sangriento’’ por la cantidad de víctimas que perecieron cuando se dirigían pacíficamente al Palacio de Invierno a comunicar sus demandas. La aplastante masacre llevada a cabo por las fuerzas del Zar propició que, en distintas localidades, aumentasen las insurrecciones por parte de los pobladores rusos y las fuerzas armadas. Al año siguiente se llevaría cabo uno de los más pintorescos levantamientos militares de la época. Ocurrió en el famoso acorazado Potemkin, en donde la marinería se rebeló a sus oficiales y terminó adueñándose de la nave. Lo curioso de este episodio es que la causa fundamental de los marinos fue el evitar ser fusilados por su negativa a ingerir carne putrefacta. Evidentemente, ante estos sucesos el Zar Nicolás II trató de apaciguar a los rebeldes firmando un documento en donde concedía diversas reformas en pro de la población. Este documento sería conocido como el ‘’Manifiesto de Octubre’’ y en sus aspectos más resaltantes se destacaron la apertura de libertadores civiles, la creación de los primeros soviets, la legalización de partidos políticos y la instauración de la Duma Imperial como orden legislativo central.

Posteriormente, las concesiones otorgadas representarían una efímera victoria que sería aplastada por la represión zarista en todas sus variantes. La duma fue reformada convirtiéndose en un órgano de rango menor y disuelta en múltiples ocasiones, la prensa opositora fue censurada y los soviets vilmente perseguidos. Asimismo, la constitución de 1906 reafirmó al Zar como gobernante absoluto del imperio. La esencia de la autocracia permanecía intacta. No se había logrado una transformación sustancial que beneficiara al grueso de la población rusa, pues los resultados fueron superficiales a fin de controlar a la masa. Los errores se evidenciaron gradualmente y el desánimo imperó. A pesar de ello, se empezaban a trazar los primeros bosquejos de revolución. El pueblo comprendió la necesidad de ser conducido por una organización política y adquirió el conocimiento suficiente para evitar ser nuevamente sorprendido por meras reformas intrascendentes. Cabe resaltar que la valiosa experiencia de 1905 sirvió como eje central a las fuerzas bolcheviques en  su gesta de octubre de 1917. Es así como se llevó a cabo la primera de las tres revoluciones rusas; tal vez de la que menos se haya hablado, pero la que más aportó y, en suma, la que delineó el camino para la creación de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

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