Punto de Encuentro

La deuda ecológica: a propósito del caso REPSOL

A partir del desastre ecológico protagonizado por REPSOL en la costa de Ventanilla, muchos comentaristas recordaron el terrible accidente del buque petrolero Exxon Valdez. El encallamiento de la embarcación en Alaska produjo impactos que hasta el día de hoy son materia de estudio.

No debemos olvidar que, además del derrame de petróleo del Exxon Valdez, es necesario debemos incluir otros accidentes que causaron enormes impactos en el medio ambiente. Por mencionar a los más graves: el hundimiento del Prestige en Galicia o los accidentes nucleares en Chernóbil y Fukushima. En Perú tenemos nuestros propios desastres ambientales, como el caso de La Oroya (en el año 2000 fue identificada como una de las 10 ciudades más contaminadas del mundo), los permanentes derrames de petróleo en la amazonia, el mercurio en Choropampa, etc. Pero de estos temas no se habla, porque es el otro Perú, el de las provincias. Los “opinólogos” de Lima miran hacia afuera, nunca hacia dentro.

La defensa del medio ambiente tiene una importancia mayor en las agendas políticas. Sobre todo, ha sido y es una de las reivindicaciones más justas de los movimientos de izquierda democrática. Superando dogmatismos de un marxismo de catequistas, la izquierda democrática (en su vertiente socialdemócrata, laborista, etc.) ha comprendido que vivimos en una era que algunos sociólogos denominan como “sociedad de riesgo”, donde las actividades humanas puedes causar, a partir de hechos aislados en lugares remotos, catástrofes globales. La Pandemia COVID-19 es una muestra de ello, un ejemplo nefasto ya que no hubo sanciones contra el gobierno chino por no controlar sus políticas sanitarias (Merkel y Trump hablaron de sanciones, pero luego Biden y otros líderes decidieron pasar el asunto “por agua tibia”).

Estos accidentes son inevitables, pero si se generan mecanismos para actuar con rapidez frente al desastre, asumiendo el Estado el liderazgo necesario mediante planes de acción, se podría reducir los efectos. Nuestro sistema jurídico estableció el “principio precautorio” para detectar posibles daños ambientales mediante la adopción de políticas de protección. Como ocurre siempre, una cosa es la normas y otra la realidad. En ese sentido, el “principio precautorio” es una declaración de buenas intenciones sin ningún correlato con la implementación de políticas: ¿sabían las autoridades que REPSOL tiene más de 30 denuncias en su palmarés de infracciones ambientales? ¿si cambiaban la Constitución se evitaba la tragedia? ¿es usted un bobo, Sr. Cerrón?

Este acontecimiento no me recuerda al caso Exxon Valdez. Más bien, me trae a la memoria al ministro Fraga con bañador, saliendo del mar, mostrando a la población española que no había ningún riesgo en las costas, luego de la caída de un bombardero nuclear estadounidense cerca a Andalucía. Seguramente al profesor Castillo no le alcanzaron el bañador para que se diera un chapuzón, o no sabe nadar (recordemos que en Chota no hay mar). Lo que sí sabemos es que, en la orilla, la Sra. Vásquez lo esperaba con sus bolsitas, cortesía de REPSOL, para matar las penas.

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