Punto de Encuentro

Alan García, el estadista

En épocas donde el ocupante del Sillón de Pizarro, con mucho esfuerzo, puede articular unas pocas palabras sin mucho sentido lógico y argumentativo, en la que prima la mediocridad, que se puede contrastar en el entorno que rodea al inefable chotano, es inevitable recordar al presidente Alan García y su legado que la historia está encargando de reivindicar, más allá de más de veinticinco años de infamias y difamaciones de cierto sector de la prensa, la izquierda no democrática y la oligarquía empresarial.

En la biografía de un político como Alan García se encontrarán errores (es parte de la condición humana y, tal vez, más notorios por la abrumante personalidad del ex presidente) pero, por encima de todo, actos de grandeza. García recuperó, luego del exilio, a la política como forma de transformación de la sociedad, de medio para alcanzar la justicia social y la capacidad estimulante para la generación de un proyecto político que mezcle, el análisis sereno y comprometido, con una inmensa capacidad de gestión en los asuntos del estado.

Alan García es el creador de la agenda social del siglo XXI. Luego de años de autoritarismo político y mercantilismo económico, propuso al pueblo una agenda que tenía como objetivo central, generar política que se centrara en el desarrollo de los verdaderos y reales sectores productivos, aquellos que, fundamentalmente, son intensivos en mano de obra como la agricultura, la construcción y las MYPES (sobre todo aquellas dedicadas a la manufactura). Fue un severo crítico de las denominadas “services” y del acoso de la SUNAT como un órgano equivalente a la GESTAPO para los pequeños comerciantes.

Lo que muchos consideran como “verborrea” del líder aprista, fue en realidad un retorno a la política, pero a la política de las ideas. No a la del insulto o de las invectivas. La política, como actividad esencial en la vida en sociedad, que no puede ser dejada en manos de tecnócratas que miran la realidad a través de tablas, gráficos y fríos números. Sino aquella que, siendo discípulo de Haya y de los líderes históricos del partido, pudo conocer directamente: la realidad de un país rico pero desigual, en el cual el estado debía confluir con el empresariado en un proyecto que beneficiara a las grandes mayorías.

La gran política en el Perú, tal como la entendíamos aquellos que nos apasiona la historia, de alguna manera muere con Alan García. Seguramente entraremos a una nueva fase en la que personalidades grises, anodinas, pretenderán ocupar el poder “como cadalso para satisfacer bajas pasiones”. El legado del dos veces presidente es, indubitablemente, la recuperación de la política como arte de gobernar para beneficio del país, lo que solo los grandes gobernantes entendieron que era la “razón de estado” que ha sido olvidada en estos últimos años para beneficio del mercantilismo empresarial y de proyectos desfasados como el socialismo del siglo XXI.

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