El presidente Pedro Castillo es un muñequito de cuerda. Posee vida, y movimiento, según las voluntades e intereses de, principalmente, dos oposiciones y dos manos que le jalan la cuerda a desiguales distancias en señal de la asignación de distintos tiempos de sobrevivencia presidencial. Por una u otra mano, el razonamiento de consenso es que Castillo va a caer porque se le acaba la cuerda. El disenso de la caída reside únicamente en el tiempo y en la cronología de la sucesión: La oposición caviar, y de izquierda en general, jala la cuerda a distancia corta, pues busca que Castillo renuncie inmediatamente a fin de que la sucesión presidencial recaiga en la vicepresidenta Dina Boluarte, en razón de que ella sería Martín Vizcarra 2.0, por tanto, ésta cerraría el congreso de la república y convocaría a elecciones complementarias para el mandato congresal. En tanto que, la oposición democrática, y de derecha en general, jala la cuerda a distancia media, pues busca que Castillo aún permanezca en el cargo para inhabilitar previamente a Boluarte, en razón de que tras la renuncia de Castillo se establezca un gobierno de transición democrática, por tanto, éste convocaría a una nueva elección para elegir únicamente al presidente y vicepresidentes de la república, con la subsistencia del actual mandato congresal.
Michel Foucault no busca una definición del tiempo, pero sí encuentra que el tiempo es un procedimiento que pudiera ser político, un dispositivo de disciplinamiento. Nuestro filósofo, en Vigilar y castigar, acierta en cuanto a que la vida moderna tiene una especie de nueva regulación del tiempo, por supuesto ello incluye la vida política. Dice: “El tiempo penetra el cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder [de quien lo ejerce]” (por supuesto, el entre corchetes es mío). En castillo, por obra de las manos que le jalan la cuerda, el tiempo político ha dejado de ser un elemento auto-organizador, auto-consciente de sus propios actos políticos y hasta de sí mismo. Ya es definitivo, su tiempo político es una construcción de la oposición que le asigna, le controla y le castiga su rítmica, su velocidad y su demora. El actual proceso político inaugura una temporalidad novedosa en la política peruana: La oposición ejerce un tiempo disciplinario y de vida sobre el presidente. Se trata de una trama total y permanente, que atraviesa todas las partes y todos los instantes finales de este gobierno.
El realismo político de los congresistas, de oposición y de no oposición, ha llevado a que éstos firmen un “compromiso de honor”, en el cual se lee: “declaramos que en caso se produzca una sucesión constitucional, someteremos esa distinta responsabilidad a la decisión de los miembros del Congreso, por lo que la inscripción de la candidatura [de la actual presidenta Lady Camones] será bajo el estricto compromiso a que, de producirse una renuncia, vacancia o impedimento de ejercer la Presidencia de la República por parte del señor Pedro Castillo Terrones y la señora Dina Boluarte, quienes nos representen en la mesa directiva del parlamento renuncien a los cargos para los que hayan sido elegidos, debiendo someterse a votación una nueva Mesa Directiva y, en consecuencia, se pueda elegir a quien asuma las funciones de la Presidencia de la República, conforme a la Constitución del Estado”. La caída presidencial es tan inminente que, en este memento mori político, casi todos los congresistas, incluidos los llamados “niños”, suscribirían este compromiso procedimental.
Hoy, Castillo es un presidente muñequito de cuerda y, a la vez, doblemente un niño: Terminará por anticipado su mandato presidencial en lo que para los clásicos es la enfermedad infantil del comunismo, y en lo que en su caso es la enfermedad pueril de la corrupción. Las dos oposiciones y sus dos manos, que le jalan la cuerda a Castillo, también hacen que Foucault adquiera vitalidad una vez más: “cada instante que transcurría estaba lleno de actividades múltiples, pero ordenadas; por otra parte, el ritmo impuesto por señales, silbatos, voces de mando, imponía unas normas temporales…”. Por supuesto, Castillo tiene una mala, malísima, economía del poco tiempo que la oposición le ha asignado, al extremo de haber perdido la iniciativa. Finalmente, el mensaje presidencial de estas fiestas patrias es de una narrativa absolutamente ideográfica, sin tiempo ni lugar, al punto que Castillo bien pudiera terminar su discurso, y hasta su mandato presidencial, en medio del clamor popular por su renuncia, pero canturreando la ronda infantil del compositor latinoamericano Raúl Maya: “Como muñequito quiero caminar, si no me dan cuerda me voy a parar. Ya tengo cuerda, voy caminando… pero ya la cuerda se me acabó”.