Punto de Encuentro

Haya de la Torre en Rusia

               Claire Viricel

1924. El gran político peruano va a conocer la Rusia soviética para "informar con acierto a los obreros del Perú y a la juventud de nuestra América lo que Rusia es". Su viaje, de junio a octubre, es parte del libro Haya por Haya. Apuntes para sus memorias, un gran trabajo de compilación de Guely Villanueva, estudioso aprista chiclayano. Así tenemos las memorias que Haya no alcanzó a escribir. El político, el compañero, el pensador y sus circunstancias trágicas, que luchó por la democracia y la justicia social toda su vida. Es obra editada por el Congreso del Perú (2009). Pasemos pues un momento con Haya de la Torre.

«Iba sin prejuicios, sin exaltaciones. Entonces Rusia era todavía tierra semiilegal, país de leyendas siniestras y de espionaje sórdido; campo de batalla en el que humeaban aún los rastros de la devastación contrarrevolucionaria. He venido provisto de una credencial de observador de la Federación Obrera de Lima. He hallado facilidades en la Universidad de Moscú, en los sindicatos de escritores y artistas, en el sagaz y talentosísimo Lunacharsky. Saben que no soy comunista. No temen al observador, aunque se empeñen siempre en mostrarle solo lo bueno. Busco lo que debo buscar. Día a día comprendo mejor que Europa es Europa y América es América; pero esto no basta. Hay que ver mucho para descubrir el ritmo de la historia, porque para eso los libros no bastan. Estoy visitando escuelas. La cuestión educativa me preocupa y es aquí función esencial del Estado. Concurro a la tribuna de periodistas del V Congreso Mundial del Comintern y he visto ya desfilar por la plataforma a todos los dioses mayores del olimpo soviético. A Zinoviev, rechoncho y bastante afónico; a Kalimin, sencillo, viejo campesino de tono muy monótono; a Stalin, vigoroso, imponente, con su gesto astuto y sus largos discursos, aparentemente sin mayor elocuencia; a Rikov, más vivaz; y a Clara Setkin, la vieja luchadora alemana que, con Losovsky y los líderes sindicales franceses y alemanes, son ahora figuras mimadas de las masas entusiastas. A cada uno le he estrechado la mano y le he visto de cerca. Guardo la impresión general de que saben poco de las condiciones de nuestra América. Por Estados Unidos guardan la admiración que causa lo grande, lo rico y lo super moderno.

A medida que transcurran las semanas progresaré en el estudio del ruso. Me interesa ver, oír, sentir y comprender al pueblo; explorar su conciencia, acercarme a su alma. En Rusia, se nota curiosidad ingénita del pueblo hacia el extranjero. No hay ruso que no tenga una idea más o menos exaltada y romántica del mundo situado más allá de sus fronteras. Antes de la revolución, el nombre de París sonaba a voz de llamado, a meta de aspiraciones y de anhelos entre las clases cultas. Hoy, es América. Los Estados Unidos constituyen el punto de atracción de la curiosidad rusa por lo foráneo. Durante mis viajes por el Valga, nadie entendía mi nombre. Yo era para campesinos y komsomols, simplemente América. Y este nombre atraía hacia mí a los más huraños campesinos y me abría muchas puertas. Los comunistas aspiran hoy a levantar a Rusia más arriba que América. La propaganda abarca hasta a las escuelas. En una Casa de Niños, cerca de Moscú, un chiquillo me mostraba el mapa de Rusia y el de los Estados Unidos, ambos hechos por él. Comentaba con su sonrisa satisfecha: "¡Somos más grandes!, ¡somos más grandes!". Vi todo lo que al propagandista ruso le interesaba mostrar. Noté que se ocultaba siempre aquello que no podía dar buena impresión.

Cuando conversé con Lunacharsky le dije francamente que yo deseaba ver lo bueno y lo malo. Comprendió, y con rotunda franqueza me habló de triunfos y fracasos. Pero estaba de acuerdo: yo debía ver lo bueno y lo malo. Así aconsejó a mis acompañantes: a los latinos, cuando no quieren dejarse engañar, nadie los engaña. Nuestro amigo es latino y es americano. Lo mejor es que vea todo. No es comunista, pero seguramente no tratará de desacreditarnos.

Poco a poco, en estos meses de Rusia, he ido haciéndome de muchos amigos entre los estudiantes obreros de universidades e institutos. Hay muchos que hablan otros idiomas. Yo voy progresando en el ruso, y así la comunicación se hace cada vez más rápida y más completa. El ruso es gran discutidor. Se apasiona con gran facilidad y alza la voz y agita los brazos como cualquier latino. Entre los muchachos, estas exteriorizaciones son más vehementes y ruidosas.

En mi viaje por el interior de Rusia pude ver muchas cosas sin traba alguna. Un día, cerca de Moscú, las autoridades locales estaban afrontando un conflicto. Millares de campesinos van en el verano a esa región de Oriejovo a recoger una tierra combustible que usan para su hogar durante el largo invierno. Por razones de economía y de distribución, se había reducido la cantidad que deberían recibir per cápita. Los campesinos habían protestado ruidosamente. Cuando llegué, el desacuerdo culminaba con la salida de los coléricos mujiks en trenes especiales que los llevarían a sus aldeas. Formando grandes grupos, cargados con sus sacos de tierra, lanzaban gritos hostiles. Ya entendía yo algo de ruso. Sabía distinguir bien la palabra daloi, abajo, muera ... La oí muchas veces aquel día, unida al nombre del Partido Comunista.

Un viaje por las regiones del Valga me ha permitido acercarme más al alma rusa. El mujik, este campesino ingenuo, vigoroso, poco sensual, que puede ser infinitamente tierno y furiosamente rabioso, astuto y egoísta, tozudo y místico, es el depositario de la vitalidad de la raza. Su madera es excelente; sana. Endurecida la corteza, roída apenas por alguno que otro mal gusano; el corazón es fino, compacto, vigoroso, bello. La savia, pura, fresca, nueva, se nutre y satura en la ancha tierra que purifica y castiga un clima rudo, helado e inexorable como la muerte en el largo invierno, ardiente y seco en el verano breve. El clima ruso no favorece el caldo de cultivo de los impreparados físicamente para la vida. No prosperan en él los débiles. El invierno arrasa con los que carecen de la necesaria plenitud de energías para resistirlo.

Con un maravilloso conocimiento de la psicología de su pueblo, los dirigentes de la propaganda soviética han hecho más por la revolución que muchos soldados. Según entiendo, Lenin tuvo un alto sentido de esta actividad y supo graduarla, sistematizarla, acicatearla. Es increíble su efecto sobre la conciencia del pueblo ruso, especialmente si está bien hecha. Pedagógica, metodizada, dirigida a cada clase, a cada grado de cultura, a cada zona del país, la propaganda soviética es de efectos decisivos. Ella sabe cargar todo lo malo al pasado y aprovechar todo lo bueno al presente. La propaganda soviética ha aprovechado eficientemente la psicología del pueblo ruso. Sabe dónde y cómo opera. Por eso, quizá exportada su técnica no sea tan eficaz en Occidente. Y por eso también puede dominar a un centenar y medio de millones de hombres en el más vasto territorio nacional del mundo.» (pp.46-60)

99 años después, sobreviviendo a la Rusia soviética, el arte de la propaganda nutre una sangrienta guerra de reconquista de Ucrania improbable de ganar.           

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