Punto de Encuentro

A 50 años del golpe de estado en Chile

·         Rafael Rodríguez Campos

“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.  

Estas fueron las últimas palabras que el Presidente Salvador Allende pronunció antes de dejar este mundo, estas fueron las palabras con las que entró en las páginas de nuestra historia para ocupar un lugar privilegiado entre aquellos luchadores sociales que se atrevieron a soñar con un mundo mejor, dejándonos a todos los latinoamericanos una de las lecciones más importantes de valentía, honor y compromiso constitucional en la región.

El Bombardeo del Palacio de la Moneda

El 11 de setiembre de 1973, el Palacio de la Moneda era bombardeado por un grupo de militares golpistas que desconociendo el juramento constitucional que habían asumido ante su Jefe de Estado, y con el aval de los grupos de poder económico hiperideologizados de la derecha chilena y el auspicio del Gobierno de los Estados Unidos terminaron con la vida de su Presidente, para luego, asesinar a aquellos militares que no se apartaron del camino de la legalidad democrática y acabar con la que era una de las democracias más estables de nuestro continente.

El Plan de Gobierno de Salvador Allende

Como se recuerda, eran cinco las grandes reformas que el Plan de Gobierno de la Unidad Popular (coalición de izquierda) le proponía a los chilenos en 1970, las mismas que hicieron que Salvador Allende obtuviese la más alta votación en ese año: 1) Estatización de las áreas claves de la economía; 2) Nacionalización de la gran minería del Cobre; 3) Aceleración de la reforma agraria; 4) Congelamiento de los precios de las mercancías; y 5) Aumento de los salarios de todos los trabajadores.

La derecha chilena (golpista y conservadora)

No resulta extraño entonces, que hayan sido los sectores más conservadores y excluyentes de la sociedad chilena los que desde el inicio del gobierno de Salvador Allende hayan tratado, por todos los medios (incluyendo el sabotaje) de obstaculizar la puesta en práctica de estas reformas. En otras palabras, lo ocurrido el 11 de setiembre de 1973 no fue sino la consumación de un golpe cívico-militar que fue gestándose a lo largo de varios meses, el mismo, que no hubiera sido posible -a pesar del intervencionismo norteamericano- si un importante grupo de altos mandos militares chilenos no traicionaban los principios constitucionales que habían consolidado la tradición republicana en Chile, como bien lo explica Mónica Gonzáles, autora del libro “Los mil y un días del Golpe”.

Militares y empresarios golpistas

Pero las responsabilidades de los golpistas deben ser individualizadas, y como bien lo anotarán Ignacio Agüero y Fernando Villagrán, ambos directores del extraordinario documental titulado “El diario de Agustín”, es necesario señalar que fue Agustín Edwards, propietario del Diario El Mercurio (brazo mediático de la oligarquía chilena) junto a otros sectores empresariales, los que crearon las condiciones para el golpe de Estado, y fueron también ellos los que colocaron a Augusto Pinochet a la cabeza de este grupo de militares que luego pondría a Chile en manos de los poderes fácticos más conservadores y reaccionarios de ese país, para beneplácito de los capitales extranjeros, especialmente norteamericanos, que desde las sombras siempre se opusieron y complotaron contra el gobierno democráticamente elegido de la Unidad Popular.

La traición de Augusto Pinochet

Pero volvamos a la mañana del 11 de setiembre, volvamos al levantamiento golpista en el que además de la Fuerza Aérea, también participaron los carabineros (la policía chilena), volvamos a esos momentos en los que un grueso contingente de soldados, armados hasta los dientes, rodeaban el Palacio de la Moneda para tomarlo por asalto hiriendo de muerte a la democracia chilena. Algunos testigos afirman que en medio de la confusión y el desasosiego, el Presidente Salvador Allende alcanzó a pronunciar estas palabras: "¿Que será del pobre Augusto Pinochet?", se preguntaba el Jefe de Estado, pues para ese entonces no sabía que era justamente Augusto Pinochet uno de los cuatro militares golpistas que más tarde conformarían la Junta Militar de Gobierno convirtiéndose en el líder de una de las dictaduras más feroces de América del Sur.

¿Era Salvador Allende un tonto por confiar en Augusto Pinochet? Pero cómo no hacerlo, si el propio Augusto Pinochet le había jurado lealtad el 23 de agosto, 19 días antes del golpe, al designarlo Comandante en Jefe del Ejército por recomendación de su antecesor, el renunciado general constitucionalista Carlos Prats, asesinado en Argentina un año después por agentes de la policía secreta de la dictadura chilena, como bien lo explica Juan Cristóbal Peña, autor del libro “La secreta vida literaria de Augusto Pinochet”.

“Pero qué se han creído ¡Traidores de mierda!”

Los ataques y el bombardeo aumentaron con el transcurrir de las horas, la caída de la democracia chilena era inminente, razón por la cual fueron los propios golpistas los que se comunicaron con Salvador Allende para exigirle la renuncia, pero jamás imaginaron la convicción y firmeza democrática con la que Salvador Allende respondería: "Pero qué se han creído ¡Traidores de mierda!", les dijo el Jefe de Estado. Se trata, sin lugar a dudas, de una frase que refleja el carácter y el temperamento de Salvador Allende. Sin embargo, la suerte estaba echada, y con ella, el futuro de los miles de chilenos que fueron víctimas de la barbarie de la dictadura de Augusto Pinochet.

La barbarie de la dictadura de Augusto Pinochet

En 1991, el Informe de la Comisión Nacional de la Verdad y Reconciliación (Comisión Rettig) documentó 2,296 casos de personas que habían sido asesinadas, de los cuales casi un millar eran casos de desaparición forzada. En 2004 y 2005, el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión Valech) halló que 28,459 personas habían sido detenidas por motivos políticos y que la mayoría de ellas habían sido torturadas.

Además unas 200,000 personas habrían sufrido el exilio y un número no determinado (cientos de miles) habría pasado por centros clandestinos e ilegales de detención. La Comisión se reabrió en 2010 para evaluar más casos de desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, encarcelamiento por motivos políticos y tortura. En la actualidad, según cifras de los órganos de justicia chilenos, al menos 262 personas han sido condenadas por violaciones de derechos humanos, y hay abiertos más de 1,100 procesos judiciales.

La batalla contra la impunidad

Eso quiere decir que la batalla en Chile (como en nuestro país) debe continuar, con jueces y fiscales que luchan contra la corriente, desmontando estrategias legales que únicamente buscan la impunidad para militares y civiles que violaron sistemáticamente derechos humanos bajo la mirada y el silencio cómplice de los gobiernos de turno.

Hoy, a 50 años del golpe en Chile, cabría recordar lo que Castillo Irribarra, autor del libro “Pinochet, el gran comisionista”, dijo sobre la fortuna del dictador: “la riqueza del dictador superó los 29 millones de dólares, pero hay voces que dicen que esta suma es muchísimo mayor”. ¿Fortuna propia que se gana en una carrera militar y de servicio a la patria? No, claro que no. Las pruebas encontradas demostraron que Augusto Pinochet no fue únicamente un golpista que atentó contra la voluntad popular expresada en las urnas sino también un corrupto que echó mano del erario público.

En otras palabras, Augusto Pinochet no solo acabó con la vida de uno de los líderes políticos más importantes de la historia latinoamericana y con la de miles de sus compatriotas, sino también logró amasar una fortuna mal habida gracias al poder que ejerció sin otro límite que el impuesto por sus propias fobias y filias. Lo más curioso, como lo apunta Carlos Peña, es que “Augusto Pinochet es la enésima prueba de que las conspiraciones siempre acaban en manos de quienes tienen la astucia para, aprovechándose del remolino de la historia, hacerse un nombre”. No lo olvidemos para que la historia nunca más se repita ni en Chile ni en ningún otro país latinoamericano.

¡Salvador Allende! ¡Presente!

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