Repúblicas Defraudadas. ¿Puede América Latina escapar de su atasco? (Crítica:2023), es el título del nuevo libro de Alberto Vergara. Se trata, en palabras de James Robinson, coautor del libro ¿Por qué fracasan los países? (Crown Publishers:2012), de una “meditación profunda sobre el fracaso latinoamericano en su tarea de cumplir con la aspiración de construir repúblicas genuinas. Una lectura esencial para quien esté interesado en comprender el malestar político contemporáneo en América Latina”.
Al respecto, tomando como referencia lo expuesto por Vergara en el libro, aprovecharemos la oportunidad para exponer algunos apuntes sobre la situación política, social y económica por la que atraviesa la región en nuestros días.
América Latina está molesta, así lo indican las encuestas, lo confirman la sucesión de “estallidos sociales” en diferentes países (sobre todo durante la última década), y lo ratifica una ciudadanía que vota sin ilusión (pero al mismo tiempo con rabia), afirma Vergara.
Abstención y radicalización electoral
Así, los primeros efectos de este malestar generalizado los podemos apreciar en el campo electoral ante la presencia de dos fenómenos importantes: 1) La abstención electoral (pues el porcentaje de participación electoral -sobre todo en los países con voto facultativo- es cada vez menor); y 2) La radicalización electoral (pues se eligen opciones radicales/extremistas -ya sean de derecha o de izquierda- que capitalizan el descontento social haciendo suya la bandera “que se vayan todos”, y siempre -o casi siempre- apelando a un discurso populista, mesiánico y anti institucionalista).
Estabilidad y gobernabilidad
Esta fotografía acerca de América Latina nos lleva a reconocer, como bien lo expone Vergara, dos problemas políticos y constitucionales importantes para la gobernabilidad y estabilidad de la región: 1) América Latina es una región en la que las ciudadanías influyen poco en la política de sus países. Es decir, las decisiones de poder público se suelen tomar sin la participación de las ciudadanías; y 2) América Latina es una región en la que las personas cuentan con cuotas de libertad muy desiguales. Es decir, no todas las personas (en realidad muy pocas) ejercen sus derechos y libertades plenamente.
En otras palabras, América Latina es una región cuyas repúblicas no merecen ser llamadas con ese nombre, si entendemos que en una auténtica república el poder emana del pueblo y la ciudadanía ejerce sus derechos en condiciones de libertad e igualdad universal.
Porcentajes de terror
Pero más allá de ello, Vergara nos recuerda que, según el Latinobarómetro, la ciudadanía en la región presenta niveles de insatisfacción con la democracia que son francamente escalofriantes: 1) El 80% considera que en sus países no se gobierna para el pueblo, sino para los poderosos; 2) El 80% considera que sus políticos son corruptos; 3) El 90% considera que no tiene influencia sobre el proceso político de sus países (es decir, 9 de cada 10 personas estiman que sus intereses, necesidades o aspiraciones no son tomadas en cuenta por quienes adoptan las decisiones de poder público); y 4) Durante la última década el porcentaje de personas que considera que el Poder Ejecutivo puede prescindir del Poder Legislativo (disolviéndolo o cerrándolo, por ejemplo) se ha duplicado.
Ganar para perder en América Latina
Dicho ello, no debería sorprender que durante la última década los electores acudan a votar sin otra convicción que no sea la de sancionar a quien está ejerciendo el poder de turno (es decir, al partido y/o candidato oficialista). De allí que de las últimas 25 elecciones competitivas (excluimos de esta lista a las llevadas a cabo en regímenes dictatoriales como Venezuela, Nicaragua o Cuba), solo en Paraguay (hace algunos meses atrás), haya ganado el candidato del Partido de Gobierno. Se trata del histórico Partido Colorado, una maquinaria electoral con arraigo nacional fundado hace más de 100 años.
No obstante ello, quizá el próximo caso similar al paraguayo será el que nos ofrezca México si en las próximas elecciones presidenciales que se llevarán a cabo el 02 de junio de 2024, la señora Claudia Sheinbaum, candidata de MORENA (el Partido de Gobierno), logra convertirse en la primera presidenta en la historia de dicho país. Cabe apuntar que hoy la candidata Sheinbaum es la gran favorita para ganar las elecciones.
Del mismo modo, no podemos olvidarnos de lo que está por ocurrir en Ecuador, en donde tenemos una segunda vuelta que se llevará a cabo el próximo 15 de octubre en la que el candidato oficialista de centro-derecha Daniel Noboa (de Alianza Democrática Nacional) hoy con el 55% de las preferencias parece que se impondrá a la candidata Luisa Gonzáles (de Revolución Ciudadana), representante del correísmo, que alcanza el 45% de las preferencias.
Pero más allá de estos casos excepcionales, lo cierto es que el Partido de Gobierno en América Latina pierde 24 a 1 frente a los candidatos de los demás partidos. Con lo cual podemos afirmar, como también lo hace Vergara, que la única incertidumbre de las elecciones presidenciales en la región es saber quién le ganará al oficialismo.
No idealicemos a la ciudadanía
Pero más allá del malestar ciudadano con la democracia es importante tener presente, como nos lo recuerda Vergara, que no debemos caer en el error de idealizar a la ciudadanía sino más bien entender que la ciudadanía ha sido y es parte del problema republicano y democrático en América Latina. Y esto está relacionado íntimamente con la vieja relación existente en la región entre “los caudillos y sus clientelas”.
Tenemos -ejemplos varios- de diversos países (sino todos) en los que la ciudadanía está acostumbrada a relacionarse con presidentes, políticos o autoridades locales que reparten dinero. Entonces, la ciudadanía muchas veces rechaza a los gobernantes (incluso a los que hacen bien las cosas) esperando únicamente que ascienda alguien que sí la favorecerá de manera particular con un puesto de trabajo, una obra pública, u contrato de bienes o servicios o cualquier otra prebenda.
Sobre este punto, precisa Vergara, cabría recordar que los únicos tres regímenes autoritarios/dictatoriales que se construyeron en América Latina después de la caída del muro de Berlín fueron: 1) El Perú de Alberto Fujimori; 2) La Venezuela de Hugo Chávez (y hoy de Nicolás Maduro); y 3) La Nicaragua de Daniel Ortega, y que los mismos no surgieron contra las mayorías sino con el apoyo entusiasta de las mismas, tal y como sucede ahora en otros países de la región que avanzan en un franco proceso de endurecimiento del régimen,
Es más, hoy mismo, indica Vergara, los dos líderes latinoamericanos con más apoyo popular en la región como Nayi Bukele en el Salvador y Andrés Manuel López Obrador en México vienen socavando las bases institucionales del precario Estado Constitucional de Derecho en sus respectivos países, y todo ello con el aplauso de amplios sectores de la ciudadanía o con el silencio cómplice de quienes estando llamados a levantar la voz de alerta simplemente no lo hacen ya sea por interés (plata) o miedo (plomo).
El retorno del hombre fuerte
Por último, y como para demostrarnos que la historia política en América Latina es cíclica y no lineal, como la historia que contaba el genial Adolfo Bioy Casares en su novela “La invención de Morel”, nuevamente, en la región, frente a la amenaza de la inseguridad ciudadana ocasionada por la criminalidad, aparece o reaparece la figura del hombre fuerte que promete orden a cualquier precio. Lo hizo en su momento Jair Bolsonaro en Brasil, lo hace ahora Nayib Bukele en el Salvador y también lo prometen los candidatos con mayor opción presidencial en Argentina y Ecuador, respectivamente.
En todo caso lo más preocupante de todo esto es que no se requiere tener bastos conocimientos en Historia, como apunta Vergara, para reconocer que este tipo de figuras suelen dejar a los países peor de como los encontraron basta con revisar, por ejemplo, novelas maravillosas (basadas en la historia política de la región) como “La conversación en la Catedral” de Mario Vargas Llosa, “El otoño del patriarca” de Gabriel García Márquez; “La región más transparente del mundo” de Carlos Fuentes; “El señor presidente” de Miguel Ángel Asturias o “Yo supremo” de Roa Bastos, para saber en qué acaban las promesas de los líderes mesiánicos que alcanzaron el poder enarbolando las banderas de la mano dura y el orden a cualquier precio, y cómo a punta de un autoritarismo desbocado destruyeron las instituciones democráticas en sus respectivos países.