Claire Viricel
El gran microbiólogo francés viene a romper un paradigma, la "selección natural" y el "ancestro común" de Darwin, con su último libro Homo chaoticus: révolution dans l'évolution (Michel Lafon, París, 2024). Humanos y organismos vivos somos todos "mosaicos genéticos de origen múltiple". Esquemáticamente, la figura del "rizoma" desplaza al "árbol de la vida". En 285 páginas, nos demuestra el impacto de la revolución genómica sobre el conocimiento de la evolución. Venimos del azar, de las grandes catástrofes y las epidemias. Todo lo contrario de la "sofisticación genética" que se esperaba de la secuenciación del genoma humano: apenas un 2% nos sirve para sintetizar proteínas. Se le llama exoma. Al abrumador 98%, el ADN no codificante, con muchas secuencias repetidas, ADN basura. Empero es ahí donde ocurre lo más imprevisible de la evolución, una transmisión horizontal, infecciosa. Influye incluso en la epigenética, ese poder que tenemos, por nuestro comportamiento (nutrición, gestión del estrés, entorno social), de modular la expresión génica sin tocar al código genético.
Su teoría parte del estudio de la genética microbiana que enseña que el intercambio de secuencias de genes es una regla. En una célula eucariota (con núcleo), común a cualquier organismo vivo, el ADN, de cuatro bases y de doble hélice, se copia a ARN mensajero, de una sola hélice y de uso único. En un proceso de empalme (épissage), se eliminan las secuencias no codificantes (intrones), y se conservan las que codifican proteínas (exones, que conforman el exoma). El ARNm luego pasa del núcleo a la maquinaria biomolecular, los ribosomas. Estos decodifican el ARNm para traducirlo en cadenas de aminoácidos que componen la proteína necesitada en la célula misma o en otro lugar del organismo. Para el autor, en la misma célula eucariota se encuentra el primer ejemplo de "mosaicismo genético", las mitocondrias, orgánulos con ADN propio (ADN mitocondrial) que proporcionan energía. Son "una simbiosis de varias bacterias parásitas de la familia rickettsia, aparecida hace mil millones de años", cuatro veces más jóvenes que las bacterias. Y luego, en 1985, aparecieron los retrovirus en los humanos, como el del sida, que cambiaron el paradigma de la transcripción en sentido único (de ADN a ARN). Gracias a los virus se comprobó que el ARN, que tiene tres bases, se traduce a ADN en un proceso invertido. "Se estima en 70 mil los retrovirus integrados en nuestro genoma. Uno ha sido esencial en la evolución de los mamíferos pues dio lugar a la placenta." ¿Cómo funciona dicho retroproceso?
Los genes se trasponen horizontalmente (herencia no cromosómica) mediante los transposones. Son secuencias de ADN que cambian de lugar mediante los mecanismos de cortar-pegar y copiar-pegar. "Juegan un papel absolutamente enorme en la evolución", resalta Raoult. Se llama transposón o gen saltarín a la secuencia que cambia de ubicación en el genoma. Y retroposón a la secuencia que se copia a sí misma en ARN, y se retrotranscribe a ADN para ubicarse en otro lugar, donde podrá replicarse en cantidades variables. Si lo hace en las células reproductivas, podrá ser heredado. Transposones y retroposones representan el 45% de nuestro genoma (los transposones, el 3% de esta cantidad). Están en todos los organismos vivos, pero poco se sabe de su función efectiva. Ambos son responsables de mutaciones o alteraciones porque traen diversidad genética, y enfermedades derivadas de las alteraciones genéticas. No menores: "La multiplicación y el desarrollo de secuencias específicas en los humanos crearon la especie humana. Es esencialmente en los genes responsables de la actividad cerebral que se ha observado la inserción de transposones. Significa esto que la funcionalidad del sistema cerebral humano se origina en una epidemia de secuencias de transposones". Jugaron un gran papel en los neurotransmisores, añade el autor. "Un retroposón que tenemos los humanos y no los grandes simios explica el desarrollo divergente de sus embriones". Para él, todo eso significa que la vida probablemente empezó con las moléculas de ARN, menos estables que el ADN.
Después de los microbios, ¿qué enseñó la pandemia de Covid, el trasfondo del libro? Por primera vez, recalca Raoult, pudimos secuenciar un gran virus ARN durante una epidemia, conocer su naturaleza, su evolución. El coronavirus se volvió primero epidemia en China, Wuhan, luego epidemia en Europa y rápidamente pandemia. Con su equipo y dotados de secuenciadores con tecnología de punta, descubrieron que, una vez en Europa, tuvo dos mutaciones. Una, en su aparato de reproducción, en el ARN polimerasa, que genera 100 mutaciones más cada vez que se reproduce, dotándolo de una enorme adaptación. La otra, en la proteína de adhesión a la célula humana, la Spike, para aumentar su poder patógeno. O sea, un aumento de la especificidad, para infectar mejor, y una modificación génica para multiplicar su poder de mutación para adaptarse mejor, volviéndose así pandemia. Sorprendente. Este fenómeno, explica, suele darse en los virus ARN pequeños, no en los grandes. Sus antecesores (SARS y MERS) no tuvieron esa evolución, murieron pronto.
Ambas mutaciones dieron todas las variantes que siguieron, una situación inestable muy incómoda para los estrategas políticos e industriales que buscaban una vacuna. Ahora bien, "el inóculo Covid-19 podía alcanzar 10 mil millones de virus por huésped". Sabiendo que un solo virus ARN generalmente presenta una mutación cada 10 mil copias, las mutaciones crecieron exponencialmente. Mayor propagación y agravación de la enfermedad. "Entre 2020-2021 y hasta la aparición de Ómicron, tuvo 200 mutaciones favorables que le dieron una descendencia de más de 800 virus, todos secuenciados por nosotros." Raoult precisa que los virus tienen un tronco común que él llama el "genoma democrático", pero no define nunca un patrón patógeno estándar. Entre los millones de virus del inóculo, hay variantes con afinidades diferentes para receptores específicos. Tan es así que, "mediante autopsias, se comprobó que variantes distintas infectaban órganos distintos". Observaron también, a contrario, mutaciones poco favorables al virus que se acumulaban en el "genoma democrático". Se daban hasta 7 veces cada 15 días, lo que hace que una epidemia de variantes distintas dura 3 meses y medio. Observó, además, en otras formas muy contagiosas, la pérdida de un gen (ORF8), que lo volvió más virulento. Eso mediante el papel de una encima muy conocida, Apobec, considerada hasta entonces como defensa innata contra los virus ARN. "Ni favorable ni desfavorable al Covid-19, solo permitió mutaciones en células-objetivo que la encima reconoce". Así, resume, "es nuestro mismo cuerpo que transforma los virus de la Covid volviendo unos más virulentos o transmisibles, o desactivando otros".
Entonces, ¿quid de las vacunas? El profesor Raoult fue crítico de la vacunación obligatoria (inútil y nociva para ciertos segmentos etarios) en aquel momento. Por sabio y lúcido, por no servir los intereses del Big Pharma, gran lobista de las vacunas genéticas (Pfizer, Moderna). Recuerda que los efectos de las vacunas ARNm en el largo plazo son "totalmente imprevisibles". Porque "contienen también ADN concentrado, hasta un 7% de las secuencias inyectadas. Imposible saber el impacto en nuestra evolución y descendencia. Al estar encapsulado, este ADN puede ingresar a las células". Cualesquiera, se entiende. Transformándolas, como hace el proceso canceroso, o cambiando nuestro genoma.
Homo chaoticus no está listo para jugar con tijeras genéticas ni para terapias génicas. Nuestro ADN basura, ese gran desconocido, contiene la llave de nuestro futuro.