Punto de Encuentro

Los hombres malos no tienen música

7 Diciembre, 2015

Humberto Abanto

Las cosas serias se toman en serio, las ligerezas y baladronadas no. Ante estas últimas conviene mantener el buen humor, que permite ver lo risible de quien pretende burlarse de otro a punta de alardes tontos y disfrutar de lo hilarante de un catecúmeno del análisis económico del derecho –metodología jurídica de origen anglosajón que algunos, como él, han elevado al grado de ideología– calificando de llamativo que un partido histórico haya copiado un himno extranjero, aunque la supuesta copia no sea más que la adaptación de una pieza musical que, aun cuando creada por un solo hombre, expresa la adhesión a la libertad en toda la humanidad.

Más jocoso aún es leer que ese alguien admita no saber nada de música, para a renglón seguido verlo lanzar juicios musicales. ¿Alguien dijo contradictorio? No, para nada. Es moneda corriente en quien ha suplantado con éxito la inteligencia por el ingenio y las ideas por las ocurrencias. Un muy rentable arte que no es más que una edición escrita de la caca de elefante que con tanta destreza, pulcritud y precisión describe Mario Vargas Llosa en una de sus Piedra de Toque, reunidas bajo el título de La Civilización del Espectáculo.

Más cómico resulta el pavo real intelectual que infla el pecho y alza atrevido el plumaje de su rabadilla, mientras ataca a un muerto. Valiente arte de cobardes, digo yo, atacar con saña a quien no podrá responder o descargar la furia sobre un cadáver. El acólito de Coase sabe que Haya de la Torre no rebatirá sus tonterías. Pero así es la fatuidad. No tiene por qué llamar la atención. Si, con la tonta pretensión de quien se embelesa contemplándose en el espejo, escribió un libro sobre el análisis económico del derecho que tiene más páginas que las formidables obras de Ronald H. Coase y Richard Posner juntas, ¿qué se puede esperar?

No se percata que con sus frases demuestra que los fanáticos de la libertad, al igual que los de la igualdad, no pueden comprender un pensamiento que equilibre uno y otro valor, en pos de construir una comunidad que morigere la competición social a través del imperativo de la solidaridad, de forma tal que los seres humanos no seamos simples objetos para el mercado o el Estado. O el absurdo de negar la existencia de un término medio entre el capitalismo y el comunismo. Una falacia por silogismo disyuntivo sólo concebible en quien lee desde la derecha el determinismo económico de Carlitos Marx. Nada más.

A mí me queda claro que no se puede comprender lo que no se ha leído. Sólo quien no leyó la obra de Haya de la Torre puede ignorar el pensamiento vivo y fluido, en permanente evolución, que construyó. Víctor Raúl tuvo un período anarquista, seguido de otro intensamente marxista –como nos lo acaba de recordar Armando Villanueva del Campo desde la tumba, con las dos obras póstumas que recientemente vieron la luz– y una etapa final de madurez que, por la asunción del discurso de los derechos humanos y el relativismo einsteniano, le permitió crear un pensamiento libre de todo yugo intelectual.

La visión présbita de Haya de la Torre solamente puede ser cuestionada por un miope ¿El mercado mundial no se ha repartido en las cuatro zonas de influencia que identificó? ¿Se reveló falso, acaso, que los pueblos continente poseen mayores posibilidades de auténtico desarrollo? ¿La vieja Europa no ha buscado la integración continental para poder competir con los demás pueblos continente? ¿El capitalismo no sobrevivió a todas las profecías apocalípticas de los discípulos de Marx y Lenin? ¿No está allí la jurisdicción supranacional de los derechos fundamentales que, tan temprano como en 1938, preconizó Haya? ¿No se ha extendido, a través del arbitraje, a las inversiones y a la economía? ¿El muro de Berlín no se desplomó por el peso de las exigencias de libertad de los pueblos, como él lo advertía? ¿No estamos viendo los desbordes de un capitalismo impío que es comparable a la maldad? ¿Han dejado de sorprendernos los países escandinavos con sus sociedades que equilibran libertad e igualdad, como el Viejo hiciera ver? El largo de un artículo no alcanza para hacer la lista completa de los aciertos de Víctor Raúl, mientras que ese mismo espacio sobra para contar lo de su ocasional crítico.

Atribuirle fallas al pensamiento de Víctor Raúl por los inocultables errores del primer gobierno de Alan García es tanto como culpar a Ronald Coase por las tonterías que sus epígonos peruanos dicen. Un empecinamiento tan ciego como el de subrayar los gruesos errores de hace treinta años, sólo para ensombrecer los grandes aciertos de hace cinco. El segundo gobierno de AGP redujo como ningún otro la pobreza en el Perú, construyó más que todo otro gobierno republicano –Barnechea dixit– e impulsó el crecimiento económico a un ritmo que dan ganas de llorar por la nostalgia de los tiempos idos.

En último término, aplicar raseros estrictos a los demás y ser muy laxo con uno mismo, es muy poco coherente y nada elegante. Acusar a otros de ser oportunistas y no principistas, cuando se sirvió fiel y diligentemente a una dictadura, de la que hoy se denuesta –porque el dictador ya no puede firmar los jugosos cheques de antaño– es de un oportunismo y una inconsecuencia muy difícil de calificar con propiedad. Claro que se esgrimirá la manida excusa del técnico no político, pero ése fue el argumento de quienes instalaron las tuberías para las cámaras de gas en los campos de muerte de Auschwitz, Chelmno, Belzec, Sobibor, Treblinka, Dachau y otros.

Así, mientras el Partido del Pueblo marcha al ritmo de La Marsellesa –himno de los hombres libres–, los hombres malos no tienen música, como advertía Nietzsche. A lo que agrego, los técnicos que los sirvieron tampoco.

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