La Navidad es para todos los cristianos, una Fiesta de Fe, Esperanza, Perdón y Paz. Pero, ¿qué hay de cierto en la Navidad? ¿Cuánto de lo que hacemos o decimos responde a hechos históricos contrastados y documentados?
Existen cuatro libros canónicos reconocidos por la Iglesia Católica y la gran mayoría de las Iglesias Cristianas (Evangélicos, Ortodoxos Griegos, Ortodoxos Rusos, etc.), como los libros de La Biblia que realmente nos narran por escrito la verdadera vida y obra de Jesús de Nazareth. Se trata de los Cuatro Evangelios, escritos a partir de los relatos orales heredados de los Apósteles en las antiguas comunidades cristianas: Mateo (54 d.C), Marcos (65 d.C), Lucas (70 d.C), y Juan (90 d.C). El Evangelio de Juan es el más reciente y el más breve. De profunda raigambre helenística, es demasiado filosófico (su arranque es admirablemente poético y metafórico: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”). El Evangelio de San Juan es ajeno a la tradición de los otros tres evangelios, conocidos por los teólogos como Evangelios Sinópticos porque en 1776 el biblista alemán Johann Jakob Griesbach, publicó “Synopsis”, edición crítica en la que se presentaban los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas en columnas paralelas para su comparación, mediante un cuadro sinóptico.
De los tres evangelios sinópticos, sólo los evangelios de Mateo y Lucas describen el nacimiento del Niño Jesús, es decir, los acontecimientos entorno a la Navidad. El Evangelio de Marcos (escrito por Juan Marcos, primo de Bernabé y compañero de viajes de San Pablo), pese a narrar muchos pasajes y mensajes de Jesús, se centró en catequizar a los romanos, mostrándonos a Cristo como “siervo” del imperio, sin genealogía ni linaje destacable (sin orígenes nobles). En cambio, mi evangelio favorito, el de Mateo (el recaudador de impuestos) se escribió para predicar a los judíos y presenta a Jesús como “Hijo de David”, entroncado con la más alta nobleza hebrea. Finalmente, el Evangelio de Lucas (el médico), se escribió para catequizar a los griegos y por ende, incide en muchas y muy bellas figuras conceptualmente filosóficas como la continua expresión “hijo del hombre”.
Ergo, todo lo que hoy hacemos, decimos o creemos de la Navidad, realmente surge del Evangelio de Mateo, que fue el único válido en las comunidades cristianas hasta que allá por el 180 d.C., el Obispo San Ireneo de Lyon consagrara los cuatro evangelios como canónicos. Los 27 libros que componen el Nuevo Testamento, fueron consagrados por la Iglesia Católica muy posteriormente, gracias a las gestiones de San Atanasio (296-373 d.C.), Obispo de Alejandría, allá por el 367 d.C.
Por lo tanto, es el Evangelio de Mateo el que define a Jesucristo como hebreo de linaje real, que nace en humilde pesebre, al que unos Reyes Magos de Oriente adoran siguiendo el rastro de una estrella que los lleva a Belén (la descripción de los regalos como oro, incienso y mirra al parecer es apócrifa). Rechazado y perseguido Jesús por el Rey hebreo local afín al Imperio Romano, Herodes Antipas, la Sagrada Familia huye a Egipto, para evitar la masacre de los Santos Inocentes, ordenada y ejecutada cruelmente por el propio Rey Herodes. Posteriormente, un ángel les anuncia que pueden volver, a la muerte de Herodes, a tierras hebreas (7 d.C.).
Por su parte, el Evangelio de San Lucas, mediante las dos anunciaciones, da respaldo a dos hechos milagrosos: el embarazo de una añosa (Isabel, esposa de Zacarías, pare a San Juan Bautista) y de una Virgen (María, madre de Jesús). Así, el médico justificaba mediante dos “milagros” lo que la ciencia, no podía respaldar en la realidad.
Según los exégetas, todo indica que Juan el Bautista y Jesús fueron primos y que ambos en su juventud, formaron parte de los Esenios, esa escuela religiosa hebrea autora de casi todos los escritos del Mar Muerto (Qumrán). En cambio, no queda del todo demostrada, esa reciente hipótesis de que Jesús fue discípulo de Juan el Bautista hasta su bautizo en el Jordán.
Todo lo que conocemos de la Navidad lo fundamentamos actualmente, en el Evangelio de San Mateo. Y lo que se celebraba antiguamente, era la Fiesta de la Epifanía o bajada de los Reyes Magos (6 de enero), que aún hoy, reparte los mejores regalos en Bélgica, España y otros países.
¿Entonces, de donde surgen nuestros ritos y tradiciones navideñas del 25 de diciembre?
El Pesebre se lo debemos a Giovanni Bernardote, natural de Asis (Italia), el cual, a la vuelta de las Cruzadas por Tierra Santa, cambió diametralmente de vida. Abandonó a su ambicioso padre, renunció a todo y se dedicó a la oración y la penitencia. Bernardote vio como los cristianos de Judea representaban el nacimiento del niño, y así, una Nochebuena del 24.12.1223, en el pueblecito italiano de Greccio (provincia de Rieti, región de Lazio), organizó y participó personalmente, en un Nacimiento Humano que representó toda la noche, el nacimiento del niño Dios en Belén. En la actualidad, a Bernardote le conocemos con el nombre religioso de “San Francisco de Asís”. Posteriormente, en el Siglo XVIII, en Nápoles se dedicaron los artesanos a hacer las bellas figuras de arcilla a las que estamos tan acostumbrados, y pasaron a España de la mano del Rey Carlos III de España (Rey Borbón que con anterioridad, fue el Rey Carlos I° de Nápoles). En Francia, se elaboraron a la usanza italiana, figurillas de nacimientos, en la fábrica de los Cartujos de Avignon.
Santa Claus o Papa Noël también existió. Se llamó San Nicolás de Myra, porque fue Obispo de esa localidad turca. Nació en la colonia griega de Patara, en Licia, también en la costa turca del Egeo. A su muerte, y por culpa de la invasión turca de Bizancio, los cristianos se llevaron sus restos y los enterraron en la ciudad de Bari, al final de la bota italiana, de ahí el actual nombre del Santo navideño: San Nicolás de Bari. Huérfano de padres desde muy joven, acaudalado y generoso, regaló y compartió con los pobres, ancianos y niños, haciéndose famoso por sus regalos y bondad. San Nikolaus, fue transformándose entre los británicos, eslavos y nórdicos, por defectos en la pronunciación, como Santa Klaus. En cambio, el mito de que vive en el círculo polar ártico (cerca de Rovaniemi, Finlandia), no pasa de un simple recurso de marketing turístico, en el período de entreguerras.
Finalmente, el árbol de Navidad es un truco evangelizador que se inició en Alemania. Resulta que cuando San Bonifacio (680-754) intentó evangelizar a los bárbaros de Centroeuropa (la actual Alemania), comprobó que todos los solsticios de invierno celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol perenne, en fecha próxima a la Navidad. Recurriendo al sincretismo religioso, San Bonifacio incorporó un árbol con manzanas (que simbolizaban el pecado original) y velas (que representaban a la Luz de Cristo). Por cierto, en Perú, en el Cuzco, la tradición del “Niño Manuelito” también es profundamente sincrética, ya que “Manuelito” proviene de “Emmanuel” y la espina en el pie, es un invento peruano, para referirse al dolor por nuestros pecados, que hacen llorar al niño y le impiden avanzar, en el camino hacia Dios. Hasta aquí, un somero recuento del origen histórico de la Navidad, sus ritos y tradiciones.
Conclusión: revisada la historia, queda claro que Jesús nació y habitó entre nosotros, y que las tradiciones navideñas responden a un muy largo proceso histórico, complejo, intercultural y sincrético.
Sin duda, lo más importante de la Navidad es su mensaje de reconciliación, paz y esperanza. La inocencia del niño recién nacido. La esperanza de que el inocente, con su futuro sacrificio, redima por amor a los culpables. Se trata de una fiesta familiar, hogareña, y religiosa, que se ha ido diluyendo en la frivolidad de un Santa Klaus regalón, consumista y totalmente laico, claramente alejado del mensaje divino.