Supongamos que estamos en el país de "Vivolandia" donde todos son iguales. Sí, iguales. Pero esa igualdad es mediocre. En Vivolandia la gente es conformista, no muy instruida, lenta para trabajar y rápida sólo para la viveza. En este país todos delegan en otro las tareas, el que menos haga es el más inteligente, es el país donde "todo es así", "eso no va a cambiar", "no seas g.... que no se trata de qué sabes sino de a quién conoces"... Así, se pasan las elecciones: ¡Vote por Vivo! vs ¡Vivísimo al Poder! contra ¡Vivo somos todos! y... el Sr. Vivo llega al poder y todos los vivos aplauden en masa, alegres de que alguien que "los representa" está al mando.
Entonces Vivo decide que para qué queremos pedir permiso al Congreso, si todos los del Congreso son unos vivos inútiles. Para qué queremos Tribunal de Justicia si todos son unos vivos inservibles. Como nadie deja la viveza y se pone a trabajar como Vivo quisiera —porque adora delegar—; entonces Vivo decide que él será el poder absoluto de Vivolandia y él hará que todo funcione porque ¡Vivo somos todos! y ¡Todos somos Vivos! Ahora Vivo hace que algunos otros vivos "trabajen" —y éstos siguen delegando— y los pocos trabajadores que había, se han ido del país, sólo quedan otros pocos que se resisten a dejar lo que construyeron pese a la viveza de los muchos, pero permanecen con la emoción dormida y las ganas a mitad de potencia. Están absolutamente desilusionados con las elecciones de vivos, con los partidos de vivos y con los vivos que lideran.
Y como Vivolandia era un "paisito" problemático para el resto, como era un país de vivos que requería orden, entonces nadie dijo nada en la comunidad internacional. "Dejen que Vivo controle a sus vivos". Hasta que Vivo, sediento de más poder como todos los vivos, y buscando que otro le trabaje, que haga las tareas fastidiosas... que le encuentre qué comer... empezó a manejar ejércitos de vivos en las redes sociales, en supuestas causas de igualdad y, vivamente, a promover a otros vivos para presidente con artilugios de orden, de solidaridad, de igualdad, de revancha... ¡Ahora todos los vivos del mundo tienen su oportunidad! —Vociferaba ante las multitudes que rabiosas aplaudían embelesadas por la viveza de Vivo—. ¿Qué pasará cuando todos los vivos gobiernen? ¿Quién trabajará? ¿Quién se esforzará? ¿Qué será el éxito? ¿Qué habremos aprendido?
Nunca me he inclinado por los autoritarismos. Nunca lo haré. Aún y cuando algunos hablan del "Buen César" — Cesarismo democrático de Vallenilla Lanz— mis temores suelen ser mayores a mis ansias de supuestos cambios abruptos y eficientes. Un sistema político de partido único, de líder único, sólo produce, hoy o mañana, verdugos. ¿Elegir a mi verdugo? No me parece algo muy lógico. El verdugo se padece, no se elige. La democracia se ha fortalecido sobre los cimientos del imperio de la ley, la alternancia, el pluralismo político, la institucionalidad y la meritocracia en la gestión pública. No podemos renunciar a la preferibilidad, como dijo Sartori, de la democracia. Ésa que hemos venido madurando como civilización occidental.