Punto de Encuentro

El controvertido doctor Didier Raoult

Claire Viricel

Hace ya más de tres meses que el nuevo coronavirus se escapó de China, conquistó el desordenado mundo de la globalización y lo paralizó. Nada menos. La resistencia, la conforman políticos soberanos que se enfrentan a sus consejos científicos, sus ciudadanos y sus «sin techo» en el levantamiento de estrategias de lucha decididas sobre la marcha. El enemigo micróscopico ha sorprendido, aun si se sabía ineluctable una pandemia desde hacía 20 años, por las anteriores (SRAS, Ebola) y la destrucción masiva de los ecosistemas. Bill Gates —representante del oligopolístico GAFAM que persigue, él, la inmortalidad— lo anticipó hace 5 años, y unas obras de ficción también. Asimismo, el temor a las guerras bacteriológicas estaba presente en la mente de los gobernantes de turno. Pero los Estados, en su infraestructura sanitaria, ¿se habían preparado para enfrentar un enemigo infeccioso no endémico? Podemos decir que no, salvo contadas excepciones como Corea del Sur, Taiwán, Japón, Alemania, Chile, precavidos y reactivos. Una epidemia, es lo que pasaba en el África, o en Medio Oriente... Ni el mortífero Ebola salió del África en el 2014. Hoy, cada país deplora sus víctimas y espera frenar la pandemia. En el frente de guerra, el personal hospitalario, tanto héroes como víctimas de un doble enfoque comercial de la salud pública. Primero, de «bien público» pasó a ser una «mercancía», y no solo en los países anglosajones. Las repetidas huelgas, en Francia, no lograron que los hospitales públicos estén dotados de presupuestos suficientes para cumplir plenamente sus misiones. Segundo, los países ricos dejaron de lado las enfermedades infecciosas en favor de las degenerativas debido al envejecimiento de su población. Tan así es que el gobierno Macron dijo que la mascarilla «no era necesaria» simplemente porque no había un stock suficiente (ni alcanzaba para el personal médico...). Ahora, recomienda hasta la que nos fabricamos en casa¡! ¿Por qué tanta improvisación, cacofonía, en torno a una cuestión tan grave que lleva a Cuidados Intensivos a tanta gente y la economía también?

Los expertos científicos suelen ser poco escuchados, son los aguafiestas del consumismo desenfrenado. Pasó con el cambio climático, y pasaba con las enfermedades. Pero hoy, a la hora que vuelve el Estado, el poder central para amparar la vida, se escuchan todas las voces aunque sea tarde. Una de ellas, es el Pr Didier Raoult, célebre infectólogo francés, eminente microbiólogo y director del prestigioso Instituto Hospitalario de Marsella especializado en enfermedades infecciosas, que había advertido, en el 2003, que Francia no estaba preparada para enfrentar una pandemia, y llamaba a una nueva política pública de salud. Francotirador nacido en Dakar —«disruptivo» dirían aquí—, «genio» «mal geniado» le dicen allá, su personalidad molesta tanto como se le admira. Empezó a tratar pacientes Covid-19 en Marsella con lo que conocía, pues ante una novedad uno no va a esperar —dice— que se encuentre una nueva molécula salvadora. Hay que actuar y rápido. Cuando hizo saber al mundo que tenía un tratamiento, más famoso se volvió y Trump creyó haber encontrado en él su tabla de salvación. Sacando las lecciones aprendidas en el África donde laboró años, venía probando un cóctel —hidroxicloroquina + azithromycin—, un fármaco con efecto antiviral barato + antibacteriano común. Le dio enseguida buenos resultados a pequeña escala y los publicitó. Resultó eficiente en los infectados precozmente detectados que mejoraron en menos de una semana, evitando toda agravación. Francia terminó autorizando hidroxicloroquina para los pacientes graves hospitalizados. Según el último sondeo SERMO en el mundo, el 58% de los médicos declaran haber prescrito azithromycin, 50% hidroxicloriquina. O sea su receta. A nivel mundial, son las dos moléculas más prescritas en caso de Covid-19: 68% y 58% respectivamente en Europa; 66% y 59% en el resto del globo. Si bien esto no es el remedio, funciona, es lo que se está recetando y así se salvan vidas.

Para él, los países ricos se hallaron incapaces de responder a una situación como esta, de ahí una mayor mortandad que en los países pobres, donde sí prueban, por sentido común, las medicinas que ya conocen. Según él, las enfermedades infecciosas nuevas deben tratarse, no hay tiempo para lo ideal, ensayando nuevas moléculas. Didier Raoult inspira confianza porque desdramatiza. Pero irrita tanto como convence. Para bajar la mortandad, hay que detectar tempranamente el virus, ahí es donde fallaron muchos países europeos. Luego aislar y tratar. El confinamiento es lo que queda cuando fracasa la detección temprana. El cierre de fronteras se demoró demasiado. El Covid-19 llegó también al África, pero ya observaron que su presencia es menor en las regiones donde se utilizan mucho los antipalúdicos, como hidroxicloroquina. Tan prescrito como paracetamol en Occidente. 

Cansada de la pugna entre políticos y médicos, la sociedad en red difundió hace poco una teoría totalizante sobre las formas de muerte del Covid-19. Sin conocerse, un profesor francés de liceo, de seudónimo Bio Moon, y un investigador hindú especializado en biología computacional, Sandeep Chakraborty, se echaron a indagar y terminaron convergiendo. El hindú, en base a un método inductivo, postula que una bacteria común en nuestra microbiota, la Prevotella, juega un papel definitivo. Y el francés, por el método deductivo, aterriza en la misma hipótesis. Solo falta que la ciencia la ponga a prueba ahora, pero habrían hecho un notable análisis de datos científicos públicos, a tal punto que algunos lo creyeron una primicia. La hipótesis que formulan es que el Covid-19 tendría dos puertas de entrada: la célula humana, vía la proteína Spike, dando síntomas como los del resfriado. Y la bacteria Prevotella —presente en la microbiota normal, vías respiratorias, bronquios y pulmones—, que han encontrado en muchas muestras de pacientes Covid, la que explicaría las diarreas. El virus entraría en esa bacteria como un caballo de Troya, volviéndose indetectable (de allí vendrían los falsos negativos), convirtiéndose en agente patógeno nuevo capaz de ingresar a la sangre, haciendo estragos en múltiples órganos. También eso explicaría las tormentas citoquínicas (respuesta excesiva del sistema inmunitario). Solo faltaría probar que el Covid-19 tiene un receptor en la bacteria para fijarse (como Spike en la célula). Sin embargo, conforme elaboraban su planteo y como para reforzarlo, dieron con el estudio del virólogo alemán Christian Drosten, que dice que «un medio seguro para detectar el Covid-19 son las heces». Vaya, de nuevo las bacterias. Y como para dar la razón al Dr Raoult sin quererlo, el investigador hindú menciona un estudio del 2014 que demuestra la efectividad de azithromycin en la bacteria Prevotella en caso de tormenta citoquínica. O sea la combinación antiviral + antibiótico sería la pista que ahondar para tratar sin temor y no solo tempranamente, los pacientes infectados. Mientras no haya estudios comparativos y a escala mayor, la ortodoxia médica fustigará el «éxito» del solitario de Marsella...

Ahora, decisivo es encontrar unos tests fiables (vía oral, sangre, ¿o heces?) para poder detectar, aislar y tratar a tiempo, como lo hizo Suecia. El Covid-19 muta cada 15 días levemente  —como que se cambia de camiseta nomás— demostrando así su adaptabilidad al huésped. Su estabilidad es lo que hace propicia la búsqueda de vacunas. La lección del Covid-19, ¿será que el África lo supo hacer mejor que Europa y EEUU?

 

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