Desde 1990 los peruanos, hemos venido empujando nuestros propios límites; éramos un país inviable política, económica y socialmente, el terror de Sendero y el MRTA, primos hermanos de políticos que habitaban en el Congreso de 1990, apostados allí, no para defender al pueblo sino para ser la inmunidad al crimen de quienes lo perpetraban cobardemente por la espalda o en la oscuridad de la noche. Había que determinar si esta situación caótica continuaba o se amputaba definitivamente, para evitar que la gangrena de la violencia y la hiperinflación, terminaran por ahogar las esperanzas del pueblo.
La Constitución de 1993, fue un nuevo contrato social que innovó la relación del poder con el pueblo, abriendo el surco a la reorganización de las principales instituciones para acercar a los mándantes un Estado, dispuesto a horadar y señalar el camino de prosperidad a la que tenían derecho las nuevas generaciones. Sobre las causas que permitieron que el terrorismo demencial escalara a tal magnitud los especialistas han escrito mucho, lo concreto es que, desde la Constitución de 1993, la democracia derrotó resueltamente al terror. Ahora resulta prioritario y vital reflexionar sobre las causas y consecuencias económicas y sociales con implicancia política, que nos dejará el COVID-19, a suerte de evaluar el difícil presente, pero también para los desafíos futuros.
Ahora, hay casi unanimidad en la opinión pública, que el confinamiento draconiano y la militarización de la estrategia para frenar la pandemia ha sido un rotundo fracaso, como resultado de un gobierno sin liderazgo, sin capacidad y evidentemente, rodeado de “parásitos”, burocráticos, que han atendido más a sus ideologías trasnochadas, que a la salud de los peruanos. Miles de connacionales agonizan-otros ya han fallecido- doblemente, una por los efectos letales del COVID-19 y otra por la indiferencia y desatención criminal de un gobierno que solo mira y escucha el aplauso y las encuestas.
Ante ello, la narrativa del gobierno y seguidores es echar la culpa a los gobiernos anteriores. Para extender un manto de impunidad a sus fechorías y cubrir su estructural incapacidad. Por ello es importante, refrescar que, desde la Carta Política de 1993, los peruanos comenzaron a reconstruir, la economía del país fue su sacrificio la que logró que las cuentas se pusieran en azul; nunca antes en la historia Republicana, la pobreza se batió en retirada y se comenzó a tener una vigorosa clase media que impulsó a la economía. En el lado político, el Perú transitaba camino al quinto periodo constitucional, hasta que vino el “golpe” de Estado de Martin Vizcarra, pretextando que el Congreso anterior lo “obstaculizaba”.
Lo que no ha dicho la vocería del gobierno, es que el Perú desde el 2011, con la llegada de los Humala-Heredia al poder, ascendió una ideología al ejercicio del poder, que era abiertamente contraria a los principios que inspiraron los cambios de los últimos 25 años. Desde hace casi nueve años, con el lema “distribuir para crecer”, nuestra economía comenzó a resentirse, crecimos menos, menos inversión, menos ingresos fiscales menos recursos para distribuir especialmente a los pobres. Nueve años de dispendio y de despilfarro nos pasan la factura.
Acaso, no es verdad que desde 1990, se reconstruyó toda la red vial nacional, el Presidente Fujimori construyó mil colegios nuevos, y muchas obras sociales a través de Foncodes. Asimismo, al 2011, los sucesivos gobiernos han dejado una moderna infraestructura hospitalaria, insuficiente aún, y una vasta infraestructura sectorial, que recolocó al país en el liderazgo de América Latina.
La paradoja es que, desde Humala hasta Vizcarra, no se ha hecho obra alguna de infraestructura sanitaria, ni mucho menos de relevancia social. Solo se han dedicado a dispendiar con furia irresponsable todo lo que los peruanos ahorraron con sacrificio en los últimos años. Y este escenario se da no solo por la ineptitud de este y el anterior gobierno, sino que han llegado a él, gente que no cree en este modelo de desarrollo, y durante los últimos años han venido saboteando directa e indirectamente el desarrollo de los principales proyectos de inversión que el país necesitaba para consolidar su condición de emergente.
Humala, utilizó nuestros ahorros para comprometerlos y dispendiarlos en proyectos “faraónicos” como la refinería de Talara, o gasoducto del Sur. Ahora el panorama pinta igual porque el señor Vizcarra, se ha sometido a estos “socialistas” de escritorio que viven de las consultorías y de las prebendas, y de un gran sector de medios que en la práctica son subsidiados con recursos públicos, para construirle al señor Vizcarra una imagen y liderazgo que no tiene, pero lo más grave, a legitimar la tremenda irresponsabilidad en la depredación de los fondos públicos.
Hoy lamentablemente, por culpa de la pandemia y estos “parásitos” acomodados en el gobierno seremos la economía que más se contraerá el 2020, 12% del PBI, millones de puestos de trabajos destruidos, en cuidados intensivos la esperanza del país nos dejará de legado nueve años de gobiernos enemigos de la economía social de Mercado, que solo saben “distribuir” lo que no han generado e impedir por consigna que los creadores de riqueza lo hagan digna y honestamente. Pronto debe iluminar al país, una fuerza social que termine con virus del Covid-19 y que acabe con estos “parásitos”, del gobierno que resisten al camino del crecimiento y bienestar de la gente.
Milagros Salazar