Punto de Encuentro

«Bienvenidos en el peor de los mundos»

 Claire Viricel

Subtitulado «El triunfo del soft totalitarismo», este ensayo abrumador sobre Francia de Natacha Polony y el Comité Orwell (Plon, 2016) incomoda tanto como explica el origen de los populismos en Francia y la ira en Europa. Gracias a su libertad de pensamiento y hondo conocimiento del quehacer público, dicho comité plural de periodistas obra por recuperar una «democracia auténtica» que nos fuera sutilmente secuestrada por «ceder a la globalización» que el mundo anglosajón impuso al caer el muro de Berlín. Debía llevarnos dizque a un «gobierno mundial» mediante cierta uniformización previa, y nos llevó a «insurrecciones populares mediante el voto» (Brexit, Podemos), en contra de la democracia. Nuestras élites gobernantes nos vendieron 'globalization' (término inglés) por 'mundialización' (simple eufemismo). Esta existía desde hacía siglos entre Estados y culturas muy variadas, con reglas y normas que se respetaban. Hasta que los EEUU rompieran unilateralmente con el patrón oro del dólar (1971), quedando viable la sola vía del librecambio. Seguiría entonces una ola de desregulación incontenible que preparaba su hegemonía todoterreno. Esta es la globalización aquí cuestionada, su modo operativo: el neoliberalismo, no solo como sistema económico y nueva fase del capitalismo sino como ideología, que invade el campo sociopolítico de sus socios económicos para evacuar el quehacer político. «El fin de la historia», que los pueblos rechazan. Una doxa según la cual «los intereses de EEUU son los del mejor de los mundos y la soberanía popular fuera de sus fronteras, de más». Un totalitarismo soft, sin coacción alguna. ¿Cómo Francia pudo someterse?

Recordaremos que Francia es un Estado-nación miembro fundador de la Unión Europea, una nación multiétnica. Su herencia sociopolítica descansa en la soberanía popular. El pueblo soberano recibe una educación gratuita de calidad para su necesaria emancipación. Su régimen es democrático y semipresidencialista. Su república protege el individu soberano, el bien común, promueve la meritocracia mediante instituciones fuertes y redistributivas.

Ahora bien, sin competidor desde 1989, el modelo de la globalización promovido por los anglosajones se impuso a las socialdemocracias occidentales. La economía de mercado intracomunitaria respondía a la necesidad de contener los nacionalismos, fuente de todas las guerras. La globalización y sus tratados, también. Llega acompañada del discurso prodemocracia y pro derechos humanos, «un instrumento» antes que todo, ya no un fin. La UE renuncia de facto a la «preferencia comunitaria» del librecambismo, «renuncia a ser potencia competidora». Su construcción se inspirará fuertemente del modelo federal americano con efectos adversos para sus democracias.

Los primeros efectos se dan en la economía. Una oferta abundante, abaratada cuando China se abre al capitalismo y se convierte en el taller del mundo, seduce a los consumidores, estimula la demanda. «Pero el capitalismo anglosajón toma el poder: inventa nuevas reglas de gestión y análisis financiero (1990-2000), la esencia misma del capital cambia. Deja de ser un medio de producción de bienes para individuos y colectividades, se vuelve un fin en sí mismo». «Un neocapitalismo». «La economía se financiariza, los grandes mánagers se vuelven factótum de los accionistas, dejan de servir la empresa». La optimización bursátil y fiscal se vuelve un juego permanente, en su nombre se sacrifican empleos, empresas rentables, y «las jugosas ganancias se esconden en los paraíses fiscales». «Lo mismo ocurre en Europa y Francia». Se consolidan grandes corporaciones internacionales que compiten deslealmente con las nacionales, un tejido de pequeñas y medianas empresas cuyo tamaño no permite tener lobbistas y desalienta la «optimización fiscal» (evasión). Se agigantan las desigualdades. «Un sistema antieconómico que solo beneficia a muy pequeñas minorías», según Maurice Allais, economista citado. Un capitalismo desconectado de la economía real, que empobreció a las clases medias. En los 2000, se sumaron los efectos del «capitalismo digital» concentrado en el 100% americano GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft), el primer lobby planetario también llamado «el séptimo continente, por aspirar a ser los dueños del mundo», la competencia desleal de la «economía colaborativa» —su engendro—, plataformas como Uber, AirBnB.  

Pero mayor inquietud traen los efectos secundarios: la socialdemocracia europea, con sus Estados intervencionistas, contenía los temidos nacionalismos mediante políticas redistributivas, alto gasto público. ¿Cómo imponérsele un modelo incompatible? La doxa neoliberal, curiosamente, hizo eco a «lo políticamente correcto» que nace de la izquierda americana, ella misma influida por los pensadores franceses de la deconstrucción (Deleuze, Foucault) muy estudiados en EEUU. «Una nueva elite salió de allí: promercado pero anticolonialista, antirracista, feminista, con una nueva sensibilidad por la igualdad de las minorías». Bill Clinton la encarna. Y logra combinar los intereses de los ultraliberales con los de los progresistas mediante la «razón mercantil»: cada minoría es un nuevo mercado. Promoverlos generará enormes ganancias. Para ello, Clinton desregula más que cualquier republicano. «Liberalismo económico e izquierdismo cultural convergen en los anglosajones en base a una concepción radical de la libertad.» Ahora bien, la importación del modelo comunitarista, de minorías en competencia, será adoptado y mal adaptado en Europa porque le falta una pieza de cohesión esencial: un presidente, como en EEUU, garante de la constitución y la soberanía popular. En Francia, sus élites, formadas en exclusivas altas escuelas, profesan el credo neoliberal al renunciar a defender el «pacto social francés». Con efectos devastadores en dos «bienes comunes» fundacionales: destrucción de la «cohesión social» que descansaba en la «asimilación cultural», Francia no siendo multiculturalista. Destrucción de la «emancipación del individuo soberano al adoptar una educación utilitarista impuesta por los tratados ('uniformización de las técnicas de formación'), que en vez de formar hombres libres y honestos impartiendo conocimientos por asignaturas, les dota de 'competencias' —saber venderse, resolver situaciones problematizadas—, para colocarse mejor en el mercado laboral». Sin embargo, sin clases populares bien educadas, la democracia se derrite...

Educación significa cada vez menos cultura... «¿Para qué educar si solo el 20% de la población basta para producir el PBI mundial?», se preguntaron alguna vez Thatcher y Reagan (¡!) «¿Y qué hacer con el fatalmente ocioso 80%?» La globalización inventó el «tittytainment» (mamar del ocio) que produce desocupados felices y despolitizados. «No van a votar ni protestan». Son manejables. Y las redes sociales que el GAFAM ideó, son una victoria del todomercado sobre los Estados-naciones, en crisis. El voto popular hoy se cocina en la esfera digital, ajustado a los objetivos de una «oligarquía mundial» apátrida (mercados financieros y ultra ricos) que no invierte en lo productivo, solo «busca un cost of equity (rendimiento) superior al 12% a corto plazo. El shadow banking —las finanzas no reguladas— representa el 38% de las finanzas mundiales» (!¡) Lo que deja de invertirse, se financia con más deuda que los Bancos Centrales otorgan presionados a su vez por los mercados financieros.

Consecuencia del soft totalitarismo: en Francia y Europa, los pueblos se rebelan contra un sistema impuesto y desestabilizador que ahonda las desigualdades, neutraliza el ascensor social, encierra al individuo en el hiperconsumo sin rumbo, lejos del modelo civilizatorio europeo. Las democracias peligran al volverse «simulacros» cuando ya no permiten que la soberanía popular se exprese. De retorno, «los populismos deben ser atendidos políticamente» —abogan los autores— y no por más desregulación, pues expresan la necesidad de volver a lo local, lo nacional, quizá «la preferencia comunitaria», y recuperar la soberanía perdida. La amenaza hoy, es la «guerra incivil»: el individuo contra un todo, contra una civilización.

 

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