Punto de Encuentro

El Código gótico

2 Noviembre, 2020

Claire Viricel

Claire Viricel

Difícil sería afirmar que El código García (Penguin Random House, Col. Debate, 2020) responde a su ambición de «descifrar al político más polémico del Perú» debido a la disparidad de las diez miradas que nos entrega. Más bien se perfila como una respuesta desenfadada a unas Metamemorias que sacaron roncha. Casi todas son de periodistas entonces cabía la expectativa de encontrar ahí unas claves en la relación de independencia/seducción de ambos poderes tan necesaria en democracia, y sin embargo tan pervertida hoy como ayer, en los 90. Encontrar revelaciones, confesiones, hechos, no opiniones y menos falsedades. Lamentablemente son una minoría los textos que satisfacen dicha ambición, pero salvan el propósito editorial (84/173 páginas).

Empezaremos por una entrevista televisiva del 2001 de César Hildebrandt a García que muestra que el periodismo puede ennoblecerse cuando se juntan dos inteligencias. «- ¿No robó usted, doctor García? - Absolutamente no. Cuando uno quiere un sitio en la historia, no necesita dinero. - ¿No permitió que robaran? - Si robó alguien, no fue con mi permiso ni mi concesión.»  Más adelante: «- Una vez voté por usted porque fue la gran esperanza del 85 (...), generacionalmente nos pertenecía, usted era la voz de la modernidad (...) y usted despilfarró la confianza que todos le dimos». Un tono amical compartido que el periodista hoy lamenta, de lo contrario quizá se «hubiese evitado el lodo que imperó —otra vez— entre 2006 y 2011 ». El periodismo de hoy está tan politizado y la justicia tan mediatizada que hasta un profesional de la talla de Hildebrandt entierra la presunción de inocencia en un preámbulo hábil pero revelador. La entrevista en sí es el gran periodismo en vía de extinción.

Seguiremos con el relato muy logrado de Rafaella León —también autora de Vizcarra— que se propone indagar la personalidad del individuo que fue para entender al político, recogiendo testimonios de amigos y cercanos colaboradores como Ricardo Pinedo. Es el texto de mejor contenido para acercarnos a García, veraz y sereno, que muestra la dimensión humana de aquel que asume el día 10/12/2015 que ya murió políticamente y renuncia por segunda vez a ser candidato: «la primera muerte de García». La cronista reporta las palabras de Del Castillo: «tuvimos que convencer a Alan para que se quede», lo que desbarata la tesis vulgar según la cual el político buscaba en la elección huir de la justicia. Rafaella León se fija en un detalle de su personalidad (también presente en las Metamemorias): García «idealizaba a Bolívar desde muy niño». Es más: para él, el libertador era un genio, un demiurgo, situado al lado de César y Carlomagno en las Metamemorias. ¿Tanto? Tal vez porque percibía que era su visión la que convenía a un Perú independiente por voluntad ajena y no propia, y no la de San Martín que su madre Nytha y su esposa Pilar defendían. Entonces, émulo de Bolívar, ¿cómo resultó García tan convicto demócrata? ¿Dónde satisfizo sus impulsos bolivarianos, su césarismo? Pues dentro del partido. «Nunca formó a nadie», dice la autora. «Aun sin tener el control absoluto del APRA, siempre fue un sauce y nada creció bajo su sombra». Qué regalo le hizo la historia cuando le tocó, a él, con su candidatura del 2006, amparar al Perú de la impostura bolivariana arraigada en Caracas... Y cuánto habrá aprendido sobre los peruanos leyendo y entendiendo a Bolívar: «el Perú encierra dos elementos enemigos de todo régimen justo y liberal: oro y esclavos. El primero lo corrompe todo; el segundo está corrompido por sí mismo» (1815). Y qué ofrenda le hizo al APRA quitándose la vida, conjurando así el destino fatal de ser aprista: la cárcel.

Cárcel fue donde naturalmente paró el compañero de juventud aprista, Víctor Polay, el fundador del MRTA, por elegir el camino del terror. Santiago Roncaglio se ocupa de esa relación competitiva entre ambos delfines de Haya quien les hiciera prometer —reporta— de «siempre tratarse como hermanos, hasta el final de sus días». La investigación está bien documentada y permite al lector entender «el alma dividida de este partido». ¿García cumplió la promesa? A todas luces, sí: no hay mención alguna de Polay en las Metamemorias, «ha sido cuidadosamente eliminado», acota Roncaglio. Como en toda familia —y el APRA es una—  hacer mutis es preservar el buen recuerdo. La buena estrella no estuvo con Polay: cayó preso en el 1992, hasta hoy. Ninguna venganza de García por la humillación del túnel durante su primer gobierno: «el túnel y el escape de 47 emerretistas fue para 'humillar' a AG y castigarlo por hacer caer todas las plagas de Egipto sobre sus pueblos», escribió Polay. Roncaglio, el autor de la novela Abril rojo, nos entrega una mirada rica y llena de compasión sobre esos «enemigos íntimos».

No podía faltar el sabueso Marco Sifuentes. Nos trae la cobertura de la campaña del 2006 que hiciera para La Ventana Indiscreta («La Ventana Humalista», le decía el candidato). Es un texto fluido y ameno de aquel que elige la sátira para hablar de quien aborrece llamando, por ejemplo, «diabólica elocuencia» su famosa habilidad mediática. Los 30 días que pasó «bajo su influjo» los relata con ironía y hartos detalles para quizás intentar preservar el rigor profesional y no sucumbir a sus encantos. Pero Sifuentes eligió un sesgo bien vendedor, mirarlo como si fuera el enviado del Demonio. Y saca toda la artillería semántica para cerrar su relato con una cábala disforzada: «sin asomo de duda, García volvería a Palacio» y «la entrevista se programó el sexto día del sexto mes del sexto año». Artilugio del cronista o revelación periodística tardía (¿?), escribe también que «cuando decidió suicidarse, García cogió un enorme crucifijo, de casi un metro de alto. Fue lo único a lo que se aferró antes de disparar». Pues «era muy supersticioso». El azar del calendario, si de supersticiones se tratara (se suicida un Miércoles de Cenizas), permitiría una lectura cabalística totalmente opuesta a la de Sifuentes pero claro, poco funcional al propósito comercial de esta publicación. El relato trae sin embargo palabras históricas del candidato, unas que habría confesado a la reportera Angélica Váldez: «Soy consciente de que mi primer gobierno le hizo mucho daño a la gente. No fue ex profeso, por supuesto. Y ahora vivo obsesionado. Tengo que pasar a la historia como el mejor presidente del Perú». De no haberse salido del Estado de Derecho para investigar a su político conspicuo,  de haberse confiado las investigaciones a fiscales perseverantes y empáticos —mujeres, por ejemplo—, el Perú no habría matado la posibilidad de llegar a la verdad. Nunca la sabremos.

Contrapuestas, tenemos las demás entregas periodísticas, claramente politizadas, en particular la de Carlos León Moya, opinólogo de La Mula que encuentra en García «un presidente que hizo de la corrupción una política pública» (¡!) y que asume acríticamente «la judicialización de la política» (p. 97). Casi un portavoz: «El PJ dictamina con severidad quizá excesiva pero con una independencia que antes no tenía». O bien: «Desde el 31/10/2018 en que Keiko Fujimori fue trasladada a prisión, era claro que el siguiente en la lista era Alan García». «Tras la pronunciación de su muerte, la Fiscalía siguió allanando su casa», sus palabras finales. ¿Periodistas? Paso.

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