Claire Viricel
Semanas atrás, el presidente Macron daba un discurso audaz ante altos servidores del Estado y elegidos de la nación. Era su Plan Francia 2030, todo un programa, podríamos decir, pues su precandidatura es una evidencia. Si su libro-programa Révolution (2017) que instaba a reconciliar libertad y progreso sedujo a los electores, hoy insta a superar el triple choque «democrático, geopolítico, antropológico» que significa el nuevo milenio, en una visión de país ambiciosa y, naturalmente, civilizadora. El entonces candidato recordaba que los franceses somos hijos del Estado (Estado central fuerte) contrariamente a los americanos hijos ellos del Derecho. Apuntaba a una presidencia «jupiteriana». El candidato saliente puede pues asumir su «voluntarismo lúcido» para este «sueño alcanzable». Macron —«un oportunista habitado por un destino» y «notable táctico sin partido», según críticos lúcidos— ve siempre lejos y trae de vuelta el espíritu emprendedor francés.
Empezó con el reto del cambio climático y sus consecuencias, lo que implica cambios tanto en la forma de producir energías y bienes industriales como en la forma de alimentarnos. Es decir, «repensar nuestros modos de organización colectiva». Puso en el segundo plano el reto demográfico, la sobrepoblación del planeta y su georreparto desigual que alimenta el desafio migratorio y obliga a «repensar los modos de organización en sociedad». En aumento constante, los migrantes crean tensiones en múltiples regiones del mundo. Y puso en el tercer plano el reto de las desigualdades producidas por la desregulación de la economía mundial, entre el capitalismo financiero, despreocupado por la producción, y la digitalización acelerada. Al pasar por encima de los Estados-nación, ahondan las desigualdades que a su vez socavan las democracias. Qué sociedad democrática no cuestionó al régimen por padecer esos cambios que sus gobernantes no supieron acompañar y menos controlar.
¿Qué país para el 2030? Glosando, el objetivo del jefe de Estado es que la potencia industrial y agrícola que es Francia se vuelva una potencia innovadora «en lo disruptivo». Y estrategia macroeconómica tiene. Innovar en todo ya que las transformaciones a marcha forzada tocan todos los sectores, para producir más, gastar mejor y aliviar así el gasto público. Lo que está en juego es tan enorme que una potencia como Francia no puede dejarse desplazar y perderlo todo. Venía abonando el terreno, desde que entró al Elíseo, con la transformación del sistema educativo y la inversión en investigación científica. Hoy celebra que Francia ha vuelto a ser el país más atractivo de Europa para los inversionistas y sigue creando empleos en la industria. Avanza el proceso de relocalización de empleos productivos, una lección de la pandemia. En su estrategia, no hay innovación tecnológica y disruptiva sin industria, las tres se retroalimentan y estimulan. Es un círculo virtuoso. Los industriales y las startups, muy móviles, no compiten entre sí sino que se potencian. La cooperación entre los actores de un mismo ecosistema es decisiva. El pensamiento complejo de Morin que sin duda también lo habita evidencia el potencial de la nación. A mayor crecimiento económico, más dinero para preservar el modelo social.
¿Qué costo? Una inversión de 30 billones de euros en 5 años. ¿De dónde? Los mercados financieros. Su «revolución del capital», esa que encendió las calles con los chalecos amarillos en el 2018, dio frutos, permitió el retorno masivo de la inversión privada. 30 billones para elegir un destino, una inversión a largo plazo «con reglas presupuestarias específicas para santuarizarla». Para «producir mejor, vivir mejor, entender mejor el mundo al servicio de un humanismo francés y europeo». Y dentro de una perspectiva europea, con estrategias nacionales convergentes para competir en tanto que UE a nivel planetario. El plan se pondrá en marcha desde el 1/1/2022, fecha en que Francia asumirá la presidencia de la Unión Europa, en búsqueda de una relativa independencia productiva —francesa y europea— pues la pandemia ha revelado los dramáticos límites de la dependencia.
A nivel sectorial, veamos de qué se trata.
Producir mejor: - En el campo nuclear, dar el salto al Small Modular Reactor (SMR) que son reactores modulares de pequeño tamaño mucho más seguros, desarrollados por los chinos. Multiplicarlos y generar más energía limpia, no solo electricidad sino calor. Se producen en serie y pueden instalarse en zonas aisladas. - Gracias a ellos, liderar la producción de hidrógeno verde que puede salvar el planeta. Se obtiene por electrólisis entonces consume mucha energía. Pero utilizará energía limpia y otras, renovables, insuficientemente desarrolladas en Francia. «Los inversionistas están listos y el sector organizado. Concretamente, se trata de construir dos gigafábricas de electrolizadores.» - Reducir en un 35% las emisiones de CO2, un esfuerzo colosal que pasa por una inversión público-privada de descarbonización del aparato industrial envejecido. Entre anuncio electoral y voluntarismo desbordado. Al mismo tiempo, acelerar la digitalización y robotización para cumplir la meta, o sea entrar a la industria 4.0 mediante el internet de las cosas. - Producir dos millones de vehículos eléctricos o híbridos. Tres gigafábricas de baterías están actualmente en construcción. Francia debe recuperar las posiciones perdidas en el sector automóvil. - Producir el primer avión con ecocombustible, siendo el sector aeronáutico una de las joyas de la nación, y luego europeizar la producción. - Explorar los grandes fondos submarinos (con la propulsión nuclear) y participar plenamente de la aventura espacial, la revolución de los nanosatélites (CubeSats) que van desde uno a 150 kilos de peso, se interconectan en racimo o en constelación, son producidos en serie, y van a llenar las órbitas entre 400 y 1200 kilómetros. Con esa revolución tecnológica, todo el planeta estará bajo control estrecho. Prevención, diagnósticos, y también ¿ataques precisos? Se entiende la urgencia de llegar al futuro club del gobierno mundial digital para no ser provincia sumisa de facto.
Vivir mejor. - una alimentación sana, duradera y rastreable con una agricultura ecoamigable. Fruto de la voluntad política, la agricultura productivista sufre las consecuencias de grandes decisiones erráticas y no rentables. La «tercera revolución productiva» debe corregirlo, ella misma es triple: digitalización, robótica y genética. - Preservar la civilización francesa, su «excepción cultural», ese modelo que siempre luchó para no ser desplazado por la uniformización mundial. El humanismo de Macron es de convicción y acción: los contenidos fabrican el imaginario de mañana, están en competencia las grandes potencias para imponer o preservar su modelo civilizatorio que permitirá cambiar el mundo, para bien o para mal. Hacerse un sitio en la industria cultural, con grandes estudios de producción, es el camino propuesto. - Francia está rezagada en materia de biotecnología, dejó de invertir y perdió su posición de primer productor europeo en farmacéuticos. El plan apunta a ocupar el 4° lugar, modernizando sus centros hospitalarios (CHU) que combinan investigación y atención clínica y logrando la convergencia de la triple revolución médica: inteligencia artificial, internet de las cosas y la computación cuántica que va a revolucionar tratamientos y prevención. Francia apunta a comercializar 20 biofármacos contra el cáncer y nuevas patologías.
¿Será Macron el presidente reformador y modernizante que Francia y, por arrastre, Europa necesitan? Tendrá que convencer a los de abajo que es el hombre adecuado en el sitio adecuado,mientras los rusos desplegarán su soft power para complicar la presidencia francesa de la Unión con el tema migratorio, tema candente, y, posverdad mediante, debilitar al bloque competidor.