Punto de Encuentro

En busca de la Ilustración

Claire Viricel 

¿Qué tienen en común Maquiavelo, Darwin, Jesús, Galileo, Montesquieu, Marx, Teresa de Ávila? ¿O Garcilaso, Víctor Andrés Belaunde, Luis Bedoya Reyes, José Miguel Oviedo, Luis Alberto Sánchez, Haya de la Torre, Raúl Porras, Jorge Basadre, Chabuca Granda, Hernando de Soto? ¿Y María Félix, Borges, Touraine, Sartre, Wallerstein, Pedro Planas, Bertrand Russell, Manuel Scorza? Es la pregunta legítima que habita el lector que recorre las páginas de Hugo Neira: La ilustración de nuestro tiempo, un libro de homenaje ideado por Carlos Rivera —gestor cultural arequipeño, periodista y editor, aquí compilador de la vasta obra de Neira—, y publicado en el 2021 por la Universidad Católica de Santa María de Arequipa, con 56 ensayos/artículos, entrevistas, semblanzas y reseñas de buenas plumas nacionales.

Que el compilador sea joven (46 años), culto, y emprendedor tenaz (editar en tiempos de pandemia es todo un desafío) no explica el tino de su selección ni la armonía de la estructura. ¿Que sea provinciano? Bastante, pues resalta en el prefacio que «el intelectual abanquino no se somete al provincianismo sentimental o al pobre alpinchismo capitalino (tantas veces indiferente a las voces desde las entrañas de sus provincias o distantes al debate mundial) sino al racional análisis de la realidad desde las múltiples perspectivas ejecutadas con el rigor de sus cerebro y espíritu cosmopolita y nos brinda el variado alimento del saber desde un somero artículo o un libro que ofrezca las claves de un análisis más profundo» (p. 15). El homenajeado siempre resalta su infancia provinciana (Abancay, Arequipa, Trujillo) como consta en la entrevista de Willard Díaz del 2017 (pp. 27-35), y «sí atiende a provincias», como enfatizó alguna vez Juan Carlos Valdivia en su columna en El Búho, provincias donde despierta emulación y esperanza. Lo que nos revela el libro, incidentalmente, es quién es el compilador y sus anhelos.  Su gratitud al «amauta contemporáneo» (sic) suma 514 páginas. Pocas de ellas son inéditas, y una gran parte se encuentra en el blog del autor.

¿Que sea periodista? Sin duda. Entre los miles de artículos periodísticos publicados en el mundo, su selección se centró en perfiles de pensadores clásicos o contemporáneos, universales o nacionales, y también personajes que marcaron su tiempo, humanistas en vía de extinción en su mayoría, que Neira explica con sencillez y amenidad a los lectores tanto de los años 60 como de las últimas décadas: Expreso para los 60, La República para los 90 y 2000, y El Montonero para los años 2010. Así encontramos, además de los 25 arriba mencionados, a Leopoldo Chiappo, gran filósofo y «psicólogo erudito» del Dante, fallecido en el 2010, con un «amor por la humanidad, no en abstracto sino por el oyente o el lector» (p. 299); a Fernando Fuenzalida, gran antropólogo e investigador fallecido en el 2011, por «su rara capacidad de ser libre y vivir como un hombre justo» (p. 303); al historiador Pablo Macera, «un hombre íntegro y claro,... un intelectual sincero» (pp. 169-171); al sabio Javier Tantaleán, aprista, «por su calidad como persona, que se fue como un señor,... acosado por el ninguneo», o sea víctima de la «endogamia universitaria», que anula todo debate y empobrece la sociedad (pp. 304-306); al profesor sanmarquino de Bellas Artes, Bruno Roselli, fallecido en 1970, célebre por ser «defensor contumaz de los balcones de Lima»,... «una inteligencia inconforme, un personaje porfiado, idealista que representaba en nuestro medio el triunfo afortunado de la obstinación» (pp. 354-355); a Luis D'Unian Dulanto alias «Tatán», el «rey del hampa» de los años 50, «el hombre que hacía la noticia», el culpable fácil «en quien se concentran algunos de los más graves males de la sociedad peruana», asesinado por otro preso (1962). O sea el caso emblemático de la «imposibilidad de rehabilitarse» en las cárceles peruanas, situación que «las vuelve inútiles» (pp. 351-353). El compilador organiza su panteón de humanistas a través de la mirada múltiple del autor destacando su propio humanismo y empatía.

¿Y qué pasa con los universales? Con Maquiavelo, entra «el primer político profesional de los tiempos modernos» (p. 113) en un ensayo del 2013 publicado en una revista universitaria nacional. «La tenacidad en seguir siendo un estudioso en la desgracia del destierro, y su capacidad para adaptarse y sacarle provecho a la desgracia son admirables» (p. 112). Y «es un caso ejemplar porque enseña que para ser político —en análisis y en la acción— hay que ser también un humanista». Con Montesquieu, entra la separación de poderes que caracteriza la democracia moderna y tanto cuesta entender en Latinoamérica, en un artículo corto del 2015. Por el corte pedagógico de la columna más que por el aporte del filósofo «que no escribía libritos sino enormes sumas del saber humano» (p. 210) y no cabía en tan pocas líneas. Con Marx, entra otra lección, su «retorno» (artículo del 2002), «a medida que progresa el capitalismo y que nos volvemos nuevos proletarios». Pero vuelve «el Marx de la carta de Engels: 'Ni Karl ni yo somos marxistas'. Un marxismo sin marxistas. Su filosofía radical está en sus textos y no en los diversos programas, muchos monstruosos, que ha inspirado». ¿Y Jesús? 20 años atrás, las Ediciones Oxford anunciaban la traducción de los Manuscritos del Mar Muerto, los rollos de la secta de los Esenios cuya «elevada doctrina moral precede a la prédica del propio Jesús» (p. 313). Asoma en esa columna del 2002 el Jesús histórico miembro de la comunidad esenia, cerrada, que no salía del desierto, y cuya sabiduría salva, después de dejarla, cuando «vuelve para predicarla en el seno del pueblo» (pp. 313-315). La mirada secularizada y objetiva de Neira es así celebrada por el compilador: «Hugo Neira es la conciencia crítica más fulgurante de nuestros aciagos días. Allí donde alguien salpica sus ojerizas políticas, arrebatos desde la bajeza o de la mediocre opinología, él, nos motiva a seguir pensando distante a estas vulgatas que adormecen a la sociedad peruana» (p. 15). Elogio al profesionalismo.

Y al margen de los textos de Neira, está una selección de comentarios a sus obras hechos por Eduardo Dargent, Martín Tanaka y Juan Carlos Valdivia, catedráticos todos atentos a los aportes de la comunidad científica y su desarrollo. Hallamos también otras tres entrevistas  (2014, 2004, 2006) realizadas respectivamente por Enrique Valderrama, Alberto Vergara & Martín Paredes, César Lévano, al testigo y actor de su tiempo que responden al mismo afán de Rivera de hacer pública «su admiración hacia una vida y obra entregada a la reflexión crítica» (sic). A lo que se suma tres cartas abiertas editadas originalmente en 1998: a Alfredo Barnechea (sobre el ninguneo), Moisés Lemlij (sobre el milenio) y Carlos Tapia (sobre los grupos armados y la cultura de la sospecha).

En resumen, el ejercicio de la crítica como construcción de conocimientos y de la realidad, junto con la mirada empática de Neira, son el hilo conductor de esta hermosa compilación-homenaje hecha por un émulo. Las semblanzas elegidas en la penúltima parte (Teresina Muñoz-Nájar, José Luis Vargas, Carlos Rivera mismo, Víctor Andrés Ponce, Arturo Solís, Max Hernández) dan cuenta de cuánto se disfruta impartiendo conocimientos y departiendo con quienes buscan ser libres, y si vienen del pueblo, mejor. «Al pueblo hay que leerlo, educarlo e interpretarlo», sentencia Rivera. Desde Arequipa.

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