Punto de Encuentro

«La traición progresista»

10 Febrero, 2022

Claire Viricel

Claire Viricel 

Tal un guiño a La trahison des clercs (La traición de los intelectuales) de Julien Benda, de 1927, el ensayo del periodista argentino radicado en Francia, Alejo Schapire, La traición progresista (Ediciones Península, Barcelona, 2021), nos trae un análisis bien documentado sobre la peligrosa deriva de la izquierda mundial luego de la caída del régimen soviético. Una «deriva autoritaria», como lo señala su paisana escritora y prologuista, Pola Oloixarac. Más interés despierta la obra y más valor tiene por ser de quien tuvo que «divorciarse de su familia política». Va dirigida a «los huérfanos de la izquierda», los que constatan, aturdidos, cómo ha renunciado a lo que antes fuera —«humanista y antitotalitaria»— para volverse un aliado de los regímenes liberticidas como lo son las teocracias de Oriente Medio y demás autocracias (pp. 19-20).

¿Exageración? ¿Ajuste de cuentas? ¿Panfleto? Nada menos que un trabajo de investigación a escala internacional sobre el papel de la izquierda occidental durante las décadas poscomunistas. Mientras la derecha celebraba el triunfo del liberalismo y el fin de las ideologías, la izquierda, sin modelo alternativo que ofrecer, disponía revisar y reescribir activamente la Historia. Exit proletariado, campesinado y sindicalistas; welcome las minorías y la corrección política, pensamiento fabricado en los campus. He aquí el nuevo sujeto social del progresismo: las minorías. Reemplazaron a la clase obrera (p. 135). Para ellas, las políticas identitarias (Identity Politics) teorizadas en los EEUU multiculturales (y postergadas hasta entonces) que se nutren del pensamiento filosófico europeo funcional a sus intereses (posestructuralismo, deconstrucción). Lo que otrora se llamaba Humanidades y tenía vocación al universalismo —para ello existe la universidad— se fragmentó para ofrecer a un sinfín de minorías étnicas y categorías sexuales (71 hasta la fecha...) unos sitios seguros (safe spaces) de expresión y visibilidad. Una regresión: «La balcanización de las humanidades y su instrumentalización militante corrompen la ética y el rigor académico» (p. 140) ¿Dónde está la deriva si la izquierda defendió siempre la libertad de expresión? Radica en que esas categorías y minorías se afirman a costa de las demás, con las que no hay diálogo y menos debate. Son nuevas endogamias que matan la política y traen de vuelta la cuestión del Otro, ese eterno enemigo. Se abrió la caja de Pandora que pone en jaque la democracia liberal, y con cierta razón, despierta ironía o burla en los autócratas del planeta... Un ejemplo contundante se halla en la elección de Donald Trump.

Después de los años Obama, la candidata demócrata Clinton focalizó desatinadamente su campaña en los temas identitarios. El electorado blanco ya no se repartía por igual entre republicanos y demócratas (44%) sino que pasó a 54% y 38% respectivamente (pp. 151-160). Los blancos evangélicos y obreros rurales empezaron a sentirse 'minoría' bajo la presión demográfica de los inmigrados, 'minoría' completamente desatendida, cuando no maltratada, en los discursos de la candidata. El talento político de Trump fue darse cuenta de ello y hacer de la identidad su instrumento de batalla. Make America Great Again (la de antes, de los blancos dominantes que no sentían suyo ese white privilege increpado por Clinton). Y ganó. La democracia americana tambaleó mostrando su debilidad y, de paso, su modelo civilizatorio.

Lo que partió de EEUU se contagió al mundo. Así el autor recoge hechos transversales a las democracias liberales. «En Europa, la izquierda ha hecho del multiculturalismo su nuevo credo, y el anticlerical comecuras de ayer relativiza hoy el oscurantismo religioso, el machismo de los imames, la persecución de los homosexuales y el antisemitismo como aspectos de una cultura que no hay que estigmatizar» (p. 90). La censura (y autocensura) «es la nueva novia del progresismo» (p. 35). A tal punto que el delito de blasfemia —desaparecido en 1905— regresa en la Francia laica tras los atentos terroristas del 2015 contra Charlie Hebdo: «islamofobia», le dicen (p. 43). A tal punto que «el judío pasa a ser un nuevo nazi en potencia hasta que demuestre lo contrario, si puede, y ni siquiera» (p. 81). «Porque todo judío es un sionista en potencia» (p. 83), oprime al palestino. En Caracas, la izquierda chavista satanizó al «capitalismo sionista» encarnado por Henrique Capriles —quien perdió parte de su familia en el Holocausto, resalta— y se alió a los enemigos de Israel en Medio Oriente (pp. 86-87). 20'000 judíos de Venezuela emigraron, pero también 7000 lo hicieron desde Francia, después de los ataques terroristas del 2015, país donde un antisionismo —como en Inglaterra— escondería un antisemitismo inconfesable, «en nombre del antiimperialismo» (p. 99). «La convergencia del progresismo con el islam radical, el islamoprogresismo, ha provocado, en el caso del conflicto palestino, una distorsión y una ceguera selectiva» (p. 107). Y añade: «resulta cada vez más difícil distinguir al progresismo de las ideologías más reaccionarias...» (p. 109). «El terrorismo islamista le daba al progresismo un poder de fuego y los recursos económicos que había perdido con el derrumbe de la URSS y sus satélites» (p. 90).

Hemos de entender entonces por qué regresan con fuerza derechas y ultraderechas en el nuevo y viejo continente. «Los grupos supremacistas blancos empezaron a adoptar el lenguaje y los códigos de sus detractores» (p. 155). Sintiéndose amenazados, en EEUU se habla hasta del white genocide. Y en Francia, activistas de extremaderecha antirrepublicanos se hacían llamar Generación Identitaria. El gobierno Macron los disolvió por incitar al odio. El autor advierte: «El avance de la izquierda identitaria por encima del proyecto de la emancipación universalista no solo no está cumpliendo con sus promesas de justicia social: está propiciando un enfrentamiento tribal en detrimento del 'nosotros', necesario para cualquier proyecto colectivo. La concepción relativista de la humanidad como archipiélago de identidades en pugna, sin verdades absolutas, vuelve obsoletos consensos históricos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos» (p. 156). «La democracia liberal está siendo traicionada desde la izquierda» (idem).

A nivel geopolítico, las guerras internas del modelo liberal occidental mediante algoritmos y redes sociales que aniquilan todo pensamiento complejo, son aprovechadas por las potencias autocráticas y demás dictaduras para afirmarse. «Los gobiernos de Rusia, Irán o los regímenes teocráticos sunitas utilizan en Occidente y en los idiomas locales el lenguaje de las identity politics a través de sus canales de TV, Twitter y Facebook como no lo podrían hacer en sus propios países. La disolución del nosotros en una subdivisión infinita de tribus en lucha se ha convertido en un fantástico instrumento de influencia y desestabilización contra las democracias occidentales. La injerencia de estos regímenes en ningún caso se explica por un gusto por el disenso democrático o el igualitarismo, aplastados en esos países, sino porque de este modo activan el resentimiento y generan divisiones en el seno de las democracias rivales que les exigen un respeto universal de los derechos humanos» (p. 157).

El autor evidencia en 158 páginas el peligro mortal que las políticas identitarias trajeron para la democracia liberal: un «populismo de ultraderecha identitario» en progresión versus un «progresismo identitario» regresivo, valga el oximorón. Intolerancia a diestra y siniestra. Se cierran con un llamado «a forjar la propia identidad de la democracia liberal, sin complejos, asumiendo el laicismo, la libertad de expresión y la lucha por la emancipación universalista» (p. 158). A conceptualizar se entiende, ahí está el gran reto.

 

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