Punto de Encuentro

La guerra de Putin vista desde Francia

Claire Viricel 

¿Hasta dónde llegará Putin? Es la pregunta que se plantean los ciudadanos europeos después de 75 años de paz, pero también los Estados Unidos, los únicos que tenían la certeza del ataque a Rusia gracias a su servicio de inteligencia. ¿Pudo haberse evitado la guerra a Ucrania? El padre del pensamiento complejo, Edgar Morin, con la sabiduría de sus 100 años, va más allá: «¿Podrá la humanidad evitar la primera y última guerra nuclear?»

Si retrocedemos a los años 70, el fin del imperio soviético había sido pronosticado por dos eminentes historiadores franceses, Emmanuel Todd con La caída final (1976), y Hélène Carrère d'Encausse (HCE), con su libro L'empire éclaté (1978). La URSS se desplomó desde adentro, luego de 74 años de una revolución conducida por Lenin quien «logró en tan solo 4 años construir un Estado de una potencia incomparable y duradera, cuyo legado fue una dictadura de 3/4 de siglo», dice la autora en su biografía de Lenin. En L'empire éclaté, resaltaba cuán lejos de existir estuvo la integración de las múltiples nacionalidades. Las clasifica en tres grupos: los «apátridas», como los tártaros, alemanes y judíos; los «rebeldes», como los georgianos; y los «hermanos enemigos», como los ucranianos. O sea, Homo Sovieticus nunca llegó a nacer en la URSS.

Retrospectivamente, HCE hoy dice que «el mundo occidental falló la transición de la salida de la URSS». «Pudo haberse construido una europea apaciguada» —prosigue— «pero los EEUU no querían que hubiese en Europa una potencia denominada Rusia, negaban esa pertenencia y su destino era ser objeto de una vigilancia permanente. Eso dificultó la salida del sistema de pensamiento comunista. Como consecuencia, los rusos sufren de ser percibidos como país anormal en Europa, por tener una propia vía (un poder interno autoritario dada la extensión de su territorio). Putin trata de compensar eso afirmando a Rusia como potencia teórica, invadiendo territorios en Georgia y Crimea. Desde 2003-2004, Ucrania estuvo hostil con Rusia. Antes de la revuelta de Maidán, los americanos ya le daban apoyo material, pues hay en EEUU dos potentes lobbies profundamente antirrusos, el polaco y el ucraniano, que influyen en las decisiones de Washington. Ahora bien, para los rusos, Ucrania —que es un gran Estado de 40 millones de habitantes—, sí es Rusia. Y ahí está el error de Putin: creer que no existe la nación ucraniana. Existe, se enraiza en la historia y se fortaleció con todo lo que le tocó vivir dentro de la URSS. Su parte occidental perteneció al Imperio austro-húngaro, y esa pertenencia favoreció el nacimiento de un sentimiento nacional cultural que perduró cuando se reunió con su parte oriental. Putin está equivocado con Ucrania». La nación ucraniana se luce en efecto en esa guerra asimétrica. Medio planeta conoce ahora su himno nacional: Para nuestra libertad entregaremos nuestras almas y nuestros cuerpos, y probaremos, hermanos, que somos del linaje de los Cosacos. Temibles cosacos que complicaron las conquistas del emperador Napoleón I°.

Por otro lado, un investigador francés, David Teurtrie, recordó en Le Monde Diplomatique de febrero que «el malentendido se remonta a la caída del bloque comunista en 1991. La OTAN, que se creó para enfrentar la amenaza soviética, debió haberse disuelto, era el momento, las elites rusas eran prooccidentales». Francia promovía entonces una Europa con Rusia. De una «confederación» hablaba el presidente Mitterrand. Pero Washington quiso lucir su victoria sobre Moscú ampliando la OTAN hacia el Este, violando los acuerdos internacionales. De ello es testigo el exministro francés de RREE, Roland Dumas (hoy con 99 años): «no hubo un tratado de paz sino declaraciones que valían como tal, en reuniones entre ministros de los países tanto vencedores como vencidos en las que participé. Aseguramos a Gorbachov que no habría ampliación de la OTAN ni perturbación del retorno a la paz por los ejércitos vencedores. Y que los países libres conservarían los monumentos edificados a la gloria del Ejército Rojo como manifestación del deseo de paz. Todos los presentes se comprometieron en esas dos condiciones impuestas por Rusia». Pero Occidente torpedeó su compromiso. G.W. Bush: «La OTAN debe volverse el tratado de paz de los países libres». Así, paulatinamente, «de  pacto militar cerrado, la OTAN pasa a ser un pacto político-militar bajo la tutela de EEUU» (Susanne Nies).

A esa actitud pasiva de los países miembros de la alianza, Teurtrie le llama «suivisme atlantiste». O sea, espectadores. Los europeos no tuvieron protagonismo en la crisis ucraniana. Quien había abierto la caja de Pandora del intervencionismo fue Washington, con la invasión de Irak en 2003 a la cual se opusieron los gobiernos de Berlín, París y Moscú, con Putin ya en el Kremlin. Desde ese momento, temiendo perder hegemonía en Europa, los EEUU se empeñaron en aislar a Rusia. Apoyaron las 'revoluciones de colores' en Europa oriental y llevaron a sus aliados europeos a aceptar la violación del derecho internacional, ante la sorpresa de Moscú, recuerda Teurtrie.

Total, a tono con las «armas bioquímicas» inexistentes en Irak, Putin responde con la «desnazificación» de Ucrania. Pues Rusia adopta, desde el 2008, el intervencionismo como respuesta a la violación del derecho internacional por su rival histórico y lo desafía en suelo europeo, juego que revela de paso cuan ideológico se ha vuelto el discurso de los derechos humanos y las libertades, supuestamente con vocación universal. Si Putin quiso poner a prueba la solidez moral de Occidente y «aprovechar las divisiones europeas», como señalaron algunos observadores, lo que consiguió fue resucitar a la OTAN y unir como nunca los 27 de la UE. ¿Estuvo en sus cálculos? Ante la presión de los nacionalismos en Europa y el mundo, ¿debe sorprender el retorno de los imperios con fines de paz pero mediante la guerra?

No para Romain Bressonnet, autor de Putin por sí mismo: la conquista del poder, una compilación de sus discursos de 1991 al 2000. En uno de 1991, decía que «las fronteras entre Belorrusia, Rusia y Ucrania eran artificiales y el resultado de la política loca de los bolcheviques», refiriéndose al pensamiento de Lenin y su política de las nacionalidades. Bressonnet considera que «el pecado original de Occidente para Putin fue el ataque a la ex Yugoslavia, una guerra sin mandato de nadie. En ese entonces Rusia, en plena crisis, no pudo involucrarse y la vivió como una humillación. Cambió radicalmente la percepción que los rusos tenían de Occidente». Luego, segundo pecado, «los occidentales no son garantes fiables». Los Acuerdos de Minsk, firmados en el 2014 para pacificar el Donbass, nunca fueron aplicados por Kiev. Un nuevo acuerdo de paz logrado con forceps en el 2015 tiene como garantes a Merkel, Hollande, Porochenko (Ucrania) y Putin. Francia y Alemania no exigen su cumplimiento. Y Putin prepara la guerra entrenando su flota en Siria contra el EI.

Recién elegido, Macron, siguiendo los pasos de De Gaulle, cuida de la relación con Rusia. Recibe a Putin en Versalles. Hoy quiere mediar en la crisis pero no pudo parar la guerra ni evitar ataques a los civiles. Ha reprochado a Putin su visión desfasada de la historia, su nostalgia del imperialismo ruso. Al mismo tiempo, en tanto que presidente rotativo de la UE, llama la Unión a «volverse una potencia», su única salida. ¿La UE camino al Imperio?

 

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