Punto de Encuentro

“Rusos de Putin”

                                                         Claire Viricel                                                                   

Cuesta mirar el futuro serenamente desde que Rusia emprendió la reconquista de Ucrania por la fuerza. El estado independiente fue agredido en nombre de los ‘Homo Sovieticus’ que la conforman y se enfrentan a los modernizantes apresurados en desovietizar la nación: los mal llamados “nazis” por el agresor. Por ello es de gran ayuda el libro de la periodista y escritora argentina de ascendencia rusa, Hinde Pomeraniec, Rusos de Putin, publicado por Ariel este año. Trae algunas de sus crónicas más potentes sobre los primeros diez años de Putin, que salieron en el 2009, y las aumentó de los sucesos más dramáticos de la década siguiente, cuando se construía su liderazgo, mediante un nuevo trabajo de campo. Quiso “comprender a los rusos y capturar el espíritu de su cultura”. En eso se quiere centrar esta columna. Pues ha logrado su cometido sobremanera y más allá de eso, con su prosa, hacernos viajar y sentir la Rusia de Putin —acaso el Putin de los rusos—, no sin ahondar la inquietud por el mundo libre.

Rusia, el país más grande del planeta (11 husos horarios, enormes reservas energéticas, 85 sujetos federales entre repúblicas, óblast, y territorios), alberga 145,5 millones de habitantes “con expectativa de vida y tasa de natalidad bajas”. Una federación con dos grandes ciudades que alternativamente tuvieron estatus de capital: San Petersburgo “siempre tratando de sintonizar la frecuencia de Europa” y Moscú, “volcada hacia el ombligo de lo eslavo”, “ciudad que quiero y temo”, confiesa. San Petersburgo (ex Leningrado), “la ciudad donde Putin nació, la del museo más grande del mundo”, el Hermitage, “vivo reflejo de lo que fue” y “cuya belleza pura aniquila el habla” (p.271). Rusia país también “de furiosas contradicciones” y “sin tradición democrática estable” (p.36). “Hay Rusia allí donde haya rusos”. Este sería el lema del nuevo imperialismo ruso.

¿Cómo serán los rusos entonces? “La palabra ciudadano no tiene sentido para ellos”, dijo Vladimir Sorokin, novelista opositor al Kremlin. “El terror del siglo XX exterminaba cualquiera con pensamiento propio”. “La relación poder-pueblo, piramidal desde el XVI, no cambió en los años 90 —añade— porque llegaron al poder los exfuncionarios de la KGB”. “La mentalidad de esclavo fue cultivada por el poder, tanto imperial como soviético” (p.39). Lo de “esclavo del poder fue el planteo —recuerda Pomeraniec — de la escritora bielorrusa Svetlana Alexievich, autora de Voces de Chernóbil”, y luego de El fin delHomo Sovieticus’, concepto tomado prestado del sociólogo Yuri Levada: “un trauma profundo que maltrató el tejido social transgeneracional”. Según la bielorrusa, “hay una especie de Putin colectivo, que es la conciencia” (p.45). “No quieren ser humillados y quieren ver otra vez la gran Rusia”. Se sienten “más cómodos en una sociedad totalitaria o una que restituya las formas de la URSS”. Así la mayoría prefiere no hablar de política, dice la autora. Otra escritora rusa, Svetlana Boym, de Harvard, no perdona: “los rusos no son víctimas de nadie sino de ellos mismos, no han ajustado cuentas con su historia” (p.43). Una bióloga y exfuncionaria estatal: “la mayoría se encuentra en una especie de migración interna, es decir, se escapan de la realidad. Hay una especie de sentimiento compartido de que ganarle al gobierno es imposible y por eso hay que crearse un jardincito propio”. Pomeraniec observa cuánto extrañan “el margen de seguridad y previsibilidad” que les daba la vida soviética. Al punto que su guía defiende alegremente la “pantomima democrática” que son las elecciones: “no te olvides que votamos siempre. La diferencia es que siempre sabemos de antemano quién va a ganar” (p.51). “Los gobernantes rusos más exitosos fueron siempre aquellos en los que se combinaban cualidades de criminales y estadistas”, había recordado el general Sudoplatov, el espía que mandó asesinar a Trostki en México.

¿Cómo explicar esa relación simbiótica con Putin? Tal vez el yo y mi circunstancia de Ortega. “Un hombre gris, persona discreta, que combina dos dosis ideales de carisma y burocracia”, pero un “paladín de la frialdad”. Según un diplomático, pese a su menuda figura, “es el modelo de marido de las rusas: fuerte, decidido, saludable” (p.31). Es que es abstemio, recuerda Pomeraniec. Deportista, cinturón negro de judo y abogado. Saltó al Kremlin desde el Consejo de Seguridad y después del FSB (ex KGB) donde se había lucido, cuando el liberal Yeltsin ya decrépito lo nombra primer ministro. Pero será para preparar la contrarrevolución. “Pasional y cerebral a la vez”, le tocó una vez ver de cerca “sus ojos helados, su hablar cerrado y su constante gesto de displicencia” y nerviosearse (p.93). Se enriquece con el gas y el petróleo. Antes de la crisis del 2008, fue N°1 de los millonarios rusos. Dos testaferros: los oligarcas Roman Abramovich y Oleg Deripaska, entonces fortuna mundial N°9.

“Putin es un Homo Sovieticus acostumbrado a la obediencia debida y control de la información”, dice la autora (p.106). “En su manera de pensar la política, no hay lugar para la competencia ni la alternancia” (p.82). Se esmera en neutralizar, hasta la destrucción total, a sus adversarios. Según Vladislav Surkov, hábil asesor del Kremlin que acuñó dos conceptos para definir su gobierno —democracia dirigida y democracia soberana— es el “príncipe azul que llegó para salvar Rusia” (p.44). Para Kasparov, el ajedrecista y férreo opositor, “Putin tiene ese instinto animal de los dictadores: huele la debilidad”. Y logró un “poder omnímodo”. Supo reemplazar la fe en el ateísmo forzoso por el retorno de la religión. “Construyó su poder con el patriarca Alexei II y ganó apoyo popular pese a ser Rusia un país constitucionalmente multiconfesional” (p.55). Así llenó el vacío ideológico dejado por la caída de la URSS.

La Rusia postsoviética se caracteriza por el crimen organizado, mafias, asesinatos por encargo. Desde el exterior le dicen “autoritarismo de mercado” al sistema político de Putin. “Oligarcas y criminales ya no controlan el Estado como cuando Yeltsin. Ahora son el Estado y Putin quienes controlan a oligarcas y criminales” explica una exiliada (p.35). Deben “sintonizar con la estrategia de Putin” sino se enfrentan a la cárcel, el exilio, la muerte. La corrupción rusa es sui géneris: “los empresarios son al mismo tiempo funcionarios y, muchas veces, miembros de los servicios secretos, entonces no tienen que pagar coimas” (historiador británico Orlando Figes). Muy contundente es la metáfora de su colega, Neal Ascherson, de Cambridge: “Rusia es una reserva natural de la naturaleza humana. Preserva especies que están extinguidas en el mundo: santos inmaculados, aduladores serviles, bribones, truhanes y espíritus cristalinos puros. Putin es como el guardaparque que mantenía los cercos cortados y distribuía heno en  invierno. Y porta un arma cargada para aniquilar a los canallas” (p.37).

Entonces, ¿pueden los rusos influir en la salida de esa guerra? “Putin supo construir un exitoso sistema que solo colapsará algún día desde adentro. Su régimen no va a terminar por presión internacional, seguro que no sucederá.” (Masha Gessen, periodista rusoamericana y su biógrafa, p.37). Occidente tiene el camino muy inseguro y se divide. Como Soros, unos buscan derrotarlo lo antes posible (Europa central y báltica más Reino Unido). Como Kissinger, otros descartan humillar a Rusia (Francia, Alemania, Italia). Dos posiciones, dos lecciones aprendidas: 1938, Hitler anexa tranquilamente media Checoslovaquia. 1919, Versalles y su Tratado humillante para Alemania. Tremendo dilema.

 

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