Punto de Encuentro

La vacuna del último hombre

La pandemia del coronavirus podría estar produciendo la vacuna del último hombre. Michel Foucault parece pensar que el hombre, vacunado o sin vacunar, pertenece enteramente a la urdimbre de la historia. Afirma que, en los hilos cruzados de la representación, “jamás se encuentra presente el (hombre) mismo”. De modo que, en el proceso inacabado de la naturaleza y de la historia, el hombre resulta ser una invención reciente. Foucault es nietzscheanamente contundente: Le niega al hombre sus posibilidades esencialista y suprahistórica. Por el contrario, lo concibe como una obra apenas estrenada de sí mismo. Más aún, como su maestro, llega a ensayar la hipótesis fatalista de su desaparición. En cuanto al hombre, pensemos que ni siquiera tuvo siempre sus actuales formas biológica y epistémica. El nuevo orden mundial aparece como una gran construcción, pero también como una gran deconstrucción que implicaría las muertes científicas, tecnológicas y simbólicas de Dios y del hombre. Es así por cuanto la vacuna contra el coronavirus y, probablemente, otras vacunas y tecnologías subsiguientes reemplazarían al relato metafísico de la inmortalidad del alma por el discurso científico de la inmortalidad del cuerpo. Friedrich Nietzsche, revisitado en el coronavirus, podría decir que las muertes del Dios pandémico y del hombre vacunado son paralelas.

La genealogía nos dice que Nietzsche apunta su mirada hacia el cielo y revela que Dios ha muerto, y que Foucault dirige su mirada hacia la sociedad y descubre que el hombre también ha muerto. El pensador francés anota que “El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin”. La trayectoria del hombre natural y epistémico resultaría corta: Se trataría de apenas unos pocos siglos en los cuales la linealidad y el progreso historicistas determinarían dos estadios: El hombre que construyó su humanidad en la biología, la economía y la filología; y el post hombre que construiría su transhumanidad en la biología, la física y la cibernética. Igual positivismo determinaría el trayecto de la relación entre el hombre y Dios: El hombre ausente ante la forma Dios, la forma hombre cartesiano ante Dios, y la forma post hombre u Hombre-Dios vacunado.

El hombre vacunado sería Hombre-Dios y, a la vez, Dios perdido. Pues, este post hombre, al vencer la muerte, se convertiría en sujeto absoluto de su propia consciencia y libertad, al punto extremo de que el desvanecimiento de Dios implicaría también su perdición como hombre. Es más, el proceso de la desaparición de Dios se presenta como un camino sin final, que enlazaría la desaparición del hombre y quizá hasta la desaparición de toda imagen semejante. La filosofía pandémica es necesariamente cultura de la sospecha: Por qué la ciencia y la tecnología no pueden haber creado al coronavirus en la lógica de la relación saber-poder. Además, la composición de la vacuna es aún conocimiento encriptado. Tal vez el demonizado Thomas Malthus poseía cierta razón en su matemática económica, y la tierra de verdad explota por su sobre población; pero, las teorías pandémicas conspiranoicas, todavía conspirativas y paranoicas, tal vez también tienen mucho o algo de razón cuando respecto de la vacuna contra el coronavirus demandan que es la primera del tipo ARNm cuya finalidad es modificar el adenoma humano, que contiene nanotecnología conducente la neuromodulacíon y al acoplamiento el hombre a la máquina.

El ahora, y en la hora, del último hombre podría tener la forma de vacuna. Los conspiracionistas dicen que ésta tiene una tintura que nos produciría un tatuaje invisible. Sócrates se inoculó la cicuta para perpetuarse, pero Foucault concluye Las palabras y las cosas con una metáfora que pudiera ser la del tiempo del post hombre u Hombre-Dios vacunado: “El hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”.

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