Punto de Encuentro

La estupidez en perspectiva

Claire Viricel

“La historia universal de la estupidez” salió en Francia en el 2019. Publicada por las ediciones Sciences Humaines, la Histoire universelle de la connerie (en francés) reúne a 35 autores, universitarios e investigadores nacionales principalmente, bajo la dirección del psicólogo Jean-François Marmion, director y jefe de la revista Le Cercle Psy. El libro de 490 páginas da cuenta de las inquietudes de hoy del ser humano ante la destrucción de su hábitat natural y sus distintas sociedades e identidades. No busca elaborar ninguna teoría, evita caer en la hybris, es decir, la desmesura, forma recurrente de estupidez. Observa y narra nada más. Así, el investigador Jacques Vauclair se pregunta si la estupidez (o tontería, o necedad) es propia del hombre. La prehistoriadora Marylène Patou-Mathis si somos violentos desde siempre. El filósofo Stéphane Feuillas, qué hacer con nuestra estupidez luego de explicar su función en la cultura china. El geohistoriador Vincent Capdepuy reflexiona sobre la globalización que busca destruir los Estados-nación: ¿no sería otra necedad más? La politóloga Elizabeth de Castex se pregunta si el transhumanismo no es el futuro de la tontería. Si el mundo nos parece más estúpido que nunca, esta obra viene para recordar que entre “el hombre y la necedad hay una historia de amor loco de 10 mil años”. Marmion recuerda, en efecto, que ya en el siglo XVI, Erasmo de Róterdam se ocupó de la estupidez, “lo opuesto a la sabiduría”, en su obra Elogio de la locura. La historia humana sería entonces indisociable de la historia de la estupidez.

Un par de ejemplos. Sylvie Chaperon, historiadora,  responde a Marmion sobre las tonterías acerca de la mujer. Si hoy escuchamos desde las izquierdas 'progresistas' que “el hombre puede menstruar”, ella sostiene que, “grosso modo, todo lo que se dijo de la mujer desde los griegos, es falso, desde su inferioridad (que viene de tiempos inmemoriales) al conocimiento científico sobre las diferencias sexuales”. “La ciencia se inclinó a confirmar los prejuicios religiosos y el sentido común que decía que la mujer era biológicamente inferior”. Y precisa que se la consideraba inferior moral e intelectualmente no tanto por su sexualidad sino por su función, ser madre. “El médico y senador Paul Broca, en 1880, en el momento de abrir la secundaria a las muchachas, sostenía que su formación debía ser inferior porque su función social —comunicar e interactuar con los hijos pequeños— no exigía más de ella”. O sea, “la sexualidad de la mujer al servicio de la maternidad solamente”, con discursos científicos más que religiosos a favor de su pasividad sexual y contra su propio placer. “La sexualidad activa o precoz de las mujeres es vista como una desviación, se habla de ninfomanía”, o sea una patología, una degeneración.  Para evitar su reproducción, se adoptó en 1942, con Pétain, en  Francia el certificado prenupcial, “un eugenismo soft”, dice la profesora. “Libres quedaban los esposos de procrear o no”. A su parecer, la aparición del psicoanálisis no trajo grandes beneficios. “Lo bueno es que con Freud ya no se habla de degeneración sino de neurosis. Pero él impuso otra norma, el placer vaginal, dejando en el campo de la 'anormalidad' las otras formas de placer femenino. Solo con el movimiento feminista de los 70 y antes, con las tomas de posiciones de Simone de  Beauvoir, comenzó a divulgarse cosas sensatas sobre las mujeres y su sexualidad, sexualidad pensada y escrita por ellas.” Una gran estupidez aun divulgada en el siglo XXI “es que la mujer no tiene interés en el sexo salvo que sea puta. Una adolescente que sale con varios chicos es rápidamente (des)calificada por los demás adolescentes y acosada en redes sociales, sin garantía alguna de solidaridad femenina. Si lo mismo pasa con un chico, su comportamiento pasa por normal. La homofobia, en cambio, entre adolescentes es muy compartida”.

Otro ejemplo, la negación del cambio climático. ¿Demasiado estúpidos para salvar el mundo? Es la pregunta planteada a George Marshall, escritor y fundador de Climate Outreach and Information Network de Oxford. Para él, “el hombre no es sensible al peligro climático, algo inédito que, al no afectarnos personal sino colectivamente, no nos hace sentir involucrados y menos aún en el futuro próximo”. Emocionalmente, nos da igual. “Tenemos una gran capacidad de contarnos cuentos: ¡el cambio climático es una necedad! se escucha mucho en Estados Unidos, Australia, Canadá y recientemente en Alemania. Se trata solo de acotar nuestras libertades o permitir que algunos científicos se llenen los bolsillos”, son los argumentos que sostienen para negarlo. Marshall señala la necesidad de un enfoque diferenciado. “Si gritamos siempre ¡Llegó el fin del mundo! y no llega, el día que sí va a llegar nos va encontrar desprevenidos”. Recomienda adaptar la verdad del cambio climático a los públicos, según los valores y la identidad de los pueblos. Nada de mensaje universal sino un discurso local. “A los negacionistas y conservadores, decirles que el recalentamiento global daña sus propiedades que tanto les costó pagar. No es justo que el clima las destruya.” “Muy poca gente puede pensar, cultural y políticamente, a escala internacional, hay que bajar al nivel de la nación o de las comunidades”, y no se puede ni se debe jerarquizar las prioridades. “La información necesita una generación para llegar a las conciencias, lo vimos con el cigarrillo”. El cambio que está en marcha en nuestros modos de consumo ha llevado los industriales a reconvertirse para no perder sus mercados. “Pero tenemos 20 años de retraso y nos va a costar caro. ¿Cuántos van a sufrir? Al respecto, no soy optimista. Las consecuencias serán sobre todo sociales y tendremos guerras y hambrunas mayores. Ante nuestra impotencia, buscaremos chivos expiatorios, y votaremos mal”, empeorando nuestros males.

Para Jean-François Dortier, fundador de Sciences Humaines, paradójicamente la necedad es también una “fuerza motriz de la historia”, “no solo el genio humano como lo postuló el autor de Sapiens, Yuval Harari”. Pues, resumiéndolo, el hombre gusta de cegarse ante las consecuencias de sus actos (la guerra de EEUU a Irak disparó el auge de Daesh en el mundo), es propenso a autoengañarse y crear ideologías devastadoras (comunismo, fascismo). El genio que desarrollaron los constructores de pirámides, catedrales o castillos respondía al “deseo de exhibir la potencia o el prestigio de quienes los encargaban”, o sea la hybris como motor, lejos de toda meta racional. Y lo mismo pasa con el lujo: lo escaso se buscó para “reafirmar el prestigio de las elites, no se buscaba la utilidad ni la comodidad, y menos la aventura. La Ruta de las Especias fue para enaltecer las mesas de las elites europeas”. A lo que suma las pasiones —emociones, miedo, resentimiento, odio— formas todas de la estupidez que sería también parte del motor de la historia. “Por el papel de las emociones, señala Dortier, el historiador americano Timothy Tackett hoy explica el clima de miedo, de pánico, que reinaba en Francia en 1792 y trajo el régimen del Terror”, aportando una causal más.

“La estupidez acompañará a nuestra especie hasta su tumba, quizás cavándola de paso. Lo peor es que somos más cómplices que víctimas”, señala la contraportada del libro que ayuda mucho a relativizar los tiempos necios de hoy en día.

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