Punto de Encuentro

Foucault y yo, en China

Michel Foucault y yo estuvimos en China. Literal: El año 2018 llegué a Shenzhen, la ciudad más tecnológica del mundo, con un libro de Foucault en la mano, “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”. China, post Mao Zedong, ha tenido dos puntos de inflexión hacia un nuevo tiempo: 1978, con Deng Xiaoping, y su gran reinicio al capitalismo; y el 2018, con Xi Jinping, y su gran reseteo del mundo. Precisamente, en los días de mi viaje, China se convierte en la sociedad más disciplinaria, anatomopolítica y biopolítica del mundo. Se trata de la sociedad más panóptica de todos los espacios y tiempos. Hoy, China es una cárcel, cuya torre de control posee la posibilidad de mirar sin ser mirado, porque tiene como luz maximizada y sin retorno, a la cibernética convertida en dispositivo del sometimiento. Mi enfoque, mi herramienta metodológica, tiene dos autores: Foucault, y el libro declarado, como mi teoría; y Cristina Martín Jiménez, y su libro “La tercera guerra mundial ya está aquí”, como mi empiria.

Este segundo libro tiene la calidad de ser post pandémico. Ha sido publicado en Barcelona, por Editorial Planeta, el 2021. El maestro francés, siguiendo la arquitectura carcelaria de Jeremy Bentham, enseña que el panóptico supone una columna o torre central, rodeada de celdas atravesadas por un único halo de luz que ingresa en ellas por una ventana pequeña. El gobernante guardián no puede ser visto, lo cual motiva que el ciudadano chino encarcelado interiorice, internalice, el poder del control, de manera que éste se convierte en parte de sí mismo.

Foucault, y yo sobre sus hombros de gigante, hemos ampliado el enfoque en China. Con Bentham, el panóptico era la cárcel; con Foucault, el panóptico podía ser el asilo, el hospital, el psiquiátrico, y hasta el colegio; pero, con Xi Jinping y el globalismo progresista, el panóptico es la sociedad y el mundo enteros. Los ciudadanos chinos están duplicados: Uno, son sus cuerpos reales, con sus comportamientos propios de la interacción social; y otro, es el registro de sí mismos, que es administrado por el Estado carcelario, en el cual figuran su buena o su mala conducta.

En China hay un control sobre el tiempo y los movimientos de los chinos. Lo que para Bentham era un modelo teórico, para Foucault y para mí es una realidad social. Martín Jiménez parece decirnos que el panóptico rebasó la microfísica, y que está en las calles de China. Al punto que, se estaría forjando una gubernamentalidad, por lo menos, en la mitad de los ciudadanos chinos que legitiman el régimen carcelario que “les otorga una puntuación a todos y cada uno de los ciudadanos chinos en función de sus hábitos cívicos, su estilo de vida, las páginas web por las que navegan, lo que compran en internet y otras variables, como sus infracciones de tránsito”. Dice Martin Jiménez que existe un “crédito social”, administrado por el Estado, el cual “marca la posición de los ciudadanos en la escala social del país. De modo que aquellos que tienen un crédito alto tendrán un trato preferente por parte de la administración.

Por el contrario, quienes tengan una puntuación baja –los que “rompen la confianza”– se enfrentan a represalias, como la imposibilidad de acceder a determinados puestos de trabajo, la prohibición de comprar billetes de tren o avión, de alojarse en los mejores hoteles, de que sus hijos vayan a buenos colegios… Todo esto además de ser incluidos en listas negras públicas de “malos ciudadanos” y sufrir el escarnio en las calles, que se empapelen con sus fotografías para que todos los reconozcan”. Martín Jiménez dice que el Club Bilderberg venera el sistema chino, y que la “agenda madre” está en el proyecto de “un único Gobierno, un Gobierno Mundial… una sola moneda / mercado, una religión única y una civilización teocrática universal”. Foucault y yo, en China.

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