Punto de Encuentro

La derecha radical en América Latina

Farid Kahhat, profesor de Relaciones Internacionales en la PUCP (Lima/Perú), acaba de publicar su más reciente libro titulado “Contra la Amenaza Fantasma” (Editorial Planeta: 2024), en el que busca comprender a aquellos actores políticos que conforman la derecha radical latinoamericana.

Los rasgos de la derecha radical contemporánea

Al respecto, siguiendo la definición propuesta por el politólogo neerlandés Cas Mude, Kahhat señala que la derecha radical contemporánea comparte un fundamento ideológico, que presenta, cuando menos, tres rasgos característicos: nativismo, autoritarismo y populismo.

En primer lugar, el nativismo de la derecha radical nos remite a la dicotomía entre nativos -a quienes se les otorga una valoración positiva- y foráneos -a quienes se les asigna una valoración negativa-, los mismos que, a partir de los fenómenos migratorios cada vez más presentes en la región, estarían en competencia, tanto por un sentido de pertenencia como por acceso a oportunidades laborales y beneficios sociales. Este nativismo, afirma el autor, sería una variante del nacionalismo étnico; es decir, un nacionalismo en el que la pertenencia a la comunidad no se define por la ciudadanía, sino por la etnicidad, lo cual tiende a excluir a inmigrantes nacionalizados y sus descendientes.

Para el autor, la persistencia del nacionalismo como fuente de identidad política resulta paradójica, si se tiene en cuenta que todas las ideologías que creen en el progreso -socialdemócratas, comunistas, liberales o libertarios- consideraban que esta es una fuente de identidad premoderna que habría de desaparecer con el tiempo pero que en el caso de la derecha radical latinoamericana sigue vigente.

En segundo lugar, el autoritarismo de la derecha radical se expresa en la invocación a la sumisión a las normas y a la autoridad. Para el autor, aunque los partidos de la derecha radical latinoamericana sostienen que respetan las normas y las instituciones de la democracia representativa, experiencias como la de El Salvador demuestran que, cuando menos, algunos de ellos están dispuestos a subvertirlas desde el Gobierno y muchas veces lo hacen con el respaldo de una amplia mayoría de personas que está dispuesta a sacrificar derechos en aras de conseguir seguridad, aunque eso suponga la violación flagrante del orden constitucional establecido.

En tercer lugar, el populismo de la derecha radical se manifiesta en la estrategia de dividir a la población de un país entre el “pueblo”, como un todo indiferenciado, y las “élites”, que controlan el gobierno y la economía en beneficio propio. Para el autor, los liderazgos y partidos de derecha radical latinoamericana pretenden erigirse como los únicos representantes legítimos del “pueblo”. Por ello, usan como estrategia, además de su crítica a las élites (o a la casta, para usar un término popular en nuestros días), una fuerte oposición al pluralismo político (un rasgo, por cierto, típicamente de raíz autoritaria).

La reinvención del enemigo común

Ahora bien, no todos los que podrían ser calificados como de derecha radical en América Latina comparten a cabalidad las tres características antes descritas. Sin embargo, para el autor, lo que sí es posible afirmar es que más allá de ciertos matices, todos los liderazgos y partidos de derecha radical latinoamericana creen estar librando una batalla contra un enemigo común: el marxismo cultural.

En otras palabras, en un mundo convulso e incierto como el nuestro, la derecha radical en América Latina ha construido un enemigo existencial que hace su entorno político inteligible y previsible. Pero en ese proceso, afirma el autor, incurre en una sobreestimación de la cohesión de rivales variopintos pues termina generalizando e identificando con la misma etiqueta a actores que presentan diferencias políticas e ideológicas mayúsculas entre sí. Por ejemplo, la derecha radical en la región cree ver en la izquierda al máximo representante del marxismo cultural olvidando dos variables que son más que evidentes en nuestro continente: 1) Que no existe en América Latina la “izquierda” en singular; y 2) Que la izquierda no ha sido quien ha puesto en vigencia muchos de los temas que la derecha radical considera propios del marxismo cultural.

Varias izquierdas

En esa línea, aunque le pese a la derecha radical latinoamericana, lo cierto es, que desde la llamada “marea rosa” de principios de siglo, la izquierda en la región siempre fue variopinta. Así lo demuestra el autor cuando contrasta el Gobierno de izquierda en Uruguay durante su vigencia (15 años gobernó el Frente Amplio) y el de Venezuela. Mientras en el Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional para 2018, Uruguay era el país con menor nivel estimado de América Latina y el Caribe. Venezuela, como se sabe, figuraba como el país con mayor nivel de corrupción (aparecía en el puesto 168 en un ranking de 180 países), resalta el autor.

Pero si existe un tema que divide a las izquierdas regionales es, sin lugar a dudas, la postura de las mismas frente a los autoritarismos. Así, por ejemplo, mientras el boliviano Evo Morales sostenía en noviembre de 2021 que Daniel Ortega había logrado reelegirse en Nicaragua en el marco de unas elecciones limpias y transparentes. En cambio, el chileno Gabriel Boric declaraba que “Nicaragua necesitaba democracia, no elecciones fraudulentas ni persecución a los opositores”. Y lo mismo ocurrió cuando llegó la hora de sentar posición frente a la invasión rusa de Ucrania. Por un lado, los gobiernos izquierdistas de Argentina y Chile la condenaron sin atenuantes, mientras que los de Nicaragua y de Venezuela terminaron respaldando las tropelías de Vladimir Putin y compañía. 

La impronta liberal

Del mismo modo, la derecha radical regional se esfuerza en sindicar a la izquierda como la gran impulsora de temas que en realidad se originaron en otras ideologías políticas. Y para mostrar el tamaño de esta monumental mentira el autor repasa dos temas de gran actualidad: el matrimonio entre personas del mismo sexo y el feminismo.

Sobre lo primero, es importante recordar -como lo hace el autor- que el primer régimen comunista en reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo (Cuba) lo hizo recién en 2022 y por referéndum. Entonces, resulta claro que ninguna variante del marxismo ha estado a la vanguardia de las reivindicaciones del movimiento LGTBI, cuando algunos Estados europeos empezaron a hacerlo desde inicios de este siglo, sino que los argumentos expuestos en favor de esta decisión fueron claramente liberales/libertarios: 1) La separación entre el Estado (el matrimonio como un contrato) y la Iglesia (el matrimonio como un sacramento); y 2) El matrimonio como una decisión auto referente que no viola los derechos de terceros.

Sobre lo segundo, resulta claro -siguiendo al autor- que la relación con el movimiento feminista es otro tópico que divide a la izquierda latinoamericana. Por un lado, el Gobierno del chileno Gabriel Boric define su política exterior como feminista. Por el otro, el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa se refiere a la perspectiva de género en la educación como “ideología de género”. Es decir, usa el mismo término que la derecha radical latinoamericana emplea, y con el mismo objetivo: descalificarla.

En suma, es evidente que no es posible hablar de una izquierda en la región y mucho menos afirmar que los liderazgos y partidos de izquierda comparten la misma agenda o presentan el mismo enfoque en torno a temas como los antes descritos, como cínicamente afirma la derecha radical latinoamericana.

La patraña del fraude electoral

Ahora bien, sobre el otro frente, el autor afirma que sí es posible identificar un rasgo común que prevalece en la derecha radical regional: cada vez que pierde una elección, sin excepción alguna hasta ahora, alega fraude en su contra sin presentar evidencia. Estos han sido los casos de Donald Trump en los Estados Unidos (2020), de Keiko Fujimori en Perú (2021), de Jair Bolsonaro en Brasil (2022), de Antonio Cubas en Paraguay (2023), incluso de Javier Milei en Argentina (2023) que incluso alegó fraude en su contra en las elecciones primarias que ganó.

La amnesia de la derecha radical

Sumado a ello, además de la patraña del fraude electoral que denuncia la derecha radical latinoamericana cuando pierde una elección, dicho sector convenientemente olvida, como lo recuerda el autor, que, en 2009, tuvo lugar el primer golpe de Estado exitoso después de mucho tiempo en la región (contra el izquierdista Manuel Zelaya en Honduras). Este sector también olvida que en los años siguientes fueron destituidos tres presidentes de izquierda vía procedimientos con serios cuestionamientos constitucionales (el paraguayo Fernando Lugo en 2012, la brasileña Dilma Rousseff en 2016, y el boliviano Evo Morales en 2019). Y, por si fuera poco, este mismo sector vuelve a olvidar que en 2018 toda la región fue testigo de cómo a través de una confabulación judicial se impidió la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva, debiendo anotar que quien impidió dicha candidatura fue el juez Sergio Moro que meses después terminaría juramentando como ministro de Justicia del Gobierno de su rival, Jair Bolsonaro.

Apunte final

Luego de leer el libro de Kahhat, podemos afirmar que compartimos lo dicho por el autor cuando señala que la derecha radical latinoamericana para justificar su desempeño político y electoral ha borrado deliberadamente las enormes diferencias intelectuales y políticas que existen entre los diversos liderazgos y partidos regionales (desde comunistas hasta liberales) para crear a un único y temible dragón al que debe enfrentar en una épica batalla cultural en defensa de lo que considera verdadero o sagrado usando un discurso en el que confluyen las banderas del nativismo, autoritarismo y populismo más rancio.  

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