Punto de Encuentro

Carolina y el cuidado multidimensional

Claire Viricel

Quien ama la vida y no quiere volverse una carga para su preciado círculo familiar busca mantenerse autónomo conforme entra en años. Si bien gracias a la ciencia somos más longevos que nunca, la tecnología nos ha transformado en tan solo un siglo. Según el filósofo Byung-Chul Han, hemos pasado del Homo faber (el trabajador) de Hannah Arendt al Homo ludens (el jugador) de Giovanni Sartori. Y desde hace apenas dos décadas, al Phono Sapiens, ese humano juguetón que se sustrae de la realidad con su dispositivo adictivo, y carece de preocupaciones. En el mismo tiempo, las relaciones humanas e intergeneracionales también se han modificado. Como ejemplo, basta el impacto del smartphone. Según Han, al hacernos creer que teníamos literalmente el mundo en el bolsillo, el teléfono inteligente nos ha vuelto egocentristas, sumidos en “una burbuja que nos blinda frente al otro” (No-cosas, Taurus, 2021). “El otro como voz, como mirada, se pierde en la era digital”. Así se pierde también la empatía que, tiempos no tan atrás, se desarrollaba leyendo novelas.

Al capitalismo industrial, le ha sucedido el capitalismo de la información. Significa cambios en el ser humano cuyas vida y alma se han mercantilizando bajo el impacto de las plataformas digitales y las redes sociales, según el mismo Han. Cabe preguntarse entonces qué pasará con las vidas que alcanzan el fin de su ciclo biológico, que están ancladas en el capitalismo productivo y sienten, vueltas un mero paquete de información en la era digital, el peligro de la deshumanización cerca. ¿La Inteligencia Artificial las va a atender? Es lo menos probable.

Envejecer con calidad de vida es una meta que se ha vuelto lema y ha visto prosperar las instituciones especializadas que combinan el care y el cure en situación de dependencia. Palabras prestadas del inglés, la primera designa lo que es el cuidado en su sentido más completo y altruista, y por ello, muchas veces no se le traduce. Significa la búsqueda del bienestar del otro, que es más que prodigarle cuidados médicos protocolares, que es el sentido de la segunda, el cure. El care implica una relación cuya intensidad varía según la circunstancia del paciente, en la que la creatividad y la improvisación previenen una posible deriva deshumanizante. Solicita la empatía y una paciencia infinita. Ahí no hay algoritmos que ayuden.

En las sociedades de bienestar, el modelo institucional de geriátricos, que tiende a la estandardización, ha alcanzado una situación crítica. A menudo, ni las altas mensualidades cobradas pueden garantizar el cuidado esperado, entendido como bienestar. Ahí donde el recurso humano es clave, escasea. Por razones de rentabilidad y subvaloración de las habilidades blandas en el medio médico y paramédico. Así, el Estado holandés ha retrocedido, y cuida de los ancianos en su domicilio. Y el Estado francés anunció que repensaría el cuidado de los mayores dependientes luego del devastador informe de un periodista independiente, Víctor Castanet, sobre el más prestigioso de los hospitales para adultos dependientes (EHPAD), privado y francés — el grupo Orpéa—, que cotiza en la bolsa de valores y se ufana de ser un “paraíso para adultos mayores”. Dicho informe publicado en el 2022 se titula Les fossoyeurs (Los sepultureros). Desnuda un sistema de lucro incompatible con la calidad de vida que era opacado en inspecciones de complacencia recurrentes. Donde la insuficiencia de personal y las matemáticas del cuidado derivaron en maltratos continuos, y consecuentemente, en la deserción de vocaciones ante la indiferencia de los poderes públicos. Cada paciente siendo distinto, su tiempo y forma de cuidado no pueden ser estandardizados. En el caso señalado, hubo malversación de fondos públicos específicos para cuidadores. Lamentablemente, la dimensión humana de una buena atención a los adultos dependientes se puede perder tanto en instituciones especializadas como en redes de apoyo deficientes, pero por razones muy distintas. ¿Hay soluciones mixtas? Sí, y va un ejemplo chileno.

Carolina Mánriquez C. creció en Coquimbo, en el Norte chico de Chile, y fundó Kinegoldenage en el 2018, un equipo multidisciplinario móvil al servicio de pacientes con demencia. De formación es kinesióloga, una profesión que se inspira en la filosofía china, la cual enfoca al cuerpo como un campo, un todo, y no una suma de partes. Diez años previos de experiencia en el cuidado de enfermos adultos mayores tras su capacitación obtenida en el 2006 en Temuco le habían enseñado las falencias del oficio. Entonces, preparó su licenciatura en kinesiología en la Universidad Gabriela Mistral (2018), así podría enfrentar el envejecimiento patológico sin ataduras, definir sus estrategias de estabilización y educar a las familias desamparadas en el acompañamiento del enfermo. Los desafíos encontrados en este terreno la llevaron a otra capacitación, en Geriatría Teórica y Práctica, para adquirir los conocimientos necesarios. Fue en la Universidad Católica de Chile, en el 2021. Y es pensando en traer algún día su experiencia exitosa a las comunidades más vulnerables que se diplomó en Gerontología y Comunidad, en esa misma universidad, el año pasado.

Los servicios de Kinegoldenage son idóneos para familias con personas mayores que presentan varios tipos de demencia descompensada, como Alzheimer, Cuerpo de Lewy, vascular, mixta, incluida la más temida, la frontotemporal. Diagnosticarla es el primer paso y lo da el médico de cabecera. Si bien el tratamiento farmacológico que sigue es guiado por el médico tratante, Carolina se ocupa de todo lo demás. Todo empieza por una evaluación del domicilio (la “red de apoyo”), dependiendo de este factor el tiempo y éxito del tratamiento. Para establecer la rutina estructurante que es parte del éxito, el domicilio facilita los materiales de cuidado y equipamientos ortopédicos necesarios. Y a lo largo de meses, se procede a algo decisivo: una farmacovigilancia óptima y necesaria por las inevitables interferencias entre medicamentos, una posible resistencia, sin olvidar los efectos adversos. Así, el médico tratante tiene un feedback de observadores capacitados para ajustar o variar el tratamiento oportunamente, evitando complicar la salud del enfermo. Encontrar ese justo medio puede demorar, pero el cuerpo es sabio y encuentra un nuevo estado de homeostasis.

Después de la profesional, vayamos a la persona. Tal como lo sugería su nombre, el destino de Carolina era el care. Y por el cariño que la caracteriza, lo lleva doblemente bien. En ella fluye la empatía, reina la paciencia y hierve la creatividad. “Me encantan los pacientes descompensados”, dice con una sonrisa desconcertadora. Se interesa por el cuerpo cuántico, su complejidad, las energías que nos conectan y nos afectan, y la neurobiología. No teme tanto la dificultad de los casos clínicos más severos como la actitud prepotente, negligente o poco flexible del entorno, que no puede medir las consecuencias para el más vulnerable de todos, el paciente. De suceder, su ética de la responsabilidad la lleva a poner fin a su fórmula de cuidados personalizados a domicilio. Producto de las circunstancias y de su disposición nata, a Carolina le había tocado cuidar a su abuela, y la vio celebrar sus 104 años. Sin querer queriendo, sus habilidades blandas trazaron su camino y un modelo de cuidados que, en efecto, hace del envejecimiento tan negativamente connotado, un golden age, una edad de oro.

En su activo, Carolina cuenta con casos emblemáticos de proveedora de bienestar y serenidad. El factor humano, razón y corazón.

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