Dedicado a la memoria de Don LIZARDO SALVATIERRA PAREDES, compañero ejemplar e intachable.
He tenido en mente desde hace días un ensayo sobre los cien primeros años del APRA que por ser agudo por todos sus lados y por no seguir una sola línea excepto la doble cuerda de la libre conciencia del autor y la de la objetividad no se ha admitido en ninguno de los medios que siempre publican todo lo que envío, incluso mis caprichos, una muestra innegable de prejuicios y odios inveterados sobre los que no es necesario enfatizar mayores incidencias.
En todo caso, pensar en el APRA y su primer centenario implica hablar de revolución, gloria y heroísmo, pero, también de caídas y abyecciones. Desde luego, debemos pensar en luchas e ideales, pero, también, en flexibilidad y pragmatismo. Su historia, su presente y su futuro pueden caracterizar la historia, el presente y el futuro del país entero así que deberíamos andar bien advertidos.
El registro debería ser épico, pues todo aquí tiene dimensión de tragedia, pero hemos optado por un sereno examen de momentos, ideas y circunstancias. Veremos si eso resulta más útil para abordar un objeto de estudio enrevesado y poliédrico en exceso como sin duda es el APRA y la figura de su líder máximo.
I.
En 1924, Haya de la Torre siendo un exiliado en México, debido a su oposición a la dictadura de Leguía y aun en la condición de presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, entrega al Presidente de la Federación de Estudiantes de México la bandera roja indoamericana, suceso simbólico que constituye el episodio fundacional del mayor movimiento político continental hasta la época de las guerrillas en los años sesenta.
El Partido Aprista Peruano, en cambio, se fundó recién el 20 de Septiembre de 1930.
Entre estas dos fechas existe una genuina hecatombe incontenible y, de este punto en adelante, sin ningún instante de reposo, una dispersión de odiadores y enemigos que subsisten hasta la fecha.
En este devenir, puede y debe decirse que en el inmenso partido se dieron cabida todos los extremos posibles y así hubo facciones de derecha e izquierda dentro del propio APRA con grandes representantes de ambos bandos hasta los tiempos de la contienda entre Townsend y Villanueva, otro episodio trágico.
Hubo, también, facciones reaccionarias en gran medida y otras revolucionarias y a veces coincidieron todas ellas en un mismo individuo en diferentes momentos como Villanueva que en 1945 fue objeto de una imputación parlamentaria por terrorista, en 1965 hizo lo propio desde el otro bando en contra de Luis de la Puente, aunque, luego, más o menos, se arrepintió, y, al final mostró amplias complacencias con Víctor Polay que fue aprista y que, quizás, por eso, en su alzamiento, tuvo, al menos, el coraje de no confundirse con la población civil como hizo la cobardía senderista, ya que usó en todo momento las ropas de un guerrillero como manda la Convención de Ginebra.
De hecho, el prólogo de Villanueva al libro "En el banquillo. ¿Terrorista o rebelde?" me recuerda otro de los grandes momentos paradójicos que el APRA prodigó en el curso de su larga historia cuando Haya dijo que el mejor gobernante civil que tuvo el Perú fue Leguía, es decir, el hombre que lo tentó primero con favores y privilegios que no aceptó como si hizo convenientemente Mariátegui y que, luego, lo encarceló en las peores condiciones (karma que acabaría pagando amargamente cuando fue derrocado por Sánchez Cerro) y que, ante el riesgo de muerte del célebre líder, en ese momento, estudiantil y debido a los pronunciamientos de medio mundo decidió largarlo al exilio sin más pertenencias que la ropa que llevaba puesta. Eso es tener carácter y savia de héroe (la real estatura de un genuino padre de la patria) y, sobre todo, entereza para tratar de entender al otro aun sin importar que haya sido un enemigo.
En esta entrevista de 1978 a la que me refiero, Haya, desde su posición de viejo político sabio y diablo, analiza a Leguía desde una profundidad maravillosa y expresa como fueron la debilidad del entorno y la malicia de sus consejeros los factores que lo precipitaron en las cenizas y ruinas de su último régimen, generosidad inusitada y una lucidez del todo inexistente en las arenas políticas peruanas donde la bajeza y los orines corrompen todo (Mateo 6:19).
Este tipo de detalles no suelen verse así nomás en la política peruana mezquina y carente de grandeza ante los errores ajenos (nunca así con los propios) o exultante solo ante los enemigos de los pseudomoralistas que proliferan por todas partes como grandes puritanos y cucufatos sin remedio.
En cambio, el APRA, pese a todo, se ha caracterizado por esta amplitud general de parte de algunos de sus más conspicuos lideres (lo que no necesariamente ha sido replicado por la masa, siempre proclive al sectarismo, coincidente, eso sí, con cualquier otro partido o movimiento político peruano).
La unión con Prado, la célebre Convivencia, y la alianza con Odría representan sino episodios oprobiosos desde cierta perspectiva intransigente, en cambio, dos lecciones tremendas de criterio político y dos enseñanzas plenas de responsabilidad cívica (aunque la última devino, también, en una cerrazón desmedida en contra de Belaunde, toda la verdad ha de ser dicha, siempre).
Hasta aquí he mencionado todo lo que conlleva relevancia hasta antes del primer gobierno de García, pero antes de pasar a asuntos más específicos sobre la vigencia e importancia de la ocasión en cuestión, no se debe olvidar el pasado revolucionario del APRA que halló su peor realización en Trujillo en 1932 y cuyas consecuencias fueron tan nefastas como el holocausto correspondiente al "año de la barbarie" y la consiguiente muerte de Sánchez Cerro a manos de un aprista (Abelardo Mendoza Leyva) militante aprista peruano que, así, tomó venganza por los deudos de los mártires norteños.
Lecciones terribles todas que no deben olvidarse y deben llevarnos a cuestionar todo esto hasta sus extremos. Por ejemplo, me he preguntado varias veces si acaso todas estas muertes pesaron en el corazón de Víctor Raúl para no decidirse nunca a llevar a cabo la revolución que solo él pudo encarnar junto a su partido en su etapa auroral, pero todo eso lo veremos más adelante. Punto.
1.
Dado que esta vez de celebra la fundación del APRA como el movimiento continental que fue debo hacer algunas precisiones sobre la doctrina que Haya propuso en primer término y como, al cabo de los años, fue variando según correspondía a cada momento histórico particular siendo, en todo este proceso, la antípoda de cualquier forma de dogmatismo. Así:
Haya empezó estando totalmente contra el abuso imperialista y el capitalismo extranjero, pero captó la ambivalencia de todos esos diferentes conceptos y propuso, en consecuencia, una suerte de conjunción al cabo de treinta años debido tanto a mantener los ojos abiertos ante la realidad como a mantenerlos cerrados ante la utopía. En consecuencia, dedujo y halló como utilizar ambos extremos para generar riqueza en el país ejerciendo un criterio gubernamental flexible en favor de la ciudadanía.
Eso es tener criterio y objetividad, eso y haberse adelantado al Pacto de Bad Godesberg de 1959 respecto de la admisión del capital y el libre mercado pese a tener presupuestos esencialmente socialdemócratas tan temprano como 1955 en Treinta Años de Aprismo.
El otro elemento fundamental en juego es la renuncia a la revolución a través de la lucha armada cuya tentativa abordó las cuatro primeras décadas de existencia de este partido histórico hasta los tiempos de Luis de la Puente y el APRA rebelde, episodios de leyenda.
2.
Este último punto es el que, acaso, ha centrado sobre el APRA el odio de los comunistas dado que una y otra vez como tantos aurorales apristas desencantados se deben haber preguntado cómo teniendo condiciones objetivas bien dispuestas (se mantuvieron inamovibles hasta 1968, etc.) y al partido de masas y a un líder carismático y poderoso no se llevó a cabo la revolución. Hablamos de gente como Scorza o Valcárcel que fue su secretario personal), es decir, los predios de los Poetas del Pueblo.
Este es un problema de nunca acabar que obedecería a tres posibles razones excluyentes, temor a la violencia, complacencia con favores del extranjero o de los barones de la caña o la conciencia suficiente para no hacerse responsable del derramamiento de sangre que conlleva todo proceso revolucionario, acaso imparable según la medida de la pasión violentista como se vio en Francia y Rusia en su momento.
Entonces, siendo que Haya era un místico y un hombre del espíritu (incluso un esotérico) debió haberse decantado por esta última razón para mayor pesar de sus odiadores y enemigos que le endilgaron todo tipo de denuestos en diferentes momentos debido a esta muestra de humanísima sensibilidad.
3.
En la hora de las develaciones finales, ante un país cuyas ruinas se exhiben como una osamenta al descubierto a través de la carne viva como si se hubiera sometido a la nación entera a la cruenta práctica del águila de sangre de los vikingos, la urgencia del sacrificio en política que bien ha caracterizado al aprismo durante décadas, como a ningún otro partido, se hace patente e inexcusable.
Entonces, pese a críticas evidentes de las que no está exento ningún movimiento político en el país como reflejo de una sociedad corrompida y debilitada sin paradigmas ni con la suficiencia ni entereza de saber poner los ojos en el pasado para hallar el respaldo de antiguos campeones a los que se desdeña como ejemplos de superioridad y titularidad de una conducta digna de emulación como Vigil, a quien Gonzales Prada rescató de la ciénaga que fue la política peruana decimonónica, Sánchez Carrión, gran tribuno olvidado, o el mismo Prada que fue amado por Mariátegui, Sánchez (que le dedicó dos de sus mayores trabajos biográficos) y, desde luego, Haya de la Torre y tantos otros a quienes no se ensalza ni se toma como referentes nacionales acaso por mezquindad y desidia, envidia y bajeza, ha llegado la hora de nuevos compromisos y nuevos pactos sociales bajo riesgo de echarse a perder para siempre el futuro de la república.
Debe entenderse así que si el propio pueblo de Israel ante la ida de Moisés en pos del decálogo sacro testamentario adoró al becerro de oro, cualquier otro pueblo podría hacer lo mismo y luego arrepentirse.
Es curioso pensar en términos bíblicos esta circunstancia, pero no es algo inexacto ni impropio, pues si hubo una réplica de dicha condición en el país, ninguna la representó tan claramente como Haya de la Torre y el partido que debió conducir a la nación entera a una tierra prometida a la que le fue negado el acceso.
Por eso luego de su muerte, seis años después de su deceso y tras una espera de más de medio siglo, el partido del pueblo o de la estrella, el del sueño y la utopía de dos o tres generaciones de héroes, arribó a Palacio de Gobierno y el resto de la historia es harto conocido, pero cabe agregar, entonces, una última reflexión sobre este episodio contemporáneo dada su extrema gravedad y delicadeza.
4.
Se acusa a Alan García de haberse matado por haber sido culpable de innumerables delitos (lo que jurídicamente no solo es indemostrable, a estas alturas, sino que, además, inviable dado que su inexistencia física evita que se cumpla con las formas prescritas respecto del debido proceso y el derecho de defensa)).
Si así fuera, acaso no haya obrado solo por debilidad, y esto no lo dicen ni sus más cercanos defensores sino por una rara forma de valentía, ya que al producir su propia muerte lo que hizo fue no consentir que el viejo partido fundado por el trujillano más legendario de la historia se vea vejado de la forma más infame y eso es épico y nuevamente un arrebato de leyenda muy distante del marco de acciones del peruano promedio.
Puede ser que haya cometido excesos (eso no está en discusión), pero en ese momento último halló la redención de un modo que ni Borges hubiera imaginado aunque haya propuesto una paradoja aproximada en Tema del traidor y el héroe.
En este orden de cosas, su deceso evitó la vergüenza de ver al mayor campeón político del último medio siglo en el Perú preso como un delincuente cualquiera y condenado por acciones indeseables en un líder sin mancha, acciones provocadas acaso no solo por su debilidad sino, también, por la debilidad de su entorno que le facilitó toda la vida la satisfacción de todos sus deseos y caprichos, pero eso es otra historia.
En todo caso, su autoexterminio evitó la vergüenza de un partido que ha producido, sin duda, a los mayores políticos del siglo que ha transcurrido entre 1924 y el presente.
Todo esto significa que no se mató por huir de la justicia como dicen los mediocres sino que hubo algo trascendental en él que en su hora más amarga y decisiva, lejos de todo cáliz y de cualquier forma de piedad, le hizo resolver el dilema como habrían hecho aquellos héroes que poblaron su imaginación infantil incluyendo a su padre y a tantos otros centenares de apristas que vivieron exilio y persecuciones en los tiempos de la proscripción y la clandestinidad. Es decir, inmolándose por su partido como un gesto absoluto de entrega.
Avenruro esta posibilidad pues me resisto a creer en el odio y la miseria en boga que atribuye a cualquier manifestación de grandeza los motivos más despreciables pues cada uno interpreta la vida desde la altura que le corresponde y así quienes a rastras sobreviven ven todo a ras del suelo y bajo él sepultan todas sus posibilidades de ser otros,
Ciertamente, si hubiera sido totalmente inocente habría padecido la prisión y se habría robustecido moralmente en ella como Mandela y tantos otros líderes mundiales que estuvieron en circunstancias parecidas, incluido el propia Haya de la Torre y, sin duda, luego de tamaño calvario habría sido nuevamente presidente desde una elevación moral inatacable. Pero, eso no pasó y está muy bien que no haya pasado, pues permite evidenciar con la mayor gravedad la ingente condición de tragedia que implica toda esta historia.
Aprender a convivir con esta circunstancia es lo único que garantiza un futuro para todos los políticos en el país pues implica a aprehender la política y la vida y la muerte en toda la extensión de la grandeza que solo puede caber en estos tres conceptos.
5.
Prosiguiendo con esta rapsodia debe mencionarse que El Comercio, rastrero como casi toda la oligarquía, fiel sirviente de Sánchez Cerro, ejecutó la campaña más infame nunca antes vista contra el aprismo, durante los años treinta a tal punto que la oposición de los Miróquesada definió al APRA como un grupo de delincuentes comunistas, con el fin de excluirlo de la vida política legal cosa que lograron y no bastando con ello cuando el año de la barbarie la desinformación y tergiversación de todo lo sucedido contribuyó como ninguna otra cosa al resentimiento y al odio de ambas partes.
Esto acusa que hace un siglo el modelo económico liberal y el orden social conservador fueron puestos en riesgo como nunca antes ni después por Haya y su partido, lamentablemente, muy poco se ha aprendido en el curso del último siglo.
6.
Víctor Raúl Haya de la Torre cuya vida legendaria abarcaría volumenes innumerables y su APRA cuya existencia partidaria y las terribles contradicciones y enfrentamientos que ha producido deberían abarcar varias bibliotecas de Babel están más allá de todo cuestionamiento aun cuando se les deban hacer todos ellos con objetividad y firmeza, pero, sin incidir en los agravios propios de la escoria y nunca de la gente bien nacida.
En todo caso, debemos concluir de una vez dado que no debemos enumerar cada incidencia y cada episodio digno de admiración o de crítica como los discursos del reencuentro y del veto o la execración injustísima de Seoane, hombre que debió ser presidente pues no solo tenía sobradas condiciones sino que, además, no presentaba las terribles resistencias que Haya no podía eludir ni siquiera teniendo de su lado siempre fiel al verbo en la plenitud de todas sus dimensiones.
Este último punto podría convocar la realización de un libro específico pues en ningún otro partido, la palabra estuvo siempre elevada a la categoría de rito o de culto, casi siempre multitudinario en amplios espacios públicos como cualquiera puede referir si conoce, por ejemplo, el que Townsend dedicó al viejo león trujillano en sus exequias de 1979 en la Plaza Bolívar, discurso tan poderoso y elocuente del que se dijo, en evidente clave poética, que hizo llorar hasta a los alamos.
Podrán decirse mil denuestos contra su partido y podrán cuestionársele mil detalles sobre sus estrategias y programas, pero ningún asunto podrá afectar su moral pública, desde luego, aquellos que ven maldad o turbiedades aun en los artefactos más puros y perfectos, podrán hablar hasta de Landberg y los narcoindultos con el fin de establecer una línea de ataque contra Haya y su partido y tantas otras cosas, pero, el hecho de haber cobrado un sol cuando fue Presidente de la Asamblea Constituyente, único cargo público que ocupó en vida, y el hecho innegable de haber muerto en una casa prestada; son agudas paradojas que develan la enorme estatura nacional del trujillano ejemplar frente a la banda de tipejos que no dejan de aumentarse el sueldo por asumir funciones parlamentarias para las que no tienen ninguna condición o el grueso de tenebrosos personajes que han fabricado fortunas como sabe medio mundo aun cuando no se haya demostrado en sede judicial alguna.
Que no se le reconozca como un Padre de la Patria implica y demuestra la condición bastarda de todo aquel que lo niega.
Gente como él, como Prada, como Sánchez Carrión y como Vigil son las excepciones que se necesita ensalzar para darle al Perú un marco de referencia para robustecer la idea de nación que no somos y que jamás seremos si no se superan las mezquindades y miserias en boga en favor del beneficio irrestricto de la ciudadanía sin distinción alguna.
P.S.
Quién ha escrito todas estas líneas es un librepensador que, en último término podría identificarse como un liberal de izquierda. No es un hombre de partido sino un individualista que manda con conciencia libérrima sobre sí mismo. Conoce gente en diferentes partidos y en todos ha hallado gente de bien y gente de mal pues así es el mundo. Discrepa y critica cuando corresponde y celebra los elementos dignos de ensalzamiento que solo de forma excepcional suceden en el Perú.
No tiene el honor de ser aprista, pero conoce a gente de primera que aun hoy luchan y defienden la moral del aprismo inicial que es muy superior a la de cualquier otro partido.
Su abuelo, don Lizardo Salvatierra Paredes, fue aprista desde los ocho años y fue el hombre más ejemplar y digno que conoció. Don Lizardo Salvatierra fue fundador del distrito de San Juan de Lurigancho, sindicalista en Backus y gobernador distrital durante el primer gobierno aprista. Su ética y su carácter se fraguaron en Cartavio durante los años treinta siempre teniendo presente los hechos bárbaros del año 1932, es decir, a prueba de sangre y fuego. Nunca un cualquiera podrá hablar mal de él ni de su partido pese a los obvios malos elementos que pueblan este y cualquier otro partido.
En este día memorable, vayan estas palabras al viento para que diga en todas partes lo que vale la sangre de los héroes, la fe de los leales y el ejemplo de los invictos campeones morales de otros tiempos y, en primer lugar, estas palabras como saetas lanzadas al sol en tu homenaje, abuelo y padre, en memoria de tu gran partido.