Nunca antes se habían coludido todas las fuerzas opuestas al bienestar de la población en un solo bloque uniforme sino en la defensa del régimen de Dina Boluarte.
Ello es deducible, directamente, de lo que la actual presidente peruana representa, pues es el sueño cumplido de todos aquellos que han querido hacer y deshacer el manejo del erario público durante los últimos doscientos tres años, desde la impunidad, dado que aquella no solo no tiene ni una sola idea de lo que es el gobierno sino que, además, no tiene ningún otro propósito que sea distinto a adherirse al sillón presidencial para dejar hacer y dejar pasar todo lo que se le ocurra a los representantes del gran capital y sus esbirros en el Parlamento (que, al fin, no reciben la más mínima contención ni, mucho menos, ningún tipo de embestida de parte del Poder Ejecutivo).
En este orden de cosas, los intereses de los dueños (no los "líderes" sino los "propietarios") de pseudopartidos tales como APP y Fuerza Popular solo corresponden a sus móviles más personales y, en ningún momento, a las expectativas, necesidades, sueños y esperanzas de la población.
Tal es así que los dueños de partidos como los mencionados han hallado un modo perfecto para faenar dentro de la boca de un lobo anestesiado hasta la catatonia como es la Presidencia de la República en manos de Dina Boluarte y para ejercer de facto una suerte tres veces maldita de cogobierno.
Todo lo descrito es la conclusión evidente y, también, inevitable de como el vaciamiento de virtudes y capacidades en el mandatario peruano promedio ha llevado, contraprogresivamente, a un personaje de tan poca categoría como Dina, a ostentar la primera magistratura de la República sin tener ni el más mínimo atributo para ello.
Toda esta desgracia evidencia, también, la claudicación absoluta de los partidos tradicionales (aunque nunca fueron grandiosos -toda la verdad debe ser dicha-) y la hipertrofia de movimientos minúsculos respecto de ideas y talentos, pero ávidos de negociados y clientelismos sin límites.
En realidad, los partidos políticos han sido deshechos, nunca procuraron reconstituirse con altura y, para mayor tribulación de toda la gente, nunca fueron efectivos. Sin embargo, pueden y deben reconstituirse siempre y cuando propongan una ideología amplia y una forma de gobierno racional y efectiva; en síntesis, siempre y cuando propongan un programa singular y sólido, no un mero copypaste, y un proyecto nacional que de cuenta de los méritos y errores del pasado, que ofrezca una visión realista y crítica del presente y que estructure las líneas del futuro en términos de progreso, hegemonía, sostenibilidad y desarrollo; pero, así como están las cosas no puede entregarse ninguna confianza a los "pseudopartidos" en boga sino solo a personas honestas y talentosas que integren las listas electorales.
Esto último acerca de partidos, programas y proyectos es fundamental porque es una labor pendiente desde hace más de dos siglos, ya que aunque sea duro de reconocer, nunca hubo un superávit de estadistas ni de grandes individuos dispuestos a hacer del Perú una gran nación ni, mucho menos, una potencia
En este sentido, ¿dónde están nuestros Disraelis, nuestros Gladstones, nuestros William Pitts, nuestros Bismarcks... si ni siquiera se han dado en la fantasía de los mejores hombres públicos de los últimos doscientos tres años?
En todo caso, no es posible que el país se sostenga un año más sin este elemento fundacional y, por ello, todo aquel que intente ejercer la política tiene que esforzarse en hacer la tentativa de ser extraordinario.
Cualquier otra alternativa solo conducirá al país, una y otra vez, al abismo sin retorno en el que está preso hace doscientos tres años (con el énfasis particular de esta última década de espanto, miseria y estupidez).
Caso contrario, la revolución (liberal, fascista, socialista o cualquier otra) y a empezar de cero sobre los cimientos ensangrentados y los despojos mortales de medio mundo (lo que no debe darse).