Punto de Encuentro

Money changes everything

Fernando Rodríguez Patrón

El financiamiento de las campañas electorales ocupa hoy en día un espacio relevante en la discusión política luego de haber quedado plenamente demostrado que constituye la principal puerta de ingreso de personas que incursionan en la política únicamente para satisfacer apetitos personales. Como bien decía Carlos Gaviria Diaz, contendor en las elecciones presidenciales colombianas del año 2006 ganadas por Álvaro Uribe, “quien paga para llegar, llega para robar”.

Esta situación no podría darse sin un valioso aliado, nos referimos al marco normativo, el cual se revela deficiente y permisivo, lo que en opinión de Pablo Secchi nos conduce directamente ante los responsables: la clase política -léase congresistas-, quienes pecan de irresponsables por legislar sin saber cómo se financia un partido o de cómplices al saber perfectamente cómo se financian y no hacer nada por evitarlo.

Oscuros procesos de democracia interna en los cuales no participan los afiliados partidistas, los donantes fantasmas, la evidente compra y venta de candidaturas cuando no de partidos, las empresas aportantes que prefieren mantenerse en el anonimato y el “pitufeo” denunciado desde el Ministerio Público, grafican las consecuencias de la intervención del dinero privado en las campañas, habiéndose convertido en su principal eje articulador y causante de la captura del estado y la democracia por parte de los aportantes. A ello súmele el hecho que este financiamiento podría provenir además de fuentes ilícitas (como el narcotráfico o gobiernos extranjeros) y la situación no mejorará.

Frente a ello, se ha propuesto en la legislación comparada una serie de mecanismos que intentan minimizar el impacto del dinero privado como sustento del financiamiento de las campañas electorales, tales como la limitación de los aportes, la prohibición de donaciones que involucren intereses extranjeros, la prohibición de donaciones realizadas por empresas que tienen intereses en contratos gubernamentales, la prohibición de contribuciones de sindicatos, la prohibición de donaciones anónimas, la limitación de los aportes individuales, la creación de un registro único de aportantes, la bancarización obligatoria de todos los aportes, la presentación de balances auditados entre otros, pero ninguno o incluso todos juntos, disuadirán a quienes se mantienen al margen de la legalidad, por tanto, serán solo un paliativo y no una medida eficaz que transparenten el financiamiento de las campañas y coadyuven al fortalecimiento de la democracia.

Frente a ello, surge desde las antípodas ideológicas el financiamiento público de las campañas, medida que va mucho más allá de la simple y pocas veces útil franja electoral y que entiendo en el Perú resultaría manifiestamente antipopular, sin embargo, se aplica en varios países de la región y sus bondades aún no han sido analizadas en nuestro medio, por tanto, debería estar en la mesa de discusión.

En este orden de ideas, si asumiésemos que el único medio admitido legalmente para el financiamiento de campañas fuese el originado en las arcas públicas y actuando el Estado como un ente fideicomisario, no solo tendríamos campañas equitativas entre los contendores sino que la auditoría de gastos sería mucho más sencilla y eficiente; además, combinando esta modalidad con otras medidas complementarias como la eliminación del voto preferencial por ejemplo, se generarían incentivos para que los partidos tengan mejores procesos de selección de candidatos y posiblemente tendríamos mejores autoridades elegidas por voto popular.

Es un hecho innegable que al igual que el nombre de la canción que titula el presente artículo, en política el dinero lo cambia todo, por tanto, tengamos siempre presente a Secchi cuando señala que: “El sistema democrático debe manejar el dinero y no el dinero al sistema democrático”. Dirijamos nuestros esfuerzos hacia ello.

Dicho esto, ¿Se admitirá la posibilidad de incluir, al menos en el debate, el financiamiento público de las campañas electorales? Con más de 40 partidos pareciera imposible, sin embargo dejo abierto el debate.

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