Hace seis días, la noche previa a que Keiko Fujimori empezara a afrontar el pedido fiscal de prisión preventiva por treinta y seis meses en su contra, la lideresa de Fuerza Popular sorprendió a millones de peruanos exhortando, a plazo extemporáneo, al diálogo y la concertación de todos los elementos políticos del país, poniendo especial énfasis en la relación del partido de gobierno y el partido de la oposición.
A que acabara esta “guerra política” fue el llamado fujimorista, en clave de derrota momentanea.
Si la figura que hasta hace un año atrás aún conservaba porcentajes abultados de aprobación con respecto a su poder, en función del músculo de su bancada en el Parlamento, ahora denomina “guerra política” a la situación que describe el contexto que atraviesa, ¿es porque ha quedado aceptada la idea de un descalabro entre el mando imperativo del Congreso y las riendas que desde este la ataban a un desempeño político evaluado permanentemente por la ciudadanía?
Keiko Sofía Fujimori reconoce, sin querer, que, en gran parte, su suerte se encuentra atravesando las postrimerías de una polarización que ella misma contribuyó a fabricar. ¿No le convenía, acaso, al fujimorismo (hasta hace un año atrás) que la política nacional se debata entre el anti y el pro? ¿No intentaban alentar (o intentan alentar aún), desde sus escaños, que cualquier crítica era odio contra ellos? Ahora, congresistas como Miguel Torres y Úrsula Letona, aceptan al mismo tiempo, en distintos noticieros dominicales, este último fin de semana, que las revoluciones deben menguar.
Pero, ¿sería una lectura feliz y corriente aseverar que los entrecejos políticos del Ejecutivo y del Legislativo puedan estar a punto de decidir el futuro carcelario de una figura representativa de la oposición?
El presidente Martín Vizcarra ha dejado mostrar, ante la prensa internacional, su sorpresa por aquel llamado a la concordia cuando “la propuesta quedó hecha en la asunción de mando de gobierno (desde marzo del presente año). El problema es que siete meses después, recién se acercan al diálogo”, según ha referido esta tarde.
Traducción: Keiko, tu oferta no convence.
Otra cita dura de Vizcarra ha sido aquella de que "no podemos sacrificar la lucha anticorrupción por el afán de evitar la confrontación". ¿Se refiere el presidente a que nada podría evitar que siga en curso el proceso que afronta Keiko Fujimori en fase acusatoria fiscal?
¿Vizcarra Cornejo invalida así la idea de que desde la política se tiene el poder de alterar investigaciones insertas en el sistema de justicia nacional? Por lo menos, niega la posibilidad de ceder ante la tentativa de una propuesta similar.
Lo dicho hasta aquí, ha llevado al límite a los representantes de los poderes estatales y políticos y emplaza al propio fujimorismo a saber jugar un partido de más de dos años y medio por delante con la posibilidad de encontrar a su entrenadora detenida preventivamente.
¿El posible fujimorismo sin Keiko Fujimori (en la cancha) también querrá el diálogo y el consenso en la política nacional?