En la noche del 26 de mayo dará comienzo una nueva era en la Unión Europea. Según los sondeos, por primera vez desde las primeras elecciones de 1979 los dos grupos hegemónicos, populares y socialistas, tradicional alianza en la Eurocámara en las decisiones estratégicas, no alcanzarán la mayoría absoluta y necesitarán el apoyo de otras familias políticas, hasta ahora de segundo orden.
En el debate de presidenciables de la Comisión celebrado el pasado miércoles en el Parlamento, el candidato principal de los socialistas, Frans Timmermans, abrió la puerta a una amplia alianza, «desde Macron hasta Tsipras», y a pactos para la lucha contra el cambio climático con la izquierda unitaria y los verdes. El próximo PE -que entre otras funciones se encarga de aprobar la legislación de la UE junto con el Consejo- va a estar mucho más fragmentado y la concurrencia final de los británicos hará no solo que los socialistas frenen su caída sino que el porcentaje de diputados euroescépticos ronde el tercio de los asientos. En las últimas elecciones, las formaciones nacional-populistas de Le Pen, Salvini, y compañía, no pasaron del 20% (de 751) y diseminados en grupos con intereses dispares.
Al contrario que hace cinco años, los «euroescépticos» ya no promueven la salida de la Unión tras el cenagal de las negociaciones del Brexit, sino amoldarla a sus intereses de forma más coordinada desde dentro. Fuentes europarlamentarias alertan de las consecuencias de un auge de estas fuerzas por encima de ese 33%, ya que podrían comprometer las decisiones que requieran mayoría cualificada: el nombramiento del presidente del PE, los comisarios y hasta la aplicación del artículo 7, el «botón nuclear» del bloque (iniciado contra Polonia) que prevé a largo plazo la suspensión del derecho a voto de un país cuando se constate una «violación grave y persistente» de los valores europeos recogidos en el Tratado de la UE.