Es bien sabido en Estados Unidos que Joe Biden es proclive a la pifia dialéctica. El candidato demócrata a la presidencia de EE.UU. tiene un discurso atolondrado, en el que es habitual que se aturulle, que confunda datos, que equivoque nombres. Algunos lo atribuyen a su edad –cumple 78 años en noviembre–, pero su oratoria nunca fue muy ordenada. Quedó de manifiesto en los debates entre candidatos del último año, donde su desempeño fue mediocre. Tampoco es una presencia apabullante en campaña. Este periódico pudo presenciar –desde sus mítines entre granjeros de Iowa hasta la noche de su triunfo apoteósico en el «Supermartes» de comienzos de marzo– su falta de energía. La misma que le sobra a su rival, Donald Trump, siempre encantado de comerse un escenarioante miles de personas.
En tiempos de pandemia, sin embargo, esa debilidad de Biden se ha convertido en fortaleza. El Covid-19 ha limitado la exposición y la capacidad de movimientos del que fuera vicepresidente de EE.UU. con Barack Obama, y, a juzgar por las encuestas, le ha beneficiado. Biden ha abierto una brecha poco habitual en una carrera presidencial con Trump. Esta semana, el sondeo del Siena College y «The New York Times» daba una amplia ventaja al demócrata a nivel nacional, con un apoyo del 50%, respecto al 36% de Trump. Era la primera encuesta nacional publicada por Siena, cuyos sondeos fueron de los más acertados en las elecciones presidenciales de 2016 y en las legislativas de 2018.
Los resultados forman parte de una tendencia: el acumulado de RealClearPolitics da a Biden una ventaja de 10 puntos, mientras que el de FiveThirtyEight, coloca la brecha en 9,6 puntos.