Punto de Encuentro

Cuando los dioses nos ciegan

La severa crisis económica, la creciente presión del Apra, AP y del PPC, sumada a la efervescencia sindical, ocasionaron que la dictadura militar entregara el poder a Fernando Belaúnde, quien al inaugurar su segundo mandato en 1980, inició una exitosa cadena de sucesivos gobiernos democráticos, tan solo interrumpida por el infeliz intento de segunda reelección de Alberto Fujimori. Este período democrático no careció de problemas, siendo las dos décadas del terrorismo más sanguinario de la historia latinoamericana, el más grave de ellos. Lo valioso al final, fue el triunfo del concepto de democracia, como valor inherente en el grueso de la sociedad peruana.

Coincidentemente, en el mismo período apostamos (POR EN VES DE A) a gobiernos que favorecieron la peregrina idea de que la economía debía sujetarse al dictado de la política, el mercado a la voluntad del poder. El desastre de la década de los 80 tuve (TUVO) que ser dolorosamente enfrentado en los 90, época en la que tuvimos que aprender la necesidad de que los programas políticos respeten la racionalidad de la economía, a que el negocio del bodeguero no es acaparar productos sino venderlos, pero que para comprarlos de nuevo al mayorista necesita que el precio sea real y no impuesto por un burócrata. Nuestros escolares manejaron conceptos complejos como inflación y balanza comercial, entendían que la empresa pública se manejaba con criterios perversos, diametralmente distintos a la iniciativa privada, que cuida cada sol y asume la responsabilidad por sus decisiones.

Todo ese bagaje: el valor democracia y el modelo de economía social de mercado, están en juego hoy en día pues el elector está cegado por sus odios y simpatías, por el video de moda en redes, por la anécdota fácil, por la frase feliz. No entiende que la nueva mayoría parlamentaria podría desconocer lo avanzado, obligando a la sociedad a reeditar las nefastas decisiones que tanto dolor y sufrimiento provocaron en las familias peruanas.

Es extraño observar a familias que quedaron partidas por el exilio económico de la crisis de los 80, considerar votar por quienes prometen poner fin al modelo económico que nos dio estabilidad y crecimiento, víctimas del terrorismo apuntalar opciones que apuestan al caos y a deslegitimar nuestra democracia. Los griegos tienen la frase “los dioses ciegan a quienes quieren perder”, ojalá que los electores no conduzcan al país a una repetición cíclica de nuestra reciente historia.

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