Cuando Transparencia y otras instituciones, llenas de personas con buenas intenciones pero que nunca han militado realmente en un partido político, proponen una Reforma Política no puedo dejar de sentir cierta preocupación. Gente bien intencionada trabajó para que exista voto preferencial, democracia interna obligatoria, cuota femenina, cuota juvenil, libre participación de listas independientes, fuertes controles a la actividad partidaria cotidiana, todo encaminado a combatir a las cúpulas para empoderar al militante, y el resultado ha sido la destrucción de los partidos políticos, entendidos como grupos sociales organizados y permanentes, que deben formar a sus inscritos, canalizar la opinión pública en torno a los grandes temas, presentar a los mejores candidatos posibles en cada elección, y constituirse en alternativa válida al gobierno distrital, provincial, regional o nacional.
Como el problema no eran las cúpulas sino la capacidad de representar intereses y tendencias, el remedio no correspondió a la verdadera necesidad. Los partidos son intermediarios entre los individuos y el poder, es necesario que su actividad sea permanente para dar confianza a los electores. Unos gobiernan y los otros se preparan para reemplazarlos. Pero en el Perú no sabemos qué pueda pasar ni en el distrito ni en la región, tampoco sabemos quiénes puedan pasar a la segunda vuelta en el 2021, pues hay algunos pocos partidos, varias agrupaciones temporales alrededor de una personalidad que las domina, y posibles listas independientes que no están sujetas a ninguna responsabilidad ni control, que aparecen seis meses antes y se disuelven poco tiempo después de la elección, constituyéndose en una típica competidora desleal.
La Reforma Política debe tener por objetivo fortalecer las opciones permanentes, al tiempo que desincentiva a las coyunturales y suprime decididamente las listas independientes en las elecciones regionales. Hay que bajar las vallas reglamentarias evitando las polémicas de formas, para disfrutar los grandes debates de fondo; al mismo tiempo, neutralizar al gris empresario que domina a la agrupación porque presta un local y paga la luz y el teléfono, para eso está el financiamiento estatal, conforme al número de votos obtenido por cada alianza y cada grupo.
Un partido necesita de una dirigencia con autoridad, expresión de la voluntad de la mayoría de sus militantes y no de camiones con mitimaes movilizados en primarias mediante dinero, ni de los amigos del líder de una agrupación coyuntural. La democracia interna sí es necesaria y debe ser estrechamente promovida con la participación activa del Sistema Electoral del Estado. Pero en el proceso de seleccionar a sus candidatos a cargos públicos, debe predominar la racionalidad de los especialistas en marketing político sobre la emotividad de los bandos en disputa.
Hay que recordar que es más importante que se le den al ciudadano buenas opciones para que use su voto, que el satisfacer al militante, generalmente desorientado y sumergido en intereses inmediatos. La función más importante de todo partido político es la de seleccionar buenos candidatos para ponerlos a disposición del elector.