Ernesto Álvarez Miranda
El candidato presidencial es la locomotora de las listas parlamentarias en toda agrupación política. Cuando no existe la seguridad de que logre cumplir su función esencial, surge la incertidumbre en las filas partidarias y la disciplina se resiente, aparecen los críticos y luego los retadores, desafiando a quien ostentaba el liderazgo partidario. Esto es un fenómeno perfectamente natural y debe ser asumido racionalmente.
Lo sufre hoy el APRA, el cual comprueba que aquel líder que lo supo sacar del estancamiento posterior al XIII Congresopara llevarlo dos veces a Palacio de Gobierno, va perdiendo carisma y encanto con los que supo encumbrarse. Los mismos que le buscaban la mirada y permanecían atentos a sus deseos para merecer su simpatía, hoy no dudan en denostar su singular obra política y criticar abiertamente los rezagos de su influencia.
Similar trance se produce en el PPC, donde el sacrificio electoral de Lourdes Flores no trajo resultados positivos, antes bien, desgastó su liderazgo y permitió que aparezcan figuras con afán de sustitución, sin lograrlo donde importa, en el mercado electoral. De muy poco sirve ganar las elecciones internas si los dirigentes vencedores carecen de peso político propio, por muy elogiosa que sea su trayectoria partidaria. Es así, porque una agrupación política es, ante todo, un grupo social que pretende obtener participación de calidad en los procesos de decisión política, mediante la intermediación de intereses y tendenciasentre sus electores y el Estado, quetiene el poder de satisfacerlos. En ambos casos, y a diferencia de lo sucedido tras el declive de Margaret Thatcher, no existen reemplazos inmediatos en el liderazgo, tal como ofreció John Major al Partido Conservador y a su electorado.
Obviamente, la agrupación suele ubicarse en el espacio electoral más coherente con su doctrina o perspectiva ideológica, adecuando su discurso político a las necesidades de su electorado potencial. Pero en un país donde se vota por las personas y no por sus ideas, lo fundamental es que el líder, futuro candidato, imponga con su presencia notable en las encuestas y sondeos de opinión, una fundada esperanza de ubicar a sus partidarios en los lugares donde se decide o se influye.
Por eso, las crisis de ambos partidos son crisis de liderazgo, no de programas ni de tendencias ideológicas. Por tanto, se resolverán tan pronto surjan sendos candidatos que ilusionen nuevamente a sus electores. En ese momento se formarán las filas de dirigentes sonrientes y disciplinados para el saludo al gran cohesionador. Todo lo que ocurra antes, será tan solo una etapa de dolorosa transición. Por supuesto, siempre cabe que esa transición se alargue por la tozudez de los protagonistas, cayendo entonces dicha agrupación a ese inframundo donde habitan democristianos y trotskistas, entre otros.