Punto de Encuentro

Cohabitación a la peruana

Tendríamos que remontarnos al siglo XIX para tratar de encontrar algún antecedente de un Presidente de la República urgido de gobernar con la oposición de una mayoría absoluta, controlada por un solo partido político. La doctrina constitucional anterior a la Carta de 1993, observaba que cualquier gobierno carente de mayoría parlamentaria estaba condenado a sufrir un golpe militar. Sólo después, con la agudización de la crisis de los partidos y la consiguiente multiplicación de grupos políticos con representación, es que los presidentes lograron construir frágiles mayorías atrayendo, a unos con legítima participación en los procesos de decisión a través de ministerios y a otros con dádivas de diversa índole.

Si la importante bancada del fujimorismo logra mantenerse unida, a Kuczynski no le quedará otra alternativa que consensuar sus planes de gobierno con el programa legislativo de su opositor, a la manera de la conocida cohabitación francesa, como ya lo advirtiera Carlos Hakansson. La primera vez que ocurrió fue en 1986, Francois Mitterrand era ya Presidente de la República y Jacques Chirac gana las elecciones legislativas, siendo ambos los líderes de los dos principales partidos. Correspondía, de acuerdo a la Constitución de 1958, reformada el 1962, designar como Primer Ministro al líder del grupo parlamentario con más diputados, en el marco de un  presidencialismo frenado si el Presidente y el Primer Ministro son del mismo partido, o mixto, cuando los dos cargos más importantes del país son ocupados por líderes de distintos partidos.

Constitucionalistas de la época manifestaron su preocupación por el futuro del Régimen, pero gracias a la sobria racionalidad de ambos personajes, no sólo se salvó el momento sino que se fortaleció la República, manifestándose nuevamente la importancia de la capacidad e inteligencia de los políticos profesionales que logran escalar con esfuerzo hasta los sitiales más elevados.

Una primera cohabitación a la peruana, no sería tan conflictiva como la de un socialista y un gaullista, por tratarse de dos líderes de derechas, comprometidos con el mismo modelo económico y creyentes en similares valores políticos. Protegidos además, uno por su evidente simpatía personal y experiencia técnica, y la otra por la fidelidad de sus militantes y electores. Suya será la responsabilidad de otorgar la estabilidad necesaria a una economía que requiere de mayores inversiones y de nuevos proyectos de desarrollo, al tiempo que se siga reduciendo la pobreza y se fortalezca la educación pública.

De lo contrario, Kuczynski perderá para siempre la llave a la inmortalidad de la Historia grande del Perú, y el fujimorismo otorgará un nuevo flanco débil para la siguiente campaña presidencial al ser culpable de todo lo que el nuevo gobierno deje de hacer. Paradójicamente, al tener mayoría absoluta propia, a Fuerza Popular se le adjudicarán los pasivos de la gestión presidencial aunque no se comprometa con una alianza formal, y aun cuando no provoque la caída de ningún Consejo de Ministros. Las posibilidades electorales de Keiko Fujimori necesitan que Pedro Pablo Kuczynski haga un buen gobierno.

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