Punto de Encuentro

La doble vuelta congresal

Normalmente se espera que las graves modificaciones al Código Penal sean realizadas por reconocidos penalistas, diestros abogados y experimentados catedráticos, actores de centenares de procesos. Si se trata de modificar la Constitución, uno imagina a constitucionalistas con verdadero arraigo político y académico, suspicaces arquitectos del sentido cada frase del texto, duchos en la interpretación de las normas y en el uso de la jurisprudencia. Solo en el derecho político-electoral, cuando se habla de Reforma Política, aparecen los mismos onegeístas que lograron debilitar el sistema de partidos y dejaron en estado de coma a las agrupaciones con pretensiones de permanencia.  No saben cómo se organiza ni dirige un partido y lo más probable es que no hayan militado jamás en uno, apenas conocen del ejercicio de la política real a través de los textos que escriben otros onegeístas como ellos.

No asumieron su responsabilidad cuando el pueblo de Lima revocó a Susana Villarán, tampoco cuando caían revocados los alcaldes provincianos al impulso de la unidad de sus enemigos políticos. Los derrotados en las elecciones terminan venciendo en las revocatorias. Aún no comprenden que la democracia necesita de un sistema de partidos con vocación de permanencia, de organizaciones que se hagan responsables de los resultados del gobierno de sus candidatos.

Sin embargo, ahora proponen copiar la segunda vuelta parlamentaria francesa. La explicación ofrecida se refiere a la necesidad de reducir los grupos parlamentarios que ejercen representación popular en el Congreso. Para ese objetivo basta con reducir el tamaño de los distritos electorales y entregar en cada uno de ellos, tan solo una curul en disputa. Como los segundos y terceros puestos no logran nada, en forma natural los partidos y agrupaciones temporales no tardarán en formar alianzas en torno a sus mejores candidatos.

Para los suspicaces, la verdadera intención sería extrapolar las consecuencias obtenidas en la segunda vuelta presidencial, a las elecciones parlamentarias. Esto significa que si la presidencial tuvo como principal mérito evitar que un candidato radical ocupara la presidencia de la Nación, la parlamentaria evitaría que el candidato con más resistencia política, ganara el escaño correspondiente. Los partidos o agrupaciones con mayor apoyo mediático podrían concentrar los votos de los terceros y cuartos, para vencer con relativa facilidad a fujimoristas y apristas, que suelen ser por ahora, quienes sufren la tenaz campaña de desprestigio implementada por importantes entidades sociales y poderosos medios de comunicación.

En una sociedad sometida a la banalidad y a la estridencia, obtendrían ventaja los aventureros metidos la política, pues no tienen límites ideológicos, partidarios ni siquiera políticos para desarrollar discursos populistas y demagógicos. Además, si una vuelta congresal ya es costosa, una elección en dos vueltas sería doblemente onerosa para el político promedio, obligado a olvidar sus aspiraciones o a entregar su alma al financista de turno. Al final, la reforma abonaría el terreno para que aumenten los empresarios de dudosa trayectoria y peores intenciones, que deciden incursionar en política para beneficio de sus negocios. Más comepollos y más robacables.     

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