Prohibir la reelección de alcaldes es igual que impedir que los principales ejecutivos de la empresa privada negocien remuneraciones y bonos de reconocimiento. El gerente exitoso tiene como principal incentivo el obtener una mayor tajada de las utilidades que él mismo genera para la comunidad empresarial. El político tiene por principal incentivo la posibilidad de renovar la confianza de sus electores, para lo cual ha de trabajar satisfaciendo los anhelos mayoritarios de su comunidad política.
De lo contrario, el gerente comienza a volantear su CV buscando otras oportunidades y el político a preocuparse de recuperar lo invertido en su campaña, en ambos casos, una medida similar distorsiona la naturaleza misma de la actividad desempeñada. Hemos repetido que el político intermedia intereses y tendencias existentes en su comunidad, llevándolas a los espacios de decisión política para que se concreten. Así, los electores favorecidos con esa gestión corresponden al intermediario ratificando el mandato, reeligiéndolo.
La posible corrupción se combate fortaleciendo los mecanismos de control, tanto técnicos como políticos. No es posible que los gobernadores regionales respondan a contralores cuyo sueldo depende del presupuesto de la región o que sean investigados y procesados ante fiscales y jueces del distrito judicial donde el político regional ejerce un dominio casi absoluto. Después de la nefasta experiencia en Ancash, no están claramente establecidos los procedimientos de contrapeso político por los que un gobernador o un alcalde pueden ser limitados o vacados. Incluso, un político con proceso judicial abierto no debería poder postular a ningún cargo de elección popular. La prohibición de reelegirse es, entonces, una medida poco idónea y nada proporcional.
¿Por qué se aprueban esas medidas insensatas? Porque existe un desconocimiento generalizado de las ventajas de la verdadera política. Fenómeno parecido al de postular a la Presidencia en un movimiento temporal y gobernar con una cúpula tecnocrática. La falta de estructura meritocrática de partido político permite la aparición y ascenso de gorgojos atentos siempre a cualquier resquicio para acceder a un poder por el que no han trabajado políticamente. Y claro, el técnico sanisidrino está acostumbrado a tratar con ejecutivos que, para comenzar la entrevista, ya exhiben un MBA y notoria suficiencia profesional. No están por tanto, habituados a descubrir esos especímenes que merodean por todas las agrupaciones.
Una de las principales funciones de los partidos políticos, grupos sociales organizados, jerarquizados y provistos de vocación de permanencia, era formar a sus mejores militantes para asumir responsabilidades al interior del Estado y a sus dirigentes para cargos gubernamentales. Las agrupaciones políticas temporales, destinadas tan solo a permitir ganar una elección a su líder, no desarrollan esa función porque les basta reclutar el personal necesario por convocatoria abierta, sin mayor filtro, con total ausencia de pruebas de carácter y de real vocación política.
El ejercicio de la política no empieza ni termina con las elecciones. Es presencia permanente en el mercado de las ilusiones pero, al mismo tiempo, se sustenta en la obtención de resultados concretos. Y eso requiere habilidad y carácter.