Punto de Encuentro

Adolescencia y Ciudadanía

Francisco Basili Domínguez

¿Qué modelo de ciudadanía orienta el desarrollo de nuestros adolescentes?

Vivimos en una sociedad discriminatoria, insegura, violenta con las mujeres, infectada por el narcotráfico y en la cual la corrupción está normalizada.  En una sociedad donde la educación pública consigue mediocres resultados de aprendizaje y los servicios de salud son insuficientes.  Sin embargo, se embelesa con la modernidad y todas las promesas del progreso.  

Es una sociedad en la cual muchísimos factores contribuyen a una precaria salud mental y que, según dice Juan Rodríguez Aranda* (2015), vive una cultura psicopática, que se expresa y se refuerza a través de los medios masivos y que presiona a la gente a adaptarse a ella. 

Seguramente se puede discutir largamente y sin llegar a acuerdos sobre quiénes son responsables de este nivel de deterioro, sobre cuándo empezó, cuáles han sido los hitos del proceso y cómo se llegó al estado actual.  Pero es indiscutible que las consecuencias del deterioro son peores para las familias y ciudadanos que distan más de las señales del éxito.

A pesar de eso, no son pocas las familias, docentes y líderes comunitarios tratando de realizar vidas laboriosas, generosas, con afectos reparadores y capaces de proteger de malas experiencias.  No es que tengan todas las herramientas para sortear el desafío de sobrevivir y prosperar con salud mental.  No es que no perciban lo que pasa alrededor de ellos, pero saben que no tienen por el momento cómo terminar con los aspectos psicóticos de la cultura.  Eso sí, tienen otra imagen de lo que es ser pueblo y sienten que si toman las decisiones adecuadas pueden hacer que se vuelva realidad.

Los cuatro millones de púberes y adolescentes del país, van saliendo de la niñez y caminan hacia el ejercicio de la ciudadanía en medio de esa tensión asimétrica.  Cuando se acabe la adolescencia y tengan participación electoral, ya habrán tomado decisiones en su familia, en su barrio, en su escuela.  Las habrán tomado bien informados y con la orientación apropiada o sin pensarlas ni querer sus consecuencias.

Esas decisiones serán respuestas sin defensas a los estímulos duros o seductores de la cultura psicótica y contribuirán a reproducirla, o serán decisiones que los fortalecen como personas y que construyen una sociedad más sana y solidaria.  Esto dependerá de cuánto hayan construido las competencias necesarias para la ciudadanía.

Para construir esas competencias son importantes los factores hereditarios, es cierto, pero son las experiencias las que configuran a niñas, niños, púberes y adolescentes.  Por eso es importante conocer cuánto y a qué aportan las experiencias que ellos viven. Es útil preguntarse qué personalidades estamos contribuyendo a formar con lo que experimentan en la familia, el barrio, la escuela, los grupos, la iglesia.

Para ayudar a los púberes y adolescentes a desarrollar sus  competencias para la ciudadanía, los padres, parientes, tutores y docentes debemos reconocer esas competencias.  Reconocer primero y principalmente, las que hacen la ciudadanía subjetiva, porque fundamentan la actitud básica con que nos relacionamos con el mundo y con los demás.  

Por eso debemos apoyar a quienes van creciendo a construir su autoestima, a conectarse con su afectividad, a ejercitar su autonomía, a ser asertivos, a tener autodisciplina.

Construir la Autoestima, porque para actuar como ciudadano hay que tener la firme convicción de ser persona legítima; de ser persona apreciable y que no siente culpas por vivir ni pide excusas por tener derechos. La violencia psicológica más condenable en el proceso de formación de un individuo es la que lo empuja a sentirse ilegítimo, indigno, sin valor, culpable de estar vivo y presente.  Uno de cada siete ha sufrido esa violencia en su hogar, según una encuesta realizada a estudiantes de escuelas públicas.  Pero no son sólo las familias los espacios de deslegitimación; las escuelas pueden deparar experiencias muy debilitantes, a partir del racismo, el machismo, la estigmatización de las diferencias, la soberbia de clase, el abuso y crueldad.  Aparte de las consecuencias prospectivas de estas formas reiteradas de violencias, la falta de autoestima  en la pubertad puede llevar a aceptar cualquier autoridad, a pasmarse en la inacción y negarse a participar, a maltratar a otros o autocastigarse hasta el suicidio;

Conectarse con la Afectividad, porque la ciudadanía exige estar conectado con lo que se siente y reconocerlo, tener empatía con lo que sienten los demás y desarrollar solidaridad y capacidad de controlar desbordes.  Esta capacidad introspectiva permite atenuar la polarización emocional que se asocia a los cambios externos e internos durante la pubertad y adolescencia, y frena los impulsos de los momentos psicopáticos no raros en esta edad (Seagrave y Grisso 2002).  Los desequilibrios afectivos incluyen el desconocimiento y/o  negación de lo que se siente, la incapacidad de sentir con los otros –de comprender lo que estén sintiendo y de querer intervenir cuando están sufriendo- y el descontrol emocional –cuando lo que sentimos nos desborda y lleva a consecuencias tremendas y que dañan a uno mismo y los demás, de las que nos arrepentimos largamente.

Ejercitar la autonomía, porque no hay vida plena si no se arriesga a explorar el entorno y resolver por sí mismo los problemas. La frontera entre protección que fortalece y protección que debilita es sutil, y la apuesta debe ser por fortalecer la autonomía.  Los ciudadanos y ciudadanas tienen atención y curiosidad suficiente para explorar, hacerse preguntas, jugar, investigar, aprender y comprender, y para perseverar en la búsqueda de soluciones a los propios intereses y problemas. Es necesaria una pedagogía del poder que consiste en asumir desafíos graduales, para que el éxito sea posible al trabajarlos y se fortalezca la voluntad de asumir nuevos y mayores retos.  La lectura sobre lo que se puede asumir ya y lo que se deberá asumir más adelante –para favorecer el aprendizaje a través del éxito- es uno de los rasgos más necesarios para padres, docentes y líderes.;

Practicar la Autodisciplina, es decir, la capacidad para reconocer principios y reglas de comportamiento y actuar conforme a ellos, porque se está convencido que todos tenemos derechos y que dignifica contribuir al bienestar general, manejar la pereza y evitar “el imperio de las ganas”.  Es la conducta que se desenvuelve en el tiempo, es decir son las decisiones manifestadas en acciones lo que da cuenta de los valores de las personas.  Por eso es tan importante el sólido enraizamiento de principios y reglas básicas.  Por eso es indispensable también ejercitarse en reconocer necesidades y ganas y postergar su satisfacción hasta después de revisar cómo se condicen con los principios y qué consecuencias puede acarrear satisfacerlas en momento y entorno inadecuado.  En el marco de grupos, disciplina es tener capacidad de manejarse según las normas acordadas y con los medios disponibles en función de los objetivos que se haya priorizado;

Consolidar su Asertividad para definir sus opciones, comunicarlas y atenerse a ellas aunque el grupo cotidiano o las personas con poder los tienten en otro sentido.  Esto es especialmente importante durante el proceso de cambio de referentes de comportamiento. Se nos ha dicho que el paso de la niñez a la pubertad y adolescencia consolida el tránsito de una moral basada en lo que otros aprueban o desaprueban, a una moral en que el bien y el mal se reconocen por uno mismo y  en que cada uno tiene su propio sentido de lo correcto o incorrecto.   Ahora bien, la palabra moral sugiere la tentación, el pecado y la culpa, pero aquí tratamos también de la capacidad de juzgar lo que otros proponen y hacen.  La Asertividad también es la capacidad de enunciar percepciones, preocupaciones,  perspectivas, prioridades y propuestas sobre lo que se observa, se vive o se trata de resolver. Naturalmente, lo que se diga vendrá a partir sentido interior de verdadero o falso y dependerá de la versión que uno tiene del sentido común de su cultura. Vemos cómo se cierra aquí el círculo sobre Adolescencia y Ciudadanía en el marco de una cultura psicopática.

 

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