En octubre del presente año, se realizarán las elecciones regionales y municipales en nuestro país. Es decir, faltan escasas semanas para que los peruanos asistamos al proceso electoral donde se elegirán a las nuevas autoridades, a quienes, con nuestros votos les daremos la confianza para que asuman sus nuevos cargos.
Esto supone que, para conocer sus propuestas, planes y programas, el debate debería estar en plena efervescencia, con la participación masiva de los electores, de manera tal, que podamos contar con suficiente información para decidir nuestros votos.
Pero la realidad es distinta. Enfrascados en las denuncias por corrupción que copa la agenda mediática, nuestras preocupaciones no están enfocadas en las elecciones, sino, en las decisiones de los poderes públicos respecto a la continuidad o vacancia del presidente de la República, principal acusado de varios supuestos delitos.
Los candidatos, que deberían plantear soluciones al tema de la inseguridad ciudadana que se incrementa de manera alarmante, están en cura del silencio, aplicando el plan del muertito, o esperando que los sucesos vayan discurriendo sin ton ni son.
Algunos de los candidatos a las alcaldías, que se animan a salir del ostracismo, de manera esporádica plantean algunas soluciones que no tienen como fundamento información confiable que permita tener la esperanza que el fenómeno sea conocido en su esencia, y, por lo tanto, que las propuestas planteadas sean válidas y contribuyan a afrontar el problema.
Tenemos el caso de los robos y atracos que normalmente se producen utilizando motocicleta para facilitar la fuga de los malhechores, lo cual ha servido para que un candidato con cierta aceptación popular, plantee la adquisición de miles de estos vehículos, para que policías y serenos salgan a patrullar y el problema sea de esta forma controlado. Es como creer, que para perseguir a los “escaperos”, debamos adquirir miles de zapatillas, para que los policías incrementen sus capacidades para detener a dichos ladronzuelos.
No señores; la inseguridad ciudadana es multifacética, cuyas causas son múltiples, y se manifiesta de manera diferente en cada comunidad, barrio o zona distrital. No hay una sola inseguridad, sino muchas inseguridades, razón por la cual, no se necesita de una sola fórmula mágica para que el problema sea atendido a nivel nacional, sino de planes específicos para cada realidad, con lo cual se atenuaría su crecimiento y expansión.
El conocimiento de la inseguridad ciudadana que experimentamos, necesita de información validada por estudios, encuestas y conocimiento practico de sus características y formas de acción, para diseñar planes concretos con la participación ciudadana, la comunidad organizada, los empresarios, la academia, y muchos otros actores, quienes con conocimiento y experiencia contribuirán a que dichas propuestas se orienten a la lucha eficaz y al oportuno control de la inseguridad.
Mientras inventemos fórmulas, pensemos en adoptar soluciones aplicadas en otras realidades, y no demostremos conocimiento de las causas y efectos de la inseguridad ciudadana, el tema seguirá creciendo, sin visos de una correcta solución, y, por el contrario, continuaremos perdidos en una vorágine de enredos y malas decisiones.
La administración de la inseguridad ciudadana, requiere capital humano capacitado en la materia, procedente de los distintos sectores públicos y privados, quienes, en comunidad de ideas, se encaucen en una perspectiva uniforme y atiendan la solución al problema.
No se gana nada al pretender tomar la iniciativa y exponer alternativas para solucionar los casos que suscitan la inseguridad, sino, que se necesita integrar un equipo con personal calificado, quienes podrían esbozar planes concretos y viables, y el candidato asegurar su aplicación.
Mientras tanto, otros problemas cotidianos se suman a la distracción ciudadana, lo cual no facilita enfocarnos en los grandes problemas que se deben atender de inmediato.
Por ejemplo, a la problemática referida a nuestra tranquilidad, protección y seguridad, de por sí, necesaria e impostergable, se le unen otros temas, no sabemos si producto de una idea brillante, o de un desliz descabellado de alguna autoridad, que decide sin mayor argumento, que, para reducir las causas de los accidentes de tránsito, nada mejor que limitar las velocidades de los vehículos automotores.
Y comienza a aplicarse un severo control de velocidad, con límites inapropiados, aplicando papeletas de infracción con altos costos económicos. Sospecho que tal decisión es producto de alguna solución que se basa en estudios documentados respecto a que la velocidad es la gran causante de los muertos y heridos en nuestras vías de comunicación; que se diseñó y aplicó un oportuno plan de difusión masiva de dicha norma; que se modernizaron las antiguas señalizaciones que precisaban los límites, y que la mayoría de la población aprobaba la medida.
Pues ni lo uno ni lo otro; y como es costumbre en algunos funcionarios y determinadas autoridades, primero se decide su aplicación, y en el camino veremos que problemas van surgiendo, para ir tomando medidas correctoras. Lo importante es que el público reconozca que se está actuando de inmediato y que se tiene capacidad de acción.
Craso error. Sin debate público de las ofertas electorales; sin plantear soluciones al gran problema de la inseguridad ciudadana; y, aplicando medidas y acciones sin razones técnicas y estudios reales; seguiremos navegando en este mar tormentoso al que nos ha conducido la acción y la omisión de quienes, por el contrario, deberían ser nuestros guías y en quienes confiamos los destinos de la nación.