El analista político de coyuntura debe definir su personalidad como la de un zorro que quiere ser erizo. Tal como lo quería Isaiah Berlin para Lev Tolstoi. El filósofo y politólogo, en su ensayo titulado “El erizo y la zorra”, propone la dicotomía “zorra-erizo” para establecer una partición metodológica de los intelectuales en dos grandes grupos: zorros y erizos. El trabajo clasificatorio de Berlin parte de un extracto del poema de Arquíloco de Paros: “La zorra sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una importante”. Para Berlin, y para los fines de este artículo, el perfil intelectual del erizo consiste en poseer profundidad sobre un tipo de conocimiento muy específico, y en moverse en espacios pequeños y hasta muy pequeños; en tanto que, el perfil intelectual del zorro consiste en poseer profundidad suficiente sobre una tipología de conocimientos, y en moverse en espacios amplios y hasta muy amplios. Entre los primeros, ubica a Platón, Hegel, Braudel y, por supuesto, a Dostoievski, de quien se ocupa para establecer la diferencia con los erizos; y entre los segundos ubica a Aristóteles, Erasmo, Shakespeare, Goethe, Joyce y, por supuesto, a Pushkin, de quien se ocupa para establecer la diferencia con los zorros. A propósito de Dostoievski y Pushkin, Berlin ubica a Tolstoi en algún punto intermedio entre estos dos extremos de su arquetipo. Y a propósito de Tolstoi y Joseph de Maistre, Berlin encuentra, entre ambos, máximas similitudes por la forma o por el razonamiento, aunque máximas diferencias por el fondo o por el contenido de las ideas. Berlin recrea la personalidad de Tolstoi, en comparaciones con las personalidades de Dostoievski, Pushkin y Maistre para enseñarnos que existen zonas de gradaciones, de tránsitos, entre zorros y erizos. Por tanto, cabe señalar que, si bien las personalidades de los zorros y los erizos son diferentes y opuestas, no se trata de una clasificación absolutamente rígida, sino que, al contrario, cabe la posibilidad de una personalidad afincada completamente en el territorio de los zorros y a medio camino del territorio de los erizos.
Un analista político de coyuntura, máxime cualitativo, tiene una personalidad fragmentada. Como el Tolstoi que presenta Berlin, cuya literaturidad, en “Guerra y paz”, a la vez, tuvo de historia novelada y de filosofía de la historia. Es que Tolstoi, en su escrituralidad, estuvo alternando los roles de zorro y erizo, al punto que Berlin no lo hizo encajar de manera definitiva en ninguno de los dos. Personalmente, me defino como un zorro que quiere ser erizo: Soy un pequeño analista político que me sitúo casi completamente en la ciencia política, y me quedo a la mitad del camino de la filosofía y la sociología, al cuarto del camino de la antropología y la historia, y al octavo del camino de la literatura y el arte. Debo aclarar: Digo casi completamente en la politología porque, en cuanto al objeto de estudio ontológico de esta disciplina, debo radicarme en la estructura y el proceso políticos. Aún más: Quiero ser erizo por la frontera más próxima a mi formación académica: la filosofía política y la filosofía social, la filosofía de la ciencia y la filosofía del lenguaje, la teoría del conocimiento y, por supuesto, la lógica. Para Berlin, Tolstoi tendría los pecados originales, o sesgos naturales, del analista político de coyuntura y cualitativo: Conscientemente laminaba el mundo, pues obviaba algunos aspectos de la historia, adecuaba la historia a su interés, y hasta poseía cierta inexactitud. Por supuesto, de Tolstoi, puede decirse que su lenguaje era de segundo orden, que poseía referencia empírica, y ausencia de todo trascendentalismo. Esopo, en su fábula “El zorro y el gato”, les da lenguaje a los personajes: El gato, de vida en espacio cerrado, dice: “Yo tengo solo una (bolsa)… me basta con ella”; en tanto que, el zorro, de vida en espacio abierto, dice: “Tengo toda una bolsa de trucos”. Es que, para los analistas políticos de coyuntura, las teorías, las lógicas, las tuercas y los tornillos obran como los trucos del zorro que quiere ser erizo.