Por: Iván Arenas
La posmodernidad ha generado una crisis en los partidos políticos, una crisis de existencia, una crisis de la razón. Ha generado la crisis -sobre todo- en aquellos partidos, como el aprista que se arraigan en los fundamentos de la ciencia (espacio-tiempo) y en la razón. Postulado como el fin de los metarelatos según uno de sus animadores -Lyotar- el posmodernismo al fin y al cabo también es un metarelato que engloba fin de la historia, el lenguaje como constructor de la realidad, la duda en la ciencia, la relatividad de la verdad, el particularismo, las identidades, el idealismo y el entredicho a la razón.
El APRA es todo lo contrario a esa moda entendida como la filosofía de la posmodernidad que -dicho sea- ha inundado a los medios, la academia así como a los partidos políticos. Hay relatos, narrativas, aproximaciones pero no verdades. Si algo tendríamos que decir es que el APRA o el aprismo, es heredera “natural” (por así decirlo) de la “razón jacobina”, de la razón basada en la ciencia y en la igualdad política. El APRA, por lo tanto, es el partido de la igualdad en la nación política.
Por si se le olvida a alguien, la izquierda jacobina construyó la igualdad en la nación política sobre los resquicios de particularismo atávico del antiguo régimen. “Ya no hay galos ni bretones, todos somos franceses en la nación política”, habría escrito Ernest Renan. El jacobinismo, no obstante de sus excesos, construyó la igualdad en la nación política basada en los pilares de la universalidad, en la ciencia y en la razón. En el antiguo régimen había lenguas originarias, pueblos originarios, castas, prebendas por sangre y linaje, estamentos beneficiados con bajos impuestos. Todo lo anterior lo fulminó la revolución jacobina. Creó al ciudadano frente al trono y al altar. Creó la nación política moderna. Creo la igualdad dentro de la nación política. Marat, el periodista, decía que la república era única e indivisible (los idiotas pensarán que la frase la inventó Franco para España)
Cuando Haya postuló su teoría del imperio -una genialidad- la hizo desde las coordenadas del propio marxismo refutando a Lenin cuando decía que el imperialismo era la etapa superior (y acaso final) del capitalismo. Haya refutó desde el marxismo que es (no se olvide) raciouniversalista e indicó que en países como el nuestro el imperialismo es la primera etapa y no la última. El marxismo, por más que el propio Marx haya criticado esa “poesía del pasado” que era la revolución francesa, se basa también en la ciencia, en la razón y en la universalidad. Todo lo que no es el posmodernismo.
De esta genialidad, de la teoría del imperio de Haya, nace una estrategia política. Se da cuenta que es necesario un estado antimperialista y tecnocrático, un frente policlasista (y no de clase obrera que no hay en demasía para hacer la revolución) Haya inventó un partido de la igualdad política. El aprismo es la negación de la negación, de la dialéctica en el marxismo.
Cuando atacan a Haya por decirse marxista no entienden que lo dijo desde las coordenadas propias del raciouniversalismo marxista. No desde la práctica política. El APRA, o el partido aprista no podía ser nunca un partido comunista como tampoco puede ser un partido que promueva el particularismo identitario, la anti razón o aceptar los relatos y narrativas por la ciencia.