La intelectualidad de izquierda quiere convencer a PPK de la urgencia de firmar una Hoja de Ruta que lo comprometa a otorgar a los líderes de ese segmento del electorado, supuestamente decisivo, los espacios de poder político que necesitan para mantener la influencia que gozaron con Paniagua, Toledo y Ollanta.
Para validar esa pretensión es necesario creer que el voto por Frente Amplio es sólido y endosable. Lamentablemente, recordamos que si el sinuoso Guzmán hubiera seguido en carrera y Barnechea gustara de los chicharrones, el porcentaje obtenido por Verónica Mendoza fácilmente se hubiera mantenido por debajo del 10 por ciento. Fueron los accidentes de una campaña complicada, los que hicieron posible su tercer puesto.
El arte de la negociación reconoce una regla de oro: jamás asignarle un valor a aquello que el adversario te entregará de todas maneras. Si los votos por Verónica, Barnechea y Santos, son en realidad prestados, migrarán indefectiblemente a PPK así los ex candidatos ordenen y supliquen a votar nulo o en blanco. El temor por un nuevo gobierno fujimorista es demasiado poderoso y sobrepasa largamente a cualquier lealtad o simpatía personal. No se trata solo de la concentración del poder partidario en el Ejecutivo y en Legislativo, pues esa figura ya la observamos en el segundo gobierno de Belaúnde y casi, en el primer gobierno de Alan García, sin que haya significado una involución democrática. Por el contrario, varios constitucionalistas escribieron en su momento sobre el peligro de tener un gobierno débil por carecer de mayoría parlamentaria.
Los electores moderados percibimos con facilidad que las cuentas de la izquierda con el fujimorismo excede los límites de la razón, de la duda politológica. Su odio es visceral y está plenamente justificado. No hay socialista cuarentón que no recuerde el barrido ideológico que hizo Alberto Fujimori al interior del Estado; la insignificancia de su presencia política en sindicatos, universidades y agrupaciones vecinales; incluso, la cárcel y la permanente sospecha policial sobre sus dirigentes. Fueron tiempos de ostracismo y derrota, de miedo y silencio. Por eso no veo la necesidad de un PPK en la Plaza San Martín gritando con los No a Keiko, firmando en la Casona de San Marcos una Hoja de Ruta, o fotografiándose con los brazos cruzados con Santos y Arana.
Si el verdadero problema de Keiko es cómo atraer al votante que no la acompañó en la primera vuelta, ponerle polo rojo a PPK, polarizar la segunda vuelta entre la hija de Alberto y el No a Keiko, podría permitir la conquista de esos escasos puntos que separan a la candidata fujimorista de Palacio de Gobierno. No olvidemos que en nuestro país el antifujimorismo no es más fuerte que el anticomunismo.